En otras ocasiones he tratado algunos aspectos de la prostitución, concretamente en la Antigua Roma y en la Edad Media. Es un tema del que podríamos hablar durante semanas y mi intención hoy es acercaros el origen de la palabra «ramera», uno de los tantos nombres con los que se conocían y conocen a las prostitutas.
Encontramos por primera vez referencia escrita en La Celestina (1499) cuando dice:
Esta mujer es marcada ramera, según tú me dijiste, cuanto con ella te pasó has de creer que no carece de engaño. Sus ofrecimientos fueron falsos y no sé yo a qué fin.
Será el filólogo español Joan Coromines quien en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico apunta que era costumbre en la Edad Media, concretamente en el siglo XII, que las mujeres que decían ejercer la prostitución de manera independiente y sin estar sometidas a las normas de los burdeles colgaban un ramo de flores en la puerta de sus viviendas para así llamar la atención de los clientes.
… y no penséis que la prostitución está restringida al homo sapiens pues entre los animales también existe. Se da el caso de una especie de pingüino de la Antártida, los Adelia, que construyen sus nidos con algo muy escaso por esas latitudes: las piedras. Para obtenerlas, y cuando su pareja está alejada, prestan favores sexuales a otros machos (solteros, eso sí) a cambio de piedras más grandes. Los científicos dicen que lo hacen para mejorar la especie, no sé, puede que sí, pero el caso es que no son los únicos. En la República de Guinea hay unos chimpancés que roban la fruta (principalmente la papaya) para dársela a sus hembras a cambio de sexo.

En fin, también en el panteón romano existía una diosa menor de la agricultura que era conocida como «Puta», pero esto es solo una coincidencia pues literalmente significa «poda». 😉
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