Hace unos años en una de las catacumbas que hay bajo la ciudad de Roma, concretamente la conocida como de Santa Tecla a 500 metros escasos de la Basílica de San Pablo Extramuros, el equipo de Bárbara Mazzei descubrió un tesoro arqueológico de finales del siglo IV en el techo de un cubiculo funerario perteneciente a una mujer de familia noble romana. Utilizando por primera vez un láser en un ambiente de extrema humedad pudieron eliminar los depósitos de calcio que se escondían bajo una gruesa capa de yeso mostrándose unas pinturas en buen estado de conservación que darían mucho de que hablar. Aparecieron cuatro frescos que resultaron ser representaciones de los apóstoles Pedro, Pablo, Juan y Andrés, en forma de busto enmarcado por un medallón. Tras una profunda investigación se pudo determinar que correspondían a la representación más antigua de Andrés y Juan, además de ser también la primera que aparece Pedro solo en un icono.
La figura de Pablo se muestra con los ojos abiertos, arrugas, mejillas hundidas y una larga y oscura barba. Pedro figura como un anciano con la cara cuadrada y barba blanca. Juan como un joven y a Andrés, fuerte y vigoroso.
Antes se conocían representaciones tempranas de Pedro y Pablo, pero todas las de Andrés y Juan eran posteriores al siglo V, siendo el retrato de este último muy distinto al hombre anciano que se ve en la pintura medieval.
Para situar el contexto histórico en el que se pintaron tengo que decir que fue durante el reinado del emperador Teodosio en el siglo IV con el que el Cristianismo se convirtió en religión del Estado en el Imperio Romano. Correspondía a la época en la que la fe llegó a la cima del poder romano y las piadosas mujeres daban culto a esos primeros mártires y apóstoles. El papa del momento fue Dámaso I.
Curiosidades de las catacumbas de Roma
Estas galerías subterráneas no son exclusivas de la Ciudad Eterna sino que también son muy conocidas -aunque de origen muy distinto y posterior- las de París. Se traducen literalmente como «agujero», nombre de un distrito periférico de Roma donde en el siglo III se trasladaron provisionalmente los cuerpos de Pedro y Pablo.
Fueron lugares de culto, enterramiento y en época de persecuciones, protección y escondite. Según el derecho romano, existía un derecho de asilo por el cual cualquier sepultura, independientemente de la religión del fallecido, era inviolable y sagrada.
Al principio las paredes no tenían ninguna decoración, únicamente se colocaban monedas y camafeos para señalar la fecha. Esto ha facilitado enormemente la tarea de datar muchas de ellas. Posteriormente y durante los periodos en los que no habían persecuciones, se comenzaron a pintar al fresco aunque siempre de manera muy rudimentaria. Inicialmente, bajo la influencia del mundo griego, con temas del mundo animal o vegetal (palomas, vides, espigas, peces…). Después, en el siglo III, aparecen los temas relacionados con el Antiguo y el Nuevo Testamento pero copiando el modelo del mundo clásico greco-romano. Así representaban a Jesucristo como Buen Pastor o como Maestro, y a la Virgen como madre con el Niño sentado en su regazo. El motivo era que nadie recordaba la fisonomía real de ellos.
Tras la invasión del norte y el centro de Italia por los lombardos (568-572), los papas deciden retirar de las catacumbas las reliquias allí acumuladas depositándolas en las basílicas de las ciudades donde poder cuidarlas mejor. A partir de entonces empiezan a caer en el olvido hasta que a partir del cisma de Aviñón durante el siglo XIV y el Renacimiento de los siglos XV y XVI, nadie se acordará de ellas.
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