Devolver la vista a los ciegos ha sido algo buscado desde siempre y aunque pueda parecernos algo extraño que lo intentaran, así fue a lo largo de los siglos. ¿Cómo lo hacían? ¿Tuvieron éxito en sus tentativas o por el contrario morían en el intento? A lo largo de las próximas líneas os acercaré un poco este aspecto de la medicina, considerado un milagro, sí, pero algunos ilustres médicos osaron realizarlo con los escasos (por no decir nulos) medios que disponían entonces. Unos lo consiguieron, muchos otros no, pero gracias a sus intentos y a su ciencia hoy somos capaces de ello, devolver la vista al que no ve.
En la Antigüedad, ser ciego significaba estar discriminado por la sociedad hasta que llegó la caridad cristiana que intentó rescatarlos de ese desprecio que sufrían. Sin embargo, los siglos posteriores no fueron mejores y siguieron estando relegados. No será hasta el siglo XII que encontramos el primer hospital de ciegos en Suabia y cien años después, San Luis, rey de Francia, mandó construir otro hospital destinado a los ciegos de las Cruzadas.
También existieron ciegos ilustres como: Homero, cuyo nombre significa «el que no ve»; Demócrito de Abdera, que según algunos dicen perdió voluntariamente la vista para huir de las cosas atractivas de la vida y así concentrarse en su propia filosofía; el cónsul romano Cecilio Metelo; los artistas Miguel Ángel, Degas y Gaugin, este último pasó sus últimos años -cegado por la lepra- en una isla de los mares del Sur pintando en las paredes de la cabaña donde vivía hasta que la nativa que le acompañaba la incendió cumpliendo así su voluntad; Galileo, a quien ya le dedicamos un artículo en el blog, y muchos otros.
Aunque la lesiones del ojo ocasionadas por las batallas eran algo habitual, una de las principales causas de ceguera han sido las cataratas, enfermedad que médicos de todas las épocas han mostrado gran interés en sanar.
La catarata es la opacificación del cristalino (una lente en forma de lenteja compuesto de una parte externa, cápsula, alrededor de un núcleo) y en la medicina antigua la explicaban como la aparición de unos flujos espesos que lo oscurecían como un «flujo que desciende» (Hypókhyma en griego, suffusion en latín) mientras que algunos le dieron el significado de «lo que se precipita desde arriba» (Katarráktes en griego, cataracta en latín). Este último es el que ha predominado durante siglos al considerarse que era algo que tapaba y obstruía impidiendo ver con claridad.
Encontramos intentos de tratarlas en la edad de Bronce (2.000 a. C.) mediante instrumentos de dicho material. En el Código de Hammurabi podemos leer:
Si se ha abierto la nube de un ojo de un hombre libre con la lanceta de bronce y ha curado el ojo del hombre, el médico recibirá diez siclos de plata; si es esclavo, dos siclos (art. 215)
Por el contrario, si no tiene éxito…
(…) y destruye el ojo del hombre, se le cortarán las manos (art. 218). Y si es esclavo, pagará en plata la mitad de su precio (art. 220)
En Egipto, donde las inclemencias del Sol y la arena del desierto provocaban frecuentes lesiones oculares, la ceguera era muy frecuente. Encontramos muestras de sus conocimientos oftalmológicos en numerosos papiros (Ebers, Londres, Carlsberg) Se referían a las cataratas como «el manantial de agua de los ojos» sugiriendo de esta manera tan descriptiva su causa. Encontramos aquí al primer oculista de la historia del que se conoce su nombre, el egipcio del Imperio antiguo, Niankh-Dwaw.
¿Y cómo las trataban?
Podríamos diferenciar los tratamientos según los períodos de la Historia:
Hasta el siglo XVIII (técnica del abatimiento o reclinamiento)
Encontramos en el libro Uttara Tantra de Sushruta (siglo VI a. C.) un primer intento de tratamiento:
(…) el cirujano incide el globo ocular con una lanceta envuelta en un paño… si el paciente reconoce formas, la lanceta es retirada lentamente y se coloca manteca derretida sobre el ojo (…)
Los romanos consideraban que el cristalino era el órgano central de la visión así que de ninguna manera se debía extraer. En el año 25 d. C. Celso escribe:
con el punzón debe llevarse la aguja a la catarata y, girándola, lentamente, desplazar la catarata hasta la parte inferior de la pupila
Así, utilizando una especie de anestesia a base de opio (eso con mucha suerte pues generalmente se hacía sin anestesia), realizaban un pequeño corte en la esclerótica y después cortaban las fibras que sujetaban el cristalino (zónula) con una aguja (couching) hasta que quedaba reclinado, pero sin extraerlo. Todavía en nuestros días y en países en vías de desarrollo de África puede comprobarse que aún se practica.
