Las técnicas de reproducción asistida (fecundación artificial) han experimentado un avance espectacular en los últimos años. En la actualidad, se consigue en muchos casos solucionar el anheloso deseo de la pareja para concebir un hijo cuando otros tratamientos médicos o quirúrgicos no han podido. Inseminaciones artificiales, fecundaciones in vitro, inyección Intracitoplasmática de Espermatozoides (ICSI), donación de óvulos y otras técnicas, han hecho posible este «milagro» de la ciencia. Mi intención hoy no es hablar de todos, para ello tendría que tener un blog solo dedicado a este fin, sino de la más simple pero también más utilizada técnica de reproducción asistida, la inseminación artificial.
Actualmente se dispone de bancos de semen distribuidos por todo el mundo donde los espermatozoides se congelan manteniéndolos sumergidos en nitrógeno líquido a -196 grados ¡qué fresquitos deben de estar! todo el tiempo necesario. Pero lejos de ese 25 de julio de 1978, fecha del nacimiento del primer bebé probeta de la historia, encontramos a finales del siglo XVIII los primeros intentos de inseminación artificial en humanos.
En 1785 un rico comerciante acudió al anatomista y cirujano escocés John Hunter solicitándole ayuda para concebir, ya que padecía de una malformación de la uretra conocida como hipospadia (la abertura uretral se sitúa por debajo del pene en vez del extremo del glande). El médico le sugirió recoger una muestra de su semen en una jeringa caliente e inyectarla directamente en el útero de su mujer y… ¡bingo!, se quedó embarazada al primer intento naciendo un niño bien sano. Lo cierto es que el doctor Hunter (y el comerciante, claro) tuvieron mucha suerte con el «experimento» dado que en el momento de la inseminación la mujer se encontraba en el momento de la ovulación.
Casi un siglo después, en 1866, el Dr. James Marion Sims (a quien ya le dediqué una entrada en el blog y que os invito a leer si no lo habéis hecho ya), describió la prueba postcoital mediante la cual se podía ver la movilidad del espermatozoide en el moco del canal cervical, y dieciocho años después, el Dr.William Pancoast del Jefferson Medical College de Filadelfia, conseguiría el primer caso confirmado de inseminación artificial con semen de donante. No deja de ser curioso el hecho de que la inseminación fue realizada delante de los estudiantes de medicina utilizándose el semen del más «guapo de la clase».
Bien, ¿y quién era Derek? No, no me he olvidado de él pero antes quería haceros esta pequeña reseña histórica para centrar el tema.
Uno de los efectos colaterales de la Primera Guerra Mundial fue el hecho de que muchos de los valientes soldados que sobrevivieron a la misma, ya sea por algún problema físico o porque seguían en estado de shock permanente por todos los horrores vividos, veían como sus esposas no podían ver cumplidos sus deseos de ser madres y por fin formar una familia. La solución, aunque controvertida, la dio la Dra. Helena Rosa Wright.
La Dra. Wright era de origen británico y con el tiempo se convirtió en una figura influyente a nivel internacional en cuestión de planificación familiar, siendo autora de varios libros y guías sobre educación y terapia sexual. Se casó con el capitán del ejército Henry Wardel Snarey Wright, a quien llamaba Pedro y con quien tendría cuatro hijos. Tras permanecer unos años en China, donde ocupó el cargo de profesor asociado de ginecología en la Universidad Cristiana de Shandong, regresó a Inglaterra donde abriría en 1921 dos clínicas en Londres, una de ellas en Notting Hill. Activa promotora del uso de la anticoncepción en el matrimonio, desde 1936 establecería el primer plan de estudios de medicina anticonceptiva dando conferencias a los médicos en formación.
Sí, y Derek ¿cuándo aparece en escena? Impacientes… ahora mismo paso a explicarlo.
Hace un par de años que el periodista Paul Spicer publicaría una historia sorprendente: la creación de una especie de «servicio secreto de donación de esperma» por parte de la Dra. Wright para poder ayudar a procrear a las esposas de esos sufridos soldados. Se calcula que al menos unas mil mujeres se pusieron en contacto con ella y les concertaba una cita con un padre de alquiler (de una en una, no a la vez 😉 ) El «espécimen» en cuestión era un buen mozo de 20 años, sano e inteligente, proveniente de una rica familia inglesa a la que la doctora conoció a través una de sus enfermeras pues era su marido. La aspirante debía firmar un contrato de confidencialidad, los maridos estar de acuerdo y hacer ambos la promesa de no revelar nunca quién era el padre, además de pagar 10 libras que se utilizarían para financiar el «secreto». Las citas se programaban meticulosamente según las fechas más propicias para concebir de cada mujer, con la condición añadida de no repetir la sesión pues había que mantener el «espíritu del servicio» que no era otro que el de fortalecer ese matrimonio con la bienvenida de un hijo. Derek, como buen profesional, siempre vestía de traje oscuro, camisa blanca, sombrero y pajarita de lunares. Tampoco acudía sin su bolsa donde guardaba un pijama y una botella de brandy. Su atractivo y buen quehacer, hacían el resto.
Durante treinta y tres años, el período que va de 1917 a 1950, engendró la friolera cifra de 496 hijos. Aunque hay que decir que tres fueron de su propio matrimonio, dos con la amante de su padre -con la que se casó al fallecer este- y cuatro más con una mujer de Singapur (esto último no está confirmado pero digo yo, no vendrá de cuatro).
Derek falleció en 1974 y siempre estuvo al corriente del nacimiento de cada uno de sus hijos (era avisado por telegrama por la doctora). Helena Wright murió en 1982 a los 95 años de edad, siendo cuestionada toda su vida por su pionero trabajo de donación de esperma.
Para saber más:
Vida y muerte en las trincheras del blog Ciencia Histórica de Jesús Barcala.
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