
Herodes el Grande es recordado por su crueldad y por ser un soberano despótico y vengativo (esto se lo debemos al historiador Flavio Josefo) y no tanto por ser un gran rey. Pero probablemente fue el monarca más grande de Israel, más incluso que Salomón y David (cuyos hechos son en su mayor parte leyendas). Ya sea por sed de gloria o por querer favores políticos, Herodes fue un gran constructor: renovó el Segundo Templo de Jerusalén, edificó la fortaleza Antonia, erigió una gran ciudad como Cesarea Maritima, embelleció la antigua ciudad de Samaria (Sebaste), construyó palacios en Jericó y en la fortaleza de Masada, construyó hipódromos, anfiteatros, acueductos, templos… así como la tumba que ordenó construir para el día de su muerte, el Herodión.
Herodes murió a consecuencia de una larga enfermedad que los judíos no dudaron en atribuir a un castigo por sus crímenes.
(…) la fiebre era suave, no revelando al tacto un ardor tan grande como el mal que producía por dentro. Se le desarrollaron úlceras en los intestinos, tenía dolores especialmente tremendos en el recto, y en los pies se le formaron ampollas con un líquido traslúcido. Un mal semejante le afectaba también al pecho. Y, por cierto, sus partes pudendas sufrieron la gangrena, que se las infectó de gusanos. Experimentaba una respiración jadeante. Y sufría convulsiones en todos los miembros(…) (Flavio Josefo)
A pesar de ello no se aplacó ni al final de su vida. Dejó en su testamento escrito que cuando llegara su hora, trescientos nobles -que se encontraban encerrados en el hipódromo de Cesarea– fueran ejecutados para así llorar más su muerte. La orden no se llegó a dar, nadie se atrevió a ejecutarla. También dejó por escrito que quería ser enterrado en la fortaleza-mausoleo de Herodión, a doce kilómetros al sur de Jerusalén.
Durante años se buscó su tumba y la búsqueda tuvo su premio en el año 2007. El profesor Ehud Netzer encontró su magnífico mausoleo tras cuarenta años de investigación sobre el terreno. La fatalidad quiso que el profesor falleciera tres años después en el mismo lugar de su descubrimiento.
De 24 metros de altura, constaba de dos plantas, la primera, cuadrada, y la segunda, circular con un tejido puntiagudo. En su interior se encuentran apartamentos reales y en la base del monte se pueden ver oficinas y anexos del palacio. Un inmenso jardín rodeado de columnas servía de depósito de agua, agua proveniente de un acueducto de cinco kilómetros. Se encontraba destrozado, en ruinas, y su sarcófago despedazado probablemente debido a que los rebeldes judíos lo ocuparon en la gran revuelta del año 64 d. C. queriendo destruir todo lo que representaba su rey más odiado.
De Herodes -pese a todos sus esfuerzos para ser recordado- nunca se han encontrado ni retratos, ni monedas, ni grabados de su imagen. Solo nos queda lo escrito por Flavio Josefo y los restos de su monumental legado arquitectónico.
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