Fijaros en estos dos rostros…
Si ahora os preguntara quién de ellos es el listo y quién lo es «menos» ¿qué contestaríais? Imagino que la mayoría de vosotros responderíais que el de la izquierda (el actor Jim Carrey) es todo menos inteligente, a diferencia de su compañero, con esa planta, esa mirada desafiante, ese peinado… Pero en ocasiones las apariencias engañan.
Cicerón decía que “la cara es el espejo del alma” y somos muchos los que coincidiríamos con esta sentencia. Mirando el rostro de una persona podemos intuir si está alegre o triste, asustada o relajada, enferma o sana, y ante alguien que vemos por primera vez y de la que no sabemos nada de ella, intuimos muchos otros aspectos como su carácter y forma de ser. Es algo innato, una habilidad evolutiva que utilizamos para saber si podemos fiarnos o no de ella.
La sociedad grecorromana asimiló de las culturas árabes y chinas parte de esta teoría pero alejándose de su vertiente esotérica. No se trataba de adivinar el futuro de una persona sino el carácter a través de sus rasgos físicos. El texto más antiguo que se conoce sobre este tema es atribuido a algún autor anónimo próximo a Aristóteles, el Physiognomonia (siglo III a. C.). Así, la idea aristotélica de que el alma es la que da forma a la materia, determina esas características físicas, encontrando incluso semejanzas entre hombres y animales:
Tener los ojos pequeños es signo de mezquindad, al igual que los monos, y tenerlos grandes, de torpeza, como los bueyes; la cabeza grande es signo de inteligencia, como los perros, tenerla pequeña lo contrario, como los asnos; los demasiado morenos son cobardes, como los egipcios, los etíopes y los demasiado blancos (como las mujeres); tener la frente pequeña significa ser ignorante, como los cerdos, y los que la tienen cuadrangular y simétrica son magnánimos, como los leones (…)
Así pues, lo mejor es no tener los ojos ni grandes ni pequeños, la piel ni muy blanca ni muy morena y la frente…
Sin embargo, pasó lo que tenía que pasar. Todo esto no acababa de encajar con uno de los más grandes hombres que pisó la Tierra: Sócrates. Según la tradición, el filósofo era feo, pero que muy feo: ojos saltones, nariz chata, gruesos labios, no muy alto, calvo y algo obeso. La descripción era de Alcibíades pero… ¿cómo alguien tan poco agraciado físicamente podía tener un interior tan puro, bello y sabio? La respuesta la dió el propio Sócrates según cuenta Cicerón:
(…) un día, el fisonomista tracio, Zopiro, se jactaba de conocer la naturaleza de todas las personas por sus rasgos fisonómicos. Fue entonces cuando muchos se rieron de él al no haber observado los vicios en Sócrates. Este, queriendo defender a Zopiro, dijo que sus vicios le eran innatos, pero que los venció gracias a la razón».
La fealdad de Sócrates generó un debate que duró siglos. ¿Cómo podía ser que el más sabio de los hombres tuviera una fisionomía grosera, ruda, fea y repulsiva? Será en el siglo XVIII que el teólogo y escritor suizo Johann Kaspar Lavater responde diciendo que el caso de Sócrates podría ser una excepción a la norma aunque bien podía ser también que Zopiro fuera, en realidad, un mal fisonomista.
Lavater adquirió fama no tanto por la anterior afirmación sino gracias a su influyente obra sobre la fisionomía El arte de conocer a los hombres por la fisionomía. Con él nació la morfopsicología, una disciplina que estudia las relaciones entre las características morfológicas de la cara y su perfil psicológico. Según Lavater, los cuatro temperamentos (los cuatro humores de la patología humoral) se manifestaban según la forma del cráneo:
(…) los flemáticos tienen el contorno más suelto, romo, pendiente y relajado que el colérico. Los melancólicos tienen la boca en su mayor parte cerrada, los ojos giran con rapidez y la nariz se les hunde hacia los labios (…)».
Muchos la han criticado al ignorar el método científico, clasificándola como una pseudociencia o incluso de esoterismo.
En el siglo XIX el médico alemán Franz Joseph Gall y Johann Spurzheim crean la frenología, basada en el examen de los rasgos de la forma de la cabeza suponiendo que las distintas partes del cerebro no crecen por igual en todas las personas, encontrando en ello los distintos carácteres y formas del cráneo. En el siglo XX, se establecieron correlaciones entre el coeficiente intelectual y el volumen del cráneo, e incluso en el nivel de testosterona y la agresividad con tener los dedos de las manos y la mandíbula prominente. Todo esto persiste en la psicología popular moderna aunque a nivel científico es insostenible. Quizás, la teoría que se está empezando a tener más en cuenta no es tanto la que se apoya en la fisionomía sino en los gestos inconscientes de las personas. Seguro que muchos conoceréis la serie de televisión «El mentalista» cuyo protagonista sigue estas teorías conductistas.
Después de leer el artículo seguro que tenéis ganas de miraros en el espejo (si es que no lo habéis hecho ya) para comprobar si tenéis la nariz hundida, los ojos pequeños o el cráneo más grande. Pero si queréis mi opinión… yo soy más de Sócrates, la razón vence todos los vicios.
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Información basada en La fisiognómica en el mundo antiguo
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