Más cosas no le podían pasar a este pobre hombre entre espadas, garrotes y cuchillos atravesándole desde la cabeza hasta los pies. Vaya, que si nos hicieran esto a nosotros lo más seguro es que no sobreviviéramos más de dos segundos aunque nos atendiera el mejor cirujano del mundo. Por suerte para él no se trata de un personaje real sino que es una lámina conocida como el «Hombre Herido» del libro «Feldbuch der Wundartzney», traducido como «Manual de cirugía» y publicada en 1517 por el cirujano alemán Hans von Gersdorff.
Durante el siglo XVI, Francia e Italia dominaban el pensamiento y la mayor parte de los descubrimientos mientras que la cultura alemana iba un paso por detrás, pero en medicina, von Gersdorff, sería un referente tanto entre sus contemporáneos como en los años que le siguieron, convirtiéndose en un cirujano excepcional y en uno de los médicos alemanes más importantes de la historia.
Cirujano de campo, siempre se encontraba al lado de los soldados ganándose el apodo de «Cirujano del polvo», pero también se le conocía como «Schylhans», que se traduciría como el «estrabismo de Hans» pues parece ser era bizco. Vivió en Estrasburgo aunque no se sabe mucho de su vida personal. Llegó a ser el cirujano personal del archiduque de Austria, Segismundo, y tradujo numerosos textos médicos importantes de aquella época como el libro de anatomía de Guy de Chauliac.
Pocos adquirieron la experiencia que llegó a acumular durante sus 40 años de trabajo, aunque sería sobre todo en las batallas que libraron los confederados helvéticos contra Borgoña en la segunda mitad del siglo XV donde más se curtiría. Es recordado por ser uno de los primeros cirujanos de Estrasburgo en «practicar» con los cadáveres de delincuentes ajusticiados en la horca, atribuyéndosele más de 200 amputaciones así como el inventar varios dispositivos mecánicos utilizados en el tratamiento de traumatismos.
Toda esta experiencia la recogería en ese manual ilustrado que acabaría por convertirse en texto quirúrgico durante mucho tiempo. En él, además de las lesiones descritas hasta entonces, aparecerían esas nuevas heridas más destructivas y lesivas, provocadas por el cada vez más frecuente uso de armas de fuego. Y es que en aquellos tiempos las luchas que se libraban ocasionaban heridas mortales, y si no fallecían al instante, serían los propios galenos con sus agresivos tratamientos los que les llevarían a una muerte segura provocándoles más dolor del que ya tenían.
Las armas de fuego eran disparadas a corta distancia haciendo que la pólvora quedara incrustada en la herida. Existía la creencia de que esta pólvora «envenenaba» la lesión y debía eliminarse de la manera más rápida y eficaz posible. Como que Galeno no dejó nada escrito al respecto, se las ingeniaron aplicando aceite de saúco hirviendo o hierros candentes que además de no ser eficaces les provocaban terribles sufrimientos.
El manual era como una guía rápida de las lesiones que debían hacer frente los cirujanos militares en el campo de batalla. Nadie hasta entonces sabía como tratarlas. Gersdorff fue de los primeros en recomendar que se examinara bien la herida retirando los cuerpos extraños, las astillas y los fragmentos óseos. Esto nos puede parecer ahora algo de lo más lógico pero entonces no se pensaba igual. Si la lesión requería la amputación de la extremidad recomendaba, después de usar la sierra, cubrir la herida del muñón con la propia piel.
Poco después, el cirujano francés Ambroise Paré revolucionaría el tratamiento de las heridas tras aplicar un apósito de yema de huevo, aceite de rosas y un emplasto de hierbas, mejorando su pronóstico.
Así pues, aunque parece una lámina un tanto cruel y macabra (es que hasta pisa una ramita de árbol con el pie derecho, también es mala suerte), tiene también su trocito de Historia. 😉
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