No, no hablaré de zoología ni tampoco de la peste, aunque el título podría sugerirlo, sino de la serpiente que probablemente todos recordaremos haber visto en alguna ocasión enrollada en un bastón representando el símbolo de la medicina. Hace ya un tiempo le dediqué un post en el que explicaba toda su simbología pero hoy hablaremos de los mitos que la rodean, leyendas que pasarían de Grecia a Roma y que marcarían la práctica de la medicina durante siglos.
Todo empezó a los pies de la montaña situada enfrente del santuario del dios Apolo en Epidauro. Allí nació Asclepio, nombre como se conocería al semidios griego de la medicina. Hijo del dios Apolo y de una mujer mortal, vivió en Tesalia y tenía conocimientos médicos que transmitió a dos de sus hijos -también médicos- Machaon y Podaleirios.
En época romana, entre el año 380 y el 375 a. C., se construyó parte del santuario dedicado a Asclepio, un lugar que pronto se convertiría en foco de peregrinaje de personas de todo el mundo conocido al que acudían para sanarse de las enfermedades que nadie había sido capaz de curar. En su interior se podía ver la estatua del dios donde los fieles acudían para adorar y rogar su curación. Sus seguidores se conocían como asclepianos e incluso se piensa que el propio Hipócrates descendía de ellos.
Bien, y de la serpiente ¿qué?
La Ciudad Eterna disponía de múltiples dioses protectores de la salud: Febris, Uterina, Deverra, Lucina… pero cuando ni ellos, con su poder divino, tampoco podían vencer la muerte, acudían a los dioses griegos. En el 293 a. C. Roma se vio asolada por una epidemia de peste. Tras no saber qué hacer para librarse de ella consultaron los Libros Sibilinos y el Senado decidió construir un templo dedicado a Asclepio (Esculapio según los romanos) organizando una delegación para hacerse con la estatua del dios en Epidauro y así solicitar su protección. Cuando regresó la barca que la transportaba a Roma, y mientras bordeaba el río Tíber, la serpiente que rodeaba el bastón del dios saltó dirigiéndose hasta una isla en el centro del río, la isla Tiberina, cerca de la Colina Capitolina. Según algunos cuentan, tras la caída del rey Tarquinio el Soberbio el pueblo romano arrojó su cuerpo en el mismo lugar de donde después surgiría la isla. Un lugar maldito para ellos desde entonces, que evitaban ir y al que los criminales condenados pasarían el resto de sus vidas.
Al ver lo sucedido con la serpiente comprendieron que era una prueba inequívoca de que Esculapio quería que se le erigiera allí un templo en su honor, y al finalizar su construcción la peste cesó y todos los que allí acudían, sanaban. Los romanos construyeron después una gran nave de travertino que abarcaba toda la isla y un obelisco en medio que representaba el mástil de un barco. Rodeando la isla con muros se dio el aspecto de estar viendo un barco de verdad.
Esculapio llegó a Roma para quedarse y durante los siglos posteriores llegarían muchos otros médicos griegos que acabarían abriendo consulta (medicatrina) y que sentarían los cimientos de la medicina romana y de la Europa occidental durante la Edad Media y parte del Renacimiento, algunos tan influyentes como Temisón de Laodicea, Tesalo de Tralles, Asclepíades de Bitinia y Dioscórides.
Hoy en día, paseando por ese lugar de la Ciudad Eterna se pueden ver restos de los muros de la isla. Sin duda, otro rincón de Roma con mucha Historia.
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