En la Edad Media, la cirugía de los ojos queda en manos de charlatanes y son pocos los que destacan, quizás Rogelio de Parma y Guido de Chauliac. Serán los tratados de los médicos andalusíes los más completos y serios hasta que aparezcan los médicos franceses del Renacimiento. No podemos dejar de nombrar a Albucasis y Avicena como grandes conocedores de las enfermedades oculares aunque ninguno hace sombra al oftalmólogo cordobés, Mohamed al-Gafequi (siglo XII), gran experto en la operación de las cataratas. Suyo es la «Guía del oculista» un tratado de seis libros cuyo manuscrito original se encuentra en la biblioteca del Monasterio del Escorial, atribuyéndosele también el invento de las gafas (esto no parece estar confirmado).
En el siglo XVIII (cirugía extracapsular)
Las descripciones anatómicas del ojo de Vesalio y Kepler, sumado a las observaciones con el microscopio, hizo avanzar en el entendimiento de la visión. En 1747, Jaques Daviel abordó esta cirugía de forma muy distinta hasta entonces. En una ocasión en la que se disponía a operar un ojo mediante el método tradicional, el cristalino se rompió pasando en parte a la cámara anterior. Para intentar subsanar el fracaso en la intervención realizó una incisión en la parte inferior de la córnea, y mediante presión, extrajo los restos de cristalino. Posteriormente hizo un vendaje compresivo del ojo. Inicialmente el paciente recobró la visión pero poco después una infección hizo que se complicara la recuperación. Su técnica representó un gran avance en el tratamiento de las cataratas aunque tenía dos grandes inconvenientes: no servía para extraer las cataratas «no maduras» y la pérdida vítrea complicaba en ocasiones el obtener los resultados deseados.
Siglo XIX – principios siglo XX (cirugía intracapsular)
Para solucionar el inconveniente de la técnica de Daviel se desarrolló otra que consistía en extraer el cristalino completo («in toto»). El primero en practicarla fue el Dr. Samuel Sharp, en Londres, tras realizar una incisión inferior de 180 º y presionando con el pulgar hacia abajo. El mayor problema que se encontraba era el de romper las fibras zonulares que sujetaban el cristalino. Con los años la mejora en los resultados fue un hecho (gracias sobre todo a la eminente saga familiar de oftalmólogos Barraquer) y se ha seguido practicando hasta casi finales del siglo XX.
A partir de mediados siglo XX
Ese cristalino que se extraía debía ser reemplazado por una lente. Esta idea no era nueva aunque no será hasta la segunda mitad del siglo XX que se utilizan con éxito unas lentes intraoculares valiéndose de la antigua técnica extracapsular. Harold Ridley, en 1949, será el primero en conseguirlo utilizando el procedimiento de Daviel.
Fueron evolucionando tanto los materiales como las formas de las lentes, y en 1967, Charles Kelman introduce la novedosa técnica de facoemulsificación con la que fragmentaba el núcleo del cristalino con ultrasonidos y eliminándola mediante aspiración utilizando una incisión más pequeña. Se convirtió en la manera más segura, rápida y eficaz de operar las cataratas, empleándose en la actualidad la tecnología láser que puede facilitar las maniobras previas a la facoemulsificación.
Es increíble lo que ha avanzado la cirugía oftamológica en las última décadas, pero como en tantas otras ramas de la medicina, esto no sería posible sin esos «milagros» acontecidos durante siglos.
Hoy sí es posible devolver la vista al que no ve.
Para saber más:
Sociedad Española Oftalmología
Anatomía del cristalino (presentación)
Links imágenes:
Nadina; Marta Diarra; Rakesh Ahuja, MD
Información basada en La vida en los ojos (III): los ojos en la medicina, de Ángel Fernández Dueñas
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