
Muchas batallas se han perdido en la continua lucha del hombre contra los incendios. Ciudades y pueblos arrasados, bosques consumidos y lo peor de todo, la pérdida de vidas humanas. Hace unos meses dediqué un post a los primeros cuerpos de bomberos de la historia, pero en la actualidad y a pesar de disponer de numerosos avances tecnológicos, todavía queda mucho camino por recorrer en lo que a prevención y extinción se refiere. Por desgracia siguen declarándose miles de incendios en todo el mundo que, con más o menos fortuna, se consiguen sofocar gracias a voluntarios y bomberos cada vez más especializados. Pero si hay un incendio que marcó un antes y un después, un siniestro que permanece en la memoria de cualquiera, es el sucedido en el año 1910 en los Estados Unidos, el Gran Burn (la Gran Explosión).
No fue el más mortífero de Norteamérica pero sí el más grande, devastador y en el que más bomberos fallecieron hasta el atentado de las Torres Gemelas del 2011 en el que entre personal paramédico y bomberos murieron 343 valientes. Se incineraron tres millones de hectáreas y afectó a tres Estados: el oeste de Montana, el norte de Idaho y el noreste de Washington.
Tras una primavera y un verano muy secos los bosques eran verdaderos polvorines altamente inflamables. Semanas antes al gran incendio se registraron miles de incendios ocasionados por las cenizas calientes originadas por el paso de las locomotoras o de cualquier otra acción del hombre. El 20 de agosto, un frente frío acompañado de fuertes rachas de viento huracanados avivó varios de esos pequeños incendios en las Montañas Rocosas del Norte y en cuestión de horas, pinos, abetos y cedros hicieron incontrolable su avance.
El Servicio Forestal Nacional se había organizado solo cinco años antes y no disponía ni de medios ni personal suficientemente preparados como para hacerle frente, así que, el presidente William Howard Taft ordenó tanto al ejército como a la Infantería (Buffalo Soldiers) ayudar en las tareas de extinción. Por la noche, los barcos que se encontraban a 800 metros de distancia de la costa en el Océano Pacífico no podían navegar al estar las estrellas ocultas por el humo, cubriendo el cielo de Nueva Inglaterra y llegando el hollín a Groenlandia. La catástrofe parecía imposible de controlar hasta que la providencia hizo que otro frente frío barriera la zona con lluvia persistente ayudando a extinguirlo. El resultado final se saldó con la muerte de 87 personas, en su mayoría bomberos, convirtiéndose en el incendio forestal más mortífero en la historia de los EE.UU. Siete ciudades quedaron completamente destruidas por el fuego, un tercio de la ciudad de Wallace (Idaho) fue reducida a cenizas y la circulación de trenes y las comunicaciones quedaron interrumpidas.
La catástrofe abrió amplios debates en la sociedad además de concienciar a los políticos en la necesidad de mantener una infraestructura eficaz en la prevención y lucha contra los incendios forestales. Se consolidó el Servicio Forestal de Estados Unidos generalizándose esta necesidad al resto de países del mundo.
Y como en todas las desgracias siempre aparece algún héroe, en esta ocasión sería un guardabosques que trabajaba para el Servicio Forestal desde hacía dos años llamado Edward C. Pulaski, el que pasaría a la leyenda:

El incendio localizado al sudoeste de Wallace sorprendería a Pulaski y a los cuarenta y tres hombres que estaban bajo sus órdenes. Al encontrarse acorralados por las llamas hizo que le siguieran hasta el túnel de una mina. Ya en el interior, muchos pensaron que Pulaski les había llevado a una ratonera sin salida por lo que algunos decidieron huir. Pulaski, manteniendo la calma, les ordenó tumbarse en el suelo mientras colgaba mantas mojadas de agua sobre la entrada amenazando de disparar a cualquiera que intentara salir. El humo no tardaría en hacerles perder el conocimiento hasta que despertaron al día siguiente, todos habían sobrevivido menos cinco compañeros. Su decisiva actuación y su coraje evitó que murieran todos. Se convirtió en un héroe.
Pulaski siguió trabajando como agente forestal hasta 1929, muriendo dos años después. En esos años crearía una herramienta de lucha contra incendios que pasaría a ser la más utilizada del Servicio Forestal de EE.UU., el hacha de Pulaski.
«Quiero llamar su atención sobre el maravilloso trabajo realizado por el Servicio Forestal en la lucha contra los grandes incendios de este año. Con la apropiación muy insuficiente hecho para el Servicio Forestal, sin embargo, que el servicio, debido a la absoluta honestidad y eficiencia con que se ha llevado a cabo, ha dado misma manera que se crea un americano orgulloso de tener un cuerpo de servidores públicos tales; y han mostrado las mismas cualidades de heroísmo en la lucha contra el fuego, en el peligro y en ocasiones a la pérdida de sus vidas, que los bomberos de las grandes ciudades muestran en el trato con los edificios en llamas. «
Theodore Roosevelt, sep 1910 (Presidente de los Estados Unidos 1901 – 1909)
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