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El códice, origen del libro moderno, nació en la biblioteca de Montecassino, una abadía con mucha historia…
En el siglo V, después de la caída del último emperador romano, Rómulo Augusto, el Imperio romano dejó de existir y el ostrogodo Teodorico se proclamó rey de Italia (493). La confusión y el temor de la población hizo que cada vez más personas se alejaran de las grandes ciudades para vivir de la caridad, aisladas, practicando ayuno y abstinencia, entre ellos Benito de Nursia.

Los datos que se conocen de él proceden del libro segundo de los Diálogos del papa Gregorio Magno. Se instaló en una gruta cerca de Tívoli, junto a otros ermitaños que vivían en cabañas y entre ellos, uno llamado Román, que le introduciría en la vida monástica y le impondría su hábito. Con el tiempo hubo otros jóvenes ermitaños que le comenzarían a seguir, y en el año 529 decide fundar una abadía sobre las ruinas de una fortificación romana en la que aún existía un templo dedicado al dios Apolo, a 130 kilómetros al sur de Roma, en Montecassino. Esta sería decisiva en la expansión del cristianismo en la Europa occidental (junto con otros monasterios), en la regulación de la vida monástica durante siglos y, como decía al principio del post, en la creación de los códices.
Al final de su vida, redactó unas normas por las que debían regirse los monjes (Regla de San Benito), y a partir del siglo IX, el hijo de Carlomagno, Luis el Piadoso, las apoyó de tal forma que la mayor parte de los monjes las adaptarán a su vida monástica. Gracias a la Orden del Cluny y la centralización de todos los monasterios bajo esta Regla, cuando se habla de monasterios medievales se hace referencia habitualmente a la orden benedictina. Será dos siglos después, con la reforma del Císter, que se adapta a las nuevas órdenes, y en el IV Concilio de Letrán (1215) la palabra “benedictino” aparece por primera vez para designar a los monjes que no pertenecían a ninguna orden centralizada, en oposición a los cistercienses. Estos últimos pasaron a conocerse como “monjes blancos” en contraposición a los “monjes negros”, los benedictinos, llamados así por su hábito, túnica, escapulario, capucha y cinturón negros.
La Regla de San Benito
Es un manual de 73 capítulos y un prólogo cuya finalidad era regir el día a día de la vida en el monasterio. Un abad guiaría la comunidad y los monjes deberían cumplir sus deberes: obediencia, silencio y humildad. Esta Regla se leía periódicamente en la sala capitular contigua a la iglesia del monasterio, debiéndose conseguir siempre el equilibrio entre el trabajo, la oración y la lectura.
La historia de la abadía
Destruida y reconstruida en varias ocasiones, en la actualidad (ver foto superior) podemos admirar la reconstrucción que se hizo durante el siglo XX. En el año 577 los lombardos destruyeron la abadía, trasladándose los monjes a Roma llevando consigo los restos de su fundador. Siglo y medio después el papa Gregorio II ordena que se vuelva a construir y será con la visita de Carlomagno en el año 787, que comienza a adquirir relevancia gracias a los grandes privilegios que le concedió. Los sarracenos la incendian en el 883 para volver a construirse en el siglo XI. Sería entonces cuando alcanzó su máxima importancia bajo el abad Desiderius (que acabaría siendo el papa Víctor III). El número de monjes aumentaría a 200 y es entonces cuando se comienza a producir sus famosos manuscritos en el scriptorium. En 1349 un terremoto vuelve a destruirla (y ya van tres) iniciándose su nueva reconstrucción en 1366.
La actividad en los Scriptorium:

Antes del siglo XIV, los monasterios no solían tener bibliotecas como las conocemos en la actualidad sino que los manuscritos se guardaban en baúles o armarios que eran custodiados por un monje llamado armarius. Será a partir de entonces que comienzan a proliferar las bibliotecas (scriptorium) donde los monjes copiaban un escrito antiguo o escribían al dictado de un monje lector sentado en un estrado. Se dejaba un espacio en blanco en el lugar reservado para el título, las viñetas, letras capitales… en los que después los “miniaturistas” dibujaban las figuras, y los “iluminadores” las coloreaban.

El trabajo de estos monjes era ingente (recordemos que la imprenta no existía). Los pergaminos fueron sustituyéndose por un material hecho en piel y en el siglo XIII se utilizó en determinados documentos el papel. Algunos monjes de más edad y con la vista más cansada, se ayudaban de boles de cristal con agua como una especie de lupa ya que los gafas todavía no se utilizaban. Usaban una pluma para escribir y entre las tintas que se empleaban destacan el minio (plomo) para el color rojo, la tinta metálica y el pan de oro. Cuando se equivocaban utilizaban un cuchillo para borrar los errores poco importantes.
Es aquí donde nace el códice (antedecesor de nuestros modernos libros). Eran un conjunto de hojas encuadernadas que se leían página a página. Tenían la ventaja de que eran más fáciles de conservar y almacenar, siendo sus cubiertas de piel reforzada con madera y metal. Montecassino se convirtió así en un centro cultural de referencia atrayendo entre otros a Constantino el Africano (traductor del árabe al latín en textos de medicina oriental y griega).
El bombardero de la II Guerra Mundial
Pero la historia no quería que la abadía viviera en paz pues aún le reservaba otra catástrofe. En 1944, el frente alemán en Italia se situó en Montecassino. Los aliados recibieron la información (falsa por otra parte) de que en el interior de la abadía se encontraba un destacamento alemán y decidieron bombardearlo durante tres horas destruyéndolo en su totalidad exceptuando la cripta y parte de sus muros. Pero gracias a la previsión del teniente Julius Schlegel y el capitán Maximilian Göring, muchos de sus 1400 códices manuscritos y obras de Da Vinci, Tiziano o Rafael, fueron enviadas al Vaticano antes de la batalla.

En la actualidad…
… podemos visitar la abadía tras ser reconstruida en su totalidad después de la guerra. Las reliquias de San Benito se conservan en la cripta de la abadía de Saint-Benoït-sur-Loire (Fleury), en una iglesia carolingia del centro de Francia, aunque se guardan reliquias del santo repartidas por muchos de los monasterios de la Orden. Actualmente siguen la Regla alrededor de 700 monasterios masculinos y 900 casas religiosas femeninas de los cinco continentes.
Libros:
El Scriptorium y la Biblioteca de Monte Cassino, 1058-1105, de Francis Newton. Universidad de Cambridge.
El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Editorial Lumen, Madrid (2005).
Para saber más:
Información extraída de varias fuentes a destacar el artículo de la Dra. Covadonga Valdaliso en National Geographic Nº 122.
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