“Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia”
Albert Einstein
Y así fue. No se hizo pública ninguna documentación gráfica del día de su muerte hasta que la revista Time & Life publicara las fotos que realizó Ralph Morse. Respetando la voluntad del hijo de Einstein no se hizo pública la historia completa de su fallecimiento, no sería hasta cinco décadas después que salieron a la luz las fotografías, olvidadas hasta entonces en los archivos de la revista.
Morse fue lo suficientemente tenaz ese día para «seguir» el recorrido que hizo su cuerpo a pesar de realizarse de la manera más discreta y rápida posible por sus familiares. Desde el hospital hasta su casa, desde allí hasta el crematorio, y después nuevamente a la que había sido su hogar veinte años. No había periodistas, no había fotógrafos ni siquiera había curiosos. Todo se realizó con la más exquisita cautela y sólo estaba Morse con su cámara.
Sobre la mesa se podía encontrar el borrador del discurso que iba a pronunciar delante de millones de israelitas por el séptimo aniversario de la independencia de Israel. Un discurso que jamás pronunciaría y que empezaba así:
“Hoy les hablo no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano”
Rechazó volver a pasar por quirófano muriendo de una hemorragia interna el 18 de abril de 1955. La causa del sangrado fue un aneurisma de la aorta abdominal de la que siete años antes fue intervenido por el Dr. Rudolph Nissen.
Einstein había dejado muy claro a su familia que cuando falleciera quería ser enterrado de manera discreta y con la mínima repercusión mediática posible. No quería un funeral de Estado. No deseaba tener a los gobernantes de todo el mundo en su funeral. Y así fue.
Tenía 76 años y cuando el mundo se enteró de su muerte ya había sido enterrado en la más estricta intimidad asistiendo sólo doce personas, entre los que se encontraba su hijo mayor. Fue incinerado el mismo día de su muerte y sus cenizas esparcidas por el río Delaware, para que sus restos no se convirtieran en un lugar de peregrinaje. Aunque no todo su cuerpo se quemó…
Durante la autopsia realizada en el hospital, el patólogo Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro 1 hora y 30 minutos después de su muerte para conservarlo en formol –sin el permiso de la familia- con la esperanza de descubrir el origen de su extraordinaria inteligencia. Durante décadas lo guardó celosamente haciendo pruebas sin poder descubrir ningún dato que revelara los secretos de su genialidad. No fue hasta que tuvo más de ochenta años que decidió devolverlo a los laboratorios de Princeton. Actualmente se conserva en el departamento de anatomía de la Universidad de Kansas.
Hasta la fecha no se ha conseguido ningún dato científico interesante de su estudio aunque en 1985, el profesor Marian Diamond de la Universidad de California en Berkeley, informó que tenía un número de células gliales de mayor calidad en determinadas áreas de su hemisferio izquierdo, el encargado de las habilidades matemáticas. En 1999, Sandra Witelson, observó que su lóbulo parietal inferior era un 15 % más ancho de lo normal, encontrando que el surco del cerebro que se extiende desde la región anterior (cisura de Silvio) no era de la misma longitud a lo observado en la población general.
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