
En el siglo XIX se discutía si la enfermedad mental tenía un origen biológico, algo revolucionario para la época y más tras la gran influencia que tenía la psiquiatría no biológica del psicoanálisis de Freud. Carl Wernicke y Jean-Marie Charcot fueron pioneros al relacionar la sintomatología psiquiátrica con determinadas áreas cerebrales y la biología de la histeria, respectivamente. Era un problema que a pesar de siglos de historia y a puertas del siglo XX se encontraba muy lejos de solucionarse. Las instituciones psiquiátricas estaban saturadas y todavía no se disponían de psicofármacos que ayudaran a tratar la esquizofrenia y los trastornos afectivos. En este contexto apareció algo novedoso, la lobotomía.

La idea de la trepanación para curar determinadas enfermedades la encontramos hace miles de años cuando pensaban que así podían liberar al enfermo de esos malos espíritus. Llamada también leucotomía prefrontal -aunque también puede ser temporal, parietal o frontal-, consistía en separar las vías nerviosas de un lóbulo o de los lóbulos del cerebro de otras áreas. Sería el Dr. Gottlieb Burckhardt en el año 1892 el primero en realizarla, sin éxito al fallecer dos de sus pacientes, pero su osadía sería el precedente, casi cuarenta años después, de los médicos portugueses Antonio Egas Moniz y Almeida Lima, que la modificarían inyectando en la corteza frontal alcohol a través de unos agujeros hechos en el cráneo pensando que los pacientes con conductas obsesivas sufrían de problemas en los circuitos cerebrales.
Sus resultados llamarían la atención del psiquiatra norteamericano Dr. Walter Freeman (que le daría el nombre de lobotomía) ampliando su uso a la depresión, la esquizofrenia, la neurosis y la ansiedad. Era tanta su fe en ella que se llegó a aplicar para tratar los dolores de cabeza, la homosexualidad (entonces era considerada como una enfermedad) y hasta el… ¡comunismo! Freeman sería el primero en realizar una lobotomía en Estados Unidos divulgándola al mundo entero, era el año 1936.

En la revista New York Times del 6 de junio de 1937 podía verse un titular en su portada «Surgery used in the soul sick» que generó grandes esperanzas a los enfermos gracias a esta nueva técnica. Freeman, junto al cirujano James Watts, practicaron miles de lobotomías realizando dos agujeros laterales en el cráneo, en la zona frontal, en los que introducían el «leucotomo», un artilugio que rotándolo iba seccionando en mayor o menor número de rodajas la zona frontal del cerebro según la gravedad del paciente. A partir de 1937, modificarían su técnica por otra «menos» agresiva, la lobotomía transorbital, consistente en introducir a través de las órbitas de los ojos un «picador de hielo».

Según Freeman y Watts -e insisto en lo de «según»- dos terceras partes de sus pacientes mejoraban su sintomatología, 23 % se quedaban igual y un 14 % empeoraban. Unos resultados que defendían diciendo que se practicaba en pacientes graves y condenados a vivir aislados indefinidamente en psiquiátricos, siendