Mabalo Lokela, un maestro de escuela de 44 años, regresó de un viaje por el norte del Zaire (actual República Democrática del Congo) con fiebre elevada. Los médicos sospecharon que sufría de malaria y le administraron quinina, pero en vez de mejorar, empeoró. Transcurridos unos días presentó vómitos y diarreas sanguinolentas, dolores de cabeza y dificultad para respirar. Más tarde empezó a sangrar por todos los orificios naturales del cuerpo hasta que el 26 de agosto de 1976, falleció. Mabalo pasó a convertirse en víctima de un nuevo virus mortal: el Ébola.
La OMS y la comunidad médica se enfrentaban a un nuevo reto, y a día de hoy, no se conoce ni cura ni tratamiento específico eficaz. Solo hay cinco laboratorios en el mundo equipados para trabajar con este virus: EE.UU., Rusia, Canadá, Francia y Alemania.
Se han podido identificar cinco especies diferentes del virus: Bundibugyo, Côte d´Ivore, Sudán, Reston y Zaire.
Desde que identificaron en Mabalo el virus se han sucedido hasta veinte brotes localizados principalmente en aldeas remotas de África central y occidental, cerca de las selvas tropicales. La epidemia más mortal tuvo lugar en el año 2000 en Uganda, con más de 400 muertos. El motivo de que no se extienda a otros países de África (o del mundo) se debe a que mata muy rápidamente y no hay tiempo para que se propague. En el diagnóstico diferencial hay que descartar el paludismo (malaria), la fiebre tifoidea, el cólera, la meningitis… Esto ha llevado a algunos científicos e historiadores a proponer el Ébola como el causante de la epidemia que asoló Atenas en el año 430 a.C., aunque en mi opinión, al igual que la mayoría de expertos, esta causa no es tan verosímil como la peste o más probablemente el tifus.

El nombre de Ébola proviene de la segunda epidemia, originada cerca del río Ébola en una aldea del Congo. El virus pertenece a la familia de los Filoviridae por su aspecto filiforme. Causa fiebres hemorrágicas severas, al igual que otro virus, el Marburg, reconocido en 1967 en unos trabajadores de Alemania y Yugoslavia que se infectaron por el contacto con la sangre de monos verdes africanos provenientes de Uganda.

No se conoce el origen de la infección aunque se sospecha que el portador del virus podría ser un tipo de murciélago de la fruta cuya presencia coincide con el de los brotes de la epidemia. Los monos y cerdos infectados han sido fuente de infección para los humanos pero se cree que no son el reservorio del virus. Su período de incubación varía de 2 a 21 días y su tasa de mortalidad alcanza el 90% debido al shock hipovolémico que les produce la pérdida de sangre, aunque en la especie Reston (detectada en Filipinas en 1989) no ha producido ningún fallecimiento en humanos.
En 1998, se anunció en un Congreso Internacional de Botánica que el extracto de la fruta de Garcinia Kola de un árbol de África occidental, utilizado por los curanderos de la zona, detenía el crecimiento del virus en el laboratorio, aunque todavía no se han realizado pruebas concluyentes en animales o los seres humanos.
En estos días podemos ver en las notícias que sufrimos un nuevo brote de Ébola especie Zaire (la más mortífera) en Guinea, Liberia y Sierra Leona, pero las alarmas han saltado debido al hecho de que por primera vez ha alcanzado a una gran ciudad (con dos millones de habitantes) con aeropuerto internacional, Conakry. Ya se han activado los protocolos de detección precoz para reaccionar prontamente y confiemos que pueda ser controlada. Esperemos que la ciencia encuentre en un futuro próximo (como en otras ocasiones) una vacuna eficaz, aunque actualmente la realidad es otra y poco podemos hacer.
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