
¿Quién no recuerda haber visto estos postes de colores paseando por cualquier calle de la ciudad o de un pueblo? Aunque cada vez es más difícil encontrarlos, todos los identificamos con las barberías pero mucha gente desconoce el origen de los mismos.
La profesión del barbero no siempre ha sido tal como la conocemos en la actualidad. Una de sus primeras representaciones artísticas la encontramos en el Bajo Cementerio de Tebas, en Egipto, donde se halló una pequeña estatuilla perteneciente a la Dinastía XVIII, es decir, de 3300 años de antigüedad. Correspondía al barbero Meryma’ at, encargado de afeitar a los sacerdotes del templo de Amón. En la Antigua Grecia aparecen las primeras barberías en las que los hombres, además de cortarse el pelo, se reunían para hablar y discutir sobre multitud de temas igual que lo hacían en el Ágora. La influencia helénica en el Imperio romano también la encontramos en la profesión que nos ocupa, siendo en el s. III a. C. cuando un senador romano, Ticinius Mena, introdujo la costumbre de las barberías. Éstos se llamaban tonsores, llegando a estar bien considerados en la sociedad. Tras la caída del Imperio romano, durante la Edad Media, la cirugía la practicaban los religiosos hasta que en el año 1215, el Papa Inocencio III se pronuncia en contra y declara que realizar sangrías era un sacrilegio para los clérigos.
Es en este momento que los barberos pasan a realizar también estas funciones, quedando restringidas en Inglaterra en el año 1450 por decisión del Parlamento a sangrías, extracciones dentales y el cuidado del cabello. Enrique VIII reunió en un solo gremio a cirujanos y barberos hasta que el rey Jorge II en el año 1745 lo disolvió, relegando a los barberos a sus funciones de corte y arreglo del cabello. Serán las exitosas pelucas utilizadas en la segunda mitad del siglo XVIII las que harán recuperar su relevancia en la sociedad y pasen a ser peluqueros propiamente dicho. Ya solo se practicaban sangrías de forma clandestina desapareciendo totalmente en el año 1850.
Volviendo al inicio de nuestro artículo, el verdadero origen de los postes publicitarios de los barberos hay que buscarlos en las sangrías. Durante la primavera la gente acudía frecuentemente a hacerse una para que de esta forma saliera el exceso de sangre que desequilibraba los humores del cuerpo, tal como preconizaba la escuela hipocrática. Así, se era más resistente a las enfermedades.

Aunque se utilizaban sanguijuelas, la mayoría de las veces se sumergía el brazo del paciente en agua caliente para resaltar las venas y, agarrándose con fuerza a un poste, el barbero realizaba una incisión en la vena elegida (cada una asociada a un órgano en concreto) recogiendo la sangre en un recipiente llamado sangradera que permitía medir la cantidad extraída. Cuando los cirujanos-barberos se establecían en un local, colocaban en la puerta un cartel con una mano levantada de la que chorreaba sangre cayendo en una sangradera pero al cabo del tiempo se sustituyó por un poste pintado de rojo y con vendas blancas enrolladas para, finalmente, cambiarlo por un poste blanco y rojo que no resultara tan macabro como el anterior. De esta forma ha llegado hasta nuestros días.
A partir de ahora, cuando pasemos por delante de alguno de los escasos postes de peluquería que quedan en nuestras ciudades, debemos pensar en el pedacito de historia que hay detrás de él.
También querría advertiros de otra cosa, estos postes no deben confundirse con los que podemos encontrar en algunos países de Asia y que indican la localización de un…¡prostíbulo!
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