La vida de un recién nacido tenía poco valor en Roma a no ser que se esperara el nacimiento para garantizar la descendencia legítima de un rico patricio o como esperanza de mano de obra para una humilde familia.
Durante el embarazo imploraban a la diosa Juno Lucina que el recién nacido presentara la cabeza o los pies pues, si era el culo, se enfrentarían a la temida cesárea que en la mayoría de las ocasiones terminaría con la vida de la parturienta. Tampoco era lo mismo nacer libre, esclavo o ciudadano romano y, si finalmente los dioses habían estado de su parte, les quedaba esperar que el padre reconociera al bebé como hijo suyo pues de lo contrario lo abandonaría en la calle u optaría por el infanticidio.
Los hijos de las esclavas pasaban a ser propiedad del dueño y, a pesar de que algunos esclavos podían tener parejas, no tenían derecho al matrimonio legal. Hasta la llegada del emperador Augusto (finales del siglo I a.C.) el hombre podía tener relaciones con sus esclavas y era moralmente correcto, pero esta libertad no era igual para la mujer. En los siglos posteriores se fue imponiendo una nueva moral en la que la mujer tenía más funciones que la simplemente de procrear.
La edad mínima de la mujer para contraer matrimonio era doce años aunque entre las clases altas se concertaban enlaces antes, pues la función del matrimonio era la de engendrar hijos.
La concepción:
Sorano de Éfeso, médico del siglo II d. C. y considerado uno de los padres de la ginecología, indicaba que para concebir solo se necesitaba el deseo del hombre y, Lucrecio (siglo I a.C.) recomendaba «la postura de las fieras» (a cuatro patas) como la mejor para que «las semillas puedan alcanzar su sede propia, inclinados los pechos hacia abajo y con los riñones levantados». También recomendaban que los días más adecuados para quedar embarazada eran los posteriores al sangrado periódico de la mujer pues consideraban que la mujer expulsaba la sangre al no necesitarla cuando no había embarazo.
El embarazo:
Para provocar la regla, expulsar la placenta o un feto muerto utilizaban raíces de artemisa, la aristoloquia, orégano de Creta, la ruda o la malva. Ya utilizaban aceites para prevenir estrías, aconsejaban paseos suaves y no comer salsas. Recomendaban especialmente papillas de harina, perdices, codornices, pies y orejas de cerdo, gambas…
De momento lo dejaré aquí pero en el próximo post descubriremos cómo transcurría el parto.
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