
Conocemos el nombre de uno de los primeros bomberos de la historia, Cyrenus Aeneas, Prefecto de la Antigua Roma y miembro del primer Cuerpo profesional de Bomberos creado en el siglo I d. C. por el emperador Augusto.
Desde el momento que el hombre de la prehistoria comprobó cómo el agua de la lluvia apagaba el fuego provocado por un rayo y a pesar de los infructuosos intentos de encontrar un sustituto al líquido elemento, la humanidad se enfrentó -con mayor o menor éxito- a los incendios. Se sabe que en el siglo V a. C. se utilizaron -aunque por poco tiempo- intestinos de animales a modo de manguera y estómagos de bueyes como recipiente para el agua, pero un siglo después, el griego alejandrino Ctesibius, inventó la siphona, y dos siglos más tarde, Herón, inventó otro mecanismo conocido como la «jeringa», formada por dos pistones de bronce conectados a una sola salida y ajustados a una base de madera que permanecía sumergida en el agua, así se conseguía proyectar el agua con más presión. Estos ingenios son los antecesores de los actuales y fueron utilizados hasta bien entrado el siglo XII.

Los incendios en Roma eran frecuentes pues en las construcciones de muchos de sus edificios se utilizaban materiales inflamables (madera, paja, telas…) que, junto al hecho de tener calles muy estrechas y estar densamente poblada, provocaba que los incendios se propagaran con suma facilidad. Esto hace imposible determinar el número de aldeas, pueblos y ciudades que fueron arrasados por el terrible fuego.
Julio César mandó organizar a Marco Licinio Craso (una de las personas más ricas de la ciudad gracias a la especulación inmobiliaria) que organizara a 600 esclavos (vigiles) que se encargarían de sofocarlos. Craso, ambicioso y cruel, creó también una brigada privada de «incendiarios» a su servicio que se encargaba de quemar las casas que quería adquirir y así obligar a su dueño a vendérsela a buen precio en el momento que ardía, no dando la orden a sus bomberos para que lo apagaran hasta que no consiguiera la compra.

Tras el incendio del año 6 d. C., el emperador Augusto lo reestructuró con una organización semimilitar, con divisiones y subdivisiones encargadas de una demarcación determinada de la ciudad. Eran diez cohortes urbanas (Compañías de Bombero) y cada una disponía dos siphonas, picotas, mallas (cantones), escaleras (escalae), hachas (dolobrae), palas…
Sus rangos jerárquicos (de mayor a menor) eran: Prefecto (que también hacía de juez en casos de conflictos relacionados con los incendios), Sub-Prefecto, diez Tribunos, cien Centuriones, cien Vixillarii y el resto, bomberos que recibían un nombre según la función asignada: los aquarii, transportaban el agua en cadenas humanas; los siffonarii, arrojaban el agua al fuego con las bombas de mano (siphos) y los uncinarii, que se sujetaban a los techos y paredes en llamas ayudados por unas lanzas con ganchos. En total lo componían 10.000 libertos o ciudadanos que recibían un salario y una pensión al retirarse, tras 26 años de servicio.
Otros emperadores como Trajano preferían tener máquinas para que los propios dueños las utilizaran en caso de necesidad antes que mantener este grupo de bomberos voluntarios. Desconocemos si durante los siglos III al X siguieron funcionando (seguro que no con la eficacia de antes) pero sin duda debemos considerar a ese Cuerpo de Bomberos de Julio César, como el precursor, y al del emperador Augusto, el primero profesionalizado.
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Bomberos del mundo-FB; Bomberosperu
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