
África descansa sobre unas reservas de agua subterránea equivalentes a medio millón de kilómetros cúbicos y parte de ella se encuentra debajo del desierto del Sáhara, el Gran Desierto, el más cálido del mundo. Tienen 5.000 años de existencia y son muestra de que donde ahora solo hay arena antes había agua. Puede que esto nos llegue a sorprender pero cincuenta años atrás era de locos el pensarlo. Fue a raíz de un genial descubrimiento que se comenzó a tomar como real esta locura. Fue la pasión de un aventurero la que acabó convenciendo a todo el mundo. Hablemos hoy de László Almásy, el paciente inglés interpretado por el actor Ralph Fiennes en la película oscarizada en 1996 y basada en la novela de Michael Ondaatje.
Para el que conozca la película debe saber que muchos de los aspectos que se citan sobre Almásy no son ciertos pero, en el caso de este aventurero, de este amante del desierto, su vida supera cualquier ficción. Su nombre completo es László Ede Almásy, Teddy para los amigos, y nació en 1895 en la localidad húgara de Borostyanko, proveniente de una familia sin título nobiliario pero aristocrática. Desde joven se interesó por esos primeros aviones y coches (un entusiasta de las nuevas tecnologías de su tiempo), sirviendo y siendo condecorado en varias ocasiones durante la Primera Guerra Mundial en la que destacó como piloto de las fuerzas aéreas húngaras. Al finalizar la guerra trabajó como representante de la marca de coches Steyr Autmobilewerke para la que hacía tests de resistencia de sus automóviles viajando en ellos a través del Noreste de África, Libia, Sudán y Egipto (seguro que más de uno de nuestros actuales coches no pasarían las pruebas).
Es en una de sus rutas que se enamoraría, no de una mujer, sino de la inmensidad del Sáhara, y es entonces cuando llegó a sus oídos la leyenda del oasis perdido de Zerzura, un rincón por descubrir entre Libia y Egipto, custodiado por un pájaro blanco. Un lugar secreto, repleto de oro en el que yacía una reina durmiente que solo podría ser despertada por un beso (no, tampoco era Blancanieves). Los nativos lo situaban entre tres valles (wadis) y Almásy se propuso encontrarlos con la ayuda del rey de Egipto que le convirtió en su mecenas, gracias también a que era buen conocedor de seis idiomas, entre ellos el árabe.
A pesar de los muchos contratiempos a los que tuvo que enfrentarse durante su búsqueda y gracias a que pudo explorar el desierto desde el aire con la ayuda de un avión, descubre el valle de Wadi Abd el Malik, el Wadi Sura y finalmente el Wadi Talh, al oeste de Gilf Kebir. El mito se hizo por fin realidad.

Poco después, explorando el pozo de agua de Ain Dua en los Montes Uweinat, al sur de Gilf Kebir, una zona ya explorada en 1923 en la que se descubrieron pinturas rupestres que mostraban antílopes y jirafas, dio con otras pictografías neoliticas que desconcertarían a todos los científicos y que acabarían siendo el más importante de sus hallazgos: unas figuras de gente nadando. ¿Cómo podía ser que en medio del desierto del Sáhara, donde solo había arena, se pintaran miles de años antes, junto con otros animales, personas bañándose? Solo se podía explicar argumentando que el Sáhara no siempre había sido un desierto.
Un año después de su descubrimiento escribiría su libro El Sáhara desconocido en el que dedicaría un capítulo a esta cueva sugiriendo que un cambio climático habría convertido ese lugar en un desierto. Claro está que no se hizo esperar el rechazo inicial entre la comunidad científica pero con los años y las posteriores investigaciones, su hipótesis acabaría por confirmarse. El clima del Sáhara ha oscilado en los últimos cientos de miles de años desde el estado húmedo al seco. Tras la última glaciación la lluvia anegó al Sáhara desde el año 8.000 a. C. hasta el 6.000 a. C. y cuando las capas de hielo se fundieron, el norte del Sáhara se secó, aunque en el sur existía todavía un clima monzónico. Hoy se estima que la cueva tiene 10.000 años, es decir, pertenece al período de tiempo de la glaciación.
Almásy dirigiría otras exploraciones en el desierto y con el inicio de la Segunda Guerra Mundial regresaría a Budapest. Su conocimiento del desierto le hizo regresar como Capitán en la reserva de las Fuerzas Aéreas Húngaras del Afrika Korps de Rommel, y tras finalizar la guerra acabaría siendo juzgado como criminal de guerra por el Tribunal del Pueblo en Budapest, del que resultaría absuelto por falta de pruebas.
En 1947 regresó a Egipto para buscar el ejército del rey persa Cambises II sepultado según cuenta Herodoto (Historia, III, 26) por una tempestad de arena en el siglo V a. C. mientras marchaba contra los amonitas del oasis de Siwa. Sin embargo, no pudo finalizar su empresa al sorprenderle la muerte cuatro años después en Salzburgo, no de insolación, ni de hambre, ni con quemaduras en su rostro, sino de disentería amebiana.
Nuestros satélites muestran que en el desierto se está produciendo un incremento de las áreas de pasto y el florecimiento de matorrales, tanto en el Sáhara oriental como occidental, debido a un aumento de las precipitaciones. Quién sabe si en el futuro, donde ahora solo hay un desierto de arena se vuelva a encontrar un gran lago y dentro de 10.000 años vuelva a existir otro gran aventurero, otro Almásy que se aventure a decir que en donde ahora solo hay agua antes no había más que arena y dromedarios.
Un video:
La exploración del desierto desde el espacio
Una novela:
Nadadores en el desierto. A la búsqueda del oasis de Zarzura, de E. Almásy.
Para saber más:
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