






En un post anterior hablamos de la Cloaca Máxima y de las impresionantes obras de ingeniería que construyeron los romanos para evacuar las aguas residuales. Hoy me gustaría hacer una mención a los no menos faraónicos sistemas de abastecimiento de agua en las ciudades y de quienes los mantenían, los aquarii o fontaneros.
Canales, puentes monumentales, acueductos milenarios… los romanos sembraron por todo su Imperio unas obras públicas que consideraron prioritarias para abastecer de agua a toda la población (disminuyendo así plagas y enfermedades) pero también como manifestación y propaganda de su poder.
En la época de mayor auge de Roma se dispuso de un sistema de canalización capaz de suministrar mil millones de litros de agua al día permitiendo el abastecimiento por habitante de 250 litros/día, superior a lo que se consume en la actualidad en ciudades como New York o Londres. La Ciudad Eterna llegó a tener hasta doce acueductos, siendo el más antiguo el Aqua Appia (312 a. C.) que alimentaba las once grandes termas, los 900 baños públicos y las 1400 fuentes y piscinas privadas de la ciudad.
Sabemos por el libro De Aquis Urbis Romae de Sexto Julio Frontino, Procurator Aquarum de Roma (97 – 104 a. C.) que el agua se repartía de la siguiente manera: 39 % uso privado, 24 % edificios públicos, 17 % para el emperador, 13 % las fuentes, 4 % termas y el 3 % cuarteles. Pensad que la capacidad de algunas Termas como los de Caracalla (200 d. C.) tenían una capacidad para 1600 personas simultáneas y los de Diocleciano (280 d. C.), disponían de 3000 estancias.
La mayoría de las conducciones eran subterráneas para así mantener la calidad y el frescor del agua disponiendo de unos depósitos de almacenaje (castellum aque). El de Cartago, en Túnez, poseía 15 cámaras paralelas y alargadas, de 7 x 100 metros cada una, capaz de almacenar 60 000 m3.
Conscientes de que era crucial mantener siempre en buen estado todas estas infraestructuras, un grupo de trabajadores se especializaron en ello, los aquarii, nuestros actuales fontaneros. Su misión principal era limpiar los canales para evitar que se obturaran, cubriéndolo e instalando regularmente pozos para decantar las impurezas. Así se mantenía la calidad del agua administrada.
Pero como la picaresca siempre ha existido, Frontino, denunció en su tratado sobre los acueductos de Roma el «fraude de los fontaneros» por el que algunos aquarii se dejaban sobornar por particulares para poder acceder clandestinamente a ese agua. Y siempre había algún propietario que contrataba un servicio a un precio estipulado -según el mayor o menor diámetro de la tubería de acceso a la vivienda- y tras sobornar al fontanero, cambiaba el calibre de dicho canalón. Para evitarlo se ideó una tubería unida a una caratula empotrada en la pared con una decoración, así se evitaba su manipulación.
Por cierto, ¿sabíais que los romanos diseñaron grifos monomandos para suministrar el agua? Se conservan pocos ejemplares, de hecho tres piezas de bronce originarias de Europa Central, y podían funcionar tanto para mezclar el agua fría y caliente como para usarlas alternativamente. Y no sería extraño que funcionaran mejor que muchos de los que disponemos hoy en día, ¿no creéis? Sin duda, una muestra más del ingenio de la antigua Roma.
Links imágenes:
Chris 73; Wikimedia; Josep Renalias; Piscina mirabilis; Cisterna de Teodosio; Profburp; David Corral Gadea; Cloaca Máxima; cloaca Itálica
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