Puede parecer un título extraño para este artículo pero creo que cuando acabéis de leerlo entendáis el porqué del mismo. Hoy hablaremos del genial Salvador Dalí, y el nombre tan raro de la entrada no es más que el que le puso a la obra estrella que pintó a finales de 1963 para la exposición de la Knoedler Gallery de Nueva York. Quizás tiene otras obras (más) maestras de las que podríamos hablar, pero esta representa mejor que ninguna otra ese interés por la genética, el ADN y la ciencia en general.
Según sus propias palabras…
En un tiempo en que los títulos de las pinturas son bastante cortos yo llamo a mi homenaje a Crick y Watson: «Galacidalacidesoxiribubucleicacid». Es mi título más largo en una sola palabra. Pero el tema incluido es más largo: largo como la persistencia genética de la memoria humana.
Dalí pensaba que las leyes de Dios son las de la herencia contenida en el ácido desoxirribonucleico y que el ribonucleico, ARN, no es más que el mensajero encargado de transmitir el código genético. Tan obsesionado estaba con esta idea que repetía pronunciando las sílabas exageradamente ante los periodistas (aunque no le preguntaran): ¡Hoy la única estructura legítima es la estructura molecular del ácido desoxirribonucleico! Para el pintor esta molécula nos da la inmortalidad.
El cuadro hace referencia a la vida, con las moléculas del ADN (izquierda); la muerte, representada por los hombres con fusil dispuestos de la misma forma que las bases que componen el ADN; y el más Allá, en el centro, simbolizado por Dios. En este enlace podéis ver el cuadro.
El siglo XX ha sido el más fértil de la historia de la ciencia y Dalí vivió en él. Su relación con ella comienza de joven, en la década de los años veinte, durante su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Este lugar se convirtió en punto de encuentro para difundir y debatir la vida intelectual europea del momento, pasando por allí Einstein, Marie Curie, Stravinsky, Le Corbusier… No sabemos con certeza si asistió a alguna de sus conferencias pero de lo que no hay duda es de su interés por estos temas y que siempre se mantuvo al corriente de todos los progresos científicos. En su casa tenía decenas de libros sobre física, biología, matemáticas y psicología, en los que escribía notas en los márgenes con sus propias conclusiones y preguntas que luego trasladaría a los científicos.
Contactó con numerosos investigadores como Watson y Crick, Dennis Gabor, Ilya Prigogine y Sigmond Freud, con los que hablaba sobre las teorías de la relatividad, la Física Cuántica, la Genética… aunque de su encuentro con Freud en París saliera bastante decepcionado al comprobar que el psicoanalista no le hacía mucho caso. Ya en sus últimos años, se interesará en las publicaciones de Hawking y el matemático René Thom.
Encontramos continuas referencias a ello en sus obras, de las que destacaría las siguientes:
- «El gran masturbador» (1929), con claro simbolismo psicoanalítico y autobiográfico, donde muestra su obsesión por el sexo.
- «Relojes blandos» (1931), una alegoría de la subjetividad del tiempo (Teoría de la Relatividad).
- «El mercado de los esclavos con el busto de Voltaire» (1940), donde une la Física Cuántica y la Cosmología.
- «Leda Atómica» (1941), una de sus obras más complejas en conocimiento matemático y en proporción, en la que para su concepción estudió el Tratado de la divina proporción, de Fray Luca Pacioli, junto con la ayuda del matemático Ghyka.
La ciencia fue su fuente de inspiración compitiendo con Gala, Dios, la guerra y el sexo, encontrando en sus obras, física, matemática, psicología y biología.
En una ocasión un periodista le preguntó el porqué de su interés por la ciencia, a lo que respondió:
Porqué los artistas casi no me interesan. Creo que los artistas deberían tener nociones científicas para caminar sobre otro terreno, que es el de la unidad.
¡Salvador Dalí, genial Dalí! Él sí será inmortal.
Un documental:
Para saber más:
Catálogo razonado de sus pinturas
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