Observad la foto y fijaros en la persona que se encuentra a la izquierda (siento no haber encontrado otra más nítida pero ya sabéis… los derechos de imagen) ¿se trata de un hombre o de una mujer?
De momento no lo desvelaré para mantener el suspense unas líneas más, aunque más de uno ya lo sospeche. Se trata del cirujano inglés James Barry (1795?-1865), originario de Belfast, en Irlanda del Norte, pero no es lo que parece…
Tras ingresar en la Universidad de Edimburgo para cursar los estudios de Medicina en 1809, se licenció tres años después trabajando después como cirujano del ejército británico. Probablemente sirvió en la batalla de Waterloo (1815) y un año después fue destinado a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. En 1818 es nombrado inspector médico colonial siendo uno de los pioneros en la higiene y prevención. Trabaja sin descanso en mejorar los suministros de agua potable no solo de los soldados sino de la población nativa, e incluso se bate en duelo a un oponente para que se construyera una leprosería.
Entre sus hazañas médicas podríamos destacar la de realizar una de las primeras cesáreas exitosas de las que se tiene conocimiento, en la que tanto la madre como el recién nacido sobreviven. La gesta no está muy documentada pero se piensa que la mujer era de raza negra, joven y fuerte. Su enérgico carácter le hizo enfrentarse en numerosas ocasiones con los oficiales y, tras regresar a Inglaterra, fue trasladado a Malta -donde fue nombrado General Inspector de Hospitales- Crimea, Jamaica y Canadá.
Tras contraer la fiebre amarilla en 1845, regresa a Inglaterra y se retira del servicio activo, contra su voluntad, en 1864. Un año después moriría de disentería y es entonces cuando su vida pasaría a convertirse en una leyenda.
Dejó una carta a su cuidadora, Sofía Bishop, con la petición de que la abriera después de su fallecimiento. En ella dejaba por escrito la voluntad de que se le enterrara tal como le encontraran, vestido, sin lavársele su cuerpo y sin amortajarle. Era tal la sorpresa de la enfermera que acudió al médico que le trató en su lecho de muerte decidiendo éste no hacer caso y proceder a enterrarle como era habitual. Al desnudarlo se descubre el engaño. Un engaño que duró toda una vida y del que nadie se percató. ¡Era una mujer! No había ninguna duda, e incluso se sospechaba de que había dado a luz en alguna ocasión. Su verdadero nombre era Margaret Ann Bulkley.
En la actualidad se puede ver su tumba en el cementerio de Kensal Green, en Londres, donde fue enterrado (o enterrada) con el nombre y la categoría militar que obtuvo. A pesar del revuelo que ocasionó el descubrimiento, las autoridades militares no se atrevieron a enterrarle sin los honores que le correspondían pues fue uno de los médicos más brillantes del ejército británico.
En una época que se vetaba el ingreso de las mujeres en las universidades, y más en Medicina, esta mujer tuvo la osadía de hacerse pasar por hombre para alcanzar su sueño. Un sueño que se convirtió en realidad a pesar de las dificultades que comportaría.
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