Continuando con el post anterior nos centraremos ahora en una cuestión menos tratada y conocida de Galileo: sus enfermedades y concretamente su afección ocular, que según apuntan algunos pudo influir en sus observaciones astronómicas.
Así explica uno de sus discípulos, Vincenzo Viviani, que pasó los tres últimos años de su vida junto a él, colaborando, aprendiendo y ayudando al genio.
Galileo vivió recluido en su casa tras ser condenado por defender la teoría heliocéntrica de Copérnico (aconsejo que leáis el artículo anterior). Vivani, Dino Peri, Torricelli… eran algunos de los discípulos que le acompañaron en sus últimos años.
Según cuenta Viviani: Galileo siguió trabajando hasta que unas fiebres le consumieron lentamente durante sus dos últimos meses de vida, para morir el 8 de enero de 1642, de madrugada, con «firmeza filosófica y cristiana». Contaba con setenta y siete años de edad.
El último libro que escribió fue Discursos sobre dos nuevas ciencias justo antes de perder la vista del ojo derecho, el 4 de julio de 1637. En los meses siguientes empeora la visión del izquierdo hasta que seis meses después, el 2 de enero de 1638, queda totalmente ciego. Pero sus problemas oculares aparecieron mucho antes, planteándose múltiples hipótesis sobre la causa de esta ceguera. Un debate entre especialistas que en la actualidad sigue abierto reclamando por parte de algunos el estudio de su DNA para descartar una causa genética.
La única referencia que se tiene de patología ocular durante su juventud es la infección que padeció mientras estudiaba en el convento de Villambroso (una de las excusas que le sirvieron a su padre para sacarle de allí). Pudo ser una simple conjuntivitis sin más repercusiones, o bien de origen herpético, que podría justificar recidivas y posteriores complicaciones en su vida adulta.
Podríamos pensar que el motivo de su afección ocular fue causada por la prolongada exposición durante sus observaciones de las manchas solares, pero esto queda descartado porque, si así fuera, el daño hubiera sido más precoz, casi inmediato, y sabemos que conservó su vista muchos años después.
Otra hipótesis que se contempla es que padeciera una enfermedad reumatológica, quizás secundaria a una enfermedad infecciosa. Unos la justifican diciendo que Galileo sufrió problemas intestinales y dolores articulares durante toda su vida pudiendo padecer una uveítis (inflamación de la úvea, la capa media del ojo que aporta la mayor parte del flujo sanguíneo a la retina) que se complicaría posteriormente con un glaucoma (aumento de la presión intraocular). Otros rechazan esta teoría refiriendo que si esto fuera cierto también habría perdido la vista mucho antes.
Un oftalmólogo italiano, Pietro Gradenigo, determinó en el siglo XIX (podéis comprobar que viene de lejos el debate de sus lesiones oculares) que la causa de su ceguera la determinó un glaucoma. Se apoyó al tenerse constancia de que Galileo, a los 52 años, sufrió por primera vez un síntoma característico del mismo: la visión de halos en torno a la luz de una vela.
Otros dicen que pudo sufrir una ambliopía del ojo izquierdo basándose en el retrato de Ottavio Leoni que le representó cuando tenía 60 años con la ceja derecha sobreelevada, desplazando el ojo hacia abajo y a la derecha, quizás secundario a un proceso quístico del seno frontal. Pero esto tampoco afectaría a su visión.
Lo más probable es que Galileo sufriera durante toda su vida conjuntivitis e inflamaciones leves oculares, pero no llegarían a afectarle su agudeza visual.
Todo lo anterior son quizás teorías que no acaban de dar una respuesta.
Será la propuesta del cirujano Giovanni Trullio la que mejor puede explicar su ceguera al diagnosticarle un «suffusio» que obstruía la pupila, es decir, una catarata cuya sintomatología podría ser compatible con lo que describe el propio Galileo:
Independientemente de que sufriera problemas oculares durante su vida, el hecho de que perdiera la visión a edad avanzada justifica las cataratas, aunque siempre quedará la posibilidad de que sufriera también una degeneración macular a consecuencia tanto por la edad como por la exposición solar debido a sus trabajos astronómicos.
No quiero acabar este post sin agradecer a la Dra. Almudena Asorey y a sus colaboradores de la Unidad de Neurooftalmología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, su magnífico artículo «La ceguera de Galileo Galilei» publicado en archivos de la sociedad española de Oftalmología (Elsevier Doyma,2013), fuente principal para este artículo.
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