En pleno siglo XV, en la Italia de los Borgias, encontramos una curiosa anécdota histórica relacionada con los “venenos”. De esta influyente familia de origen valenciano provienen los papas Calixto III y Alejandro VI, y este tuvo cuatro hijos: Juan, Jofré, Lucrecia y César. Este último será el protagonista de nuestro relato.
Según Maquiavelo era un hombre sin escrúpulos y con gran ambición y talento, renunciando al cardenalato para poder dedicarse a su verdadera pasión, la guerra, formando un poderoso Estado en la Romagna italiana. Robusto y de gran vitalidad, su médico Gaspare Torrelle cuenta que en 1497 padeció un grave contagio de sífilis del que se curó con gran facilidad.
En aquellos tiempos no eran infrecuentes las muertes por envenenamiento y se piensa que la propia familia de los Borgia disponían de una gran farmacopea en este sentido. Antimonio, opio, acónito, arsénico… eran utilizados a dosis elevadas en fórmulas administradas a través de un clister para poder vengarse de los enemigos, pero también para protegerse ellos mismos al administrarlos a bajas dosis y así inmunizarse. Así se piensa que murió en 1391, Amadeo VII de Saboya, por un “error” médico de su cirujano al administrarle probablemente una sobredosis de opio en forma de enema.
“No purguéis por arriba” decía Hipócrates en uno de los libros del Corpus Hippocraticum, aludiendo que los laxantes administrados vía oral no eran buenos a diferencia de los administrados “por abajo”. Como muestra de ello os referiré, ahora sí, el “contratiempo” que tuvo César Borgia, un infortunio ocasionado por un laxante oral:
Las crónicas medievales cuentan que, a pesar de ser un hombre que “se salva fácilmente del hierro y del veneno” de sus adversarios, en 1498, tras renunciar a sus dignidades eclesiásticas, marchó a Francia para casarse con la hermana del rey de Navarra, la princesa Carlota de Albret. César tenía la costumbre de tomar esos venenos a pequeñas dosis como antídotos y así protegerse de un posible envenenamiento vengativo. Durante la noche de bodas alguien quiso tomarse la justicia por su mano y cambió sus medicinas por una alta dosis de una sustancia con propiedades laxantes.
Como os podéis imaginar, esa noche nuestro protagonista no se encontró muy predispuesto a satisfacer otras necesidades. Las crónicas no entran en detalles por lo que yo tampoco lo haré 😉 aunque presupongo que echó en falta alguna de nuestras actuales medicinas.
Permitidme acabar con esta frase de Paracelso:
Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis
Para saber más:
César Borgia, verdugo de tiranos. Elena y Michela Martignoni. Algaida, Madrid, 2010.
Links imágenes:
allposters.com; – Olga Berrlos
Información extraída de diversas fuentes con especial atención al artículo de Miguel Ángel Arribas en «Crónica Histórica del Enema» Laboratorios Casen-Fleet (1997) Ed. Arán.
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