
Aunque en la actualidad hay pocos países en el mundo en los que la prostitución está tolerada y regulada, durante la Edad Media se desarrolló considerablemente en Europa siendo una actividad moralmente condenada pero permitida por el Estado.
Dama de medio manto, pendenga, mujer errada, moza del partido, cantonera, buscona, bordelera, bagasa, amafia, soldadera… todos estos eran términos para referirse a las mujeres que se dedicaban a este oficio, tanto en las ciudades como en los pueblos, pero no todas lo hacían de la misma manera. La mayoría de ellas ejercían forzadas por la pobreza o el desarraigo familiar, pero mientras unas trabajaban diariamente en burdeles, tabernas, baños públicos, en la calle…, otras en cambio lo hacían de forma ocasional y encubierta en casas de alcahuetas o en calles pero de forma no reconocida, eran las «mujeres enamoradas». Este último grupo no pagaba impuestos y algunas de ellas ganaban mucho dinero.
Algunos prostíbulos o burdeles de la época disponían de estancias para que los clientes pudieran comer y beber con las habitaciones adyacentes para realizar los servicios. Solían situarse en los extramuros de las ciudades y estaban organizados y regulados por las autoridades, promulgándose incluso la necesidad de que cada ocho días un médico visitara el lugar para evitar las enfermedades de transmisión sexual que proliferaron a partir del siglo XVI, recomendando a las mujeres que no estuvieran con más de tres hombres al día.
Según las ciudades se exigía que las prostitutas fueran vestidas con algún distintivo que las diferenciara del resto de mujeres: mantillas cortas, faldas púrpuras, cintas rojas en la cabeza… En Florencia se les obligaba a ir con guantes y campanas en sus sombreros.
Queda documentado en Barcelona según una orden de 1373, la imposición de un período de abstinencia durante la Semana Santa, y para asegurar que lo cumplieran se les enclaustraban durante esas fechas en un monasterio de la ciudad.
Expuestas a toda clase de peligros y enfermedades, con el paso del tiempo envejecían quedándose sin clientes y muchas de ellas solo les quedaba un camino: la mendicidad o la ayuda de sus propias compañeras.
Definitivamente, la prostitución durante la Edad Media siendo tolerada y regulada beneficiaba económicamente a reyes y ciudades por los impuestos que aplicaban, pero las mujeres seguían sufriendo la crítica y marginación de la misma sociedad que les abocó a que se dedicaran a este oficio.
Os recomiendo el siguiente ensayo:
Mujeres públicas, mujeres secretas: la prostitución y su mundo, siglos XIII-XVII. Ángel Luis Molina Molina. Editorial KR, Murcia, 1998.
Link información:
Artículo de Pilar Cabanes en National Geographic History.
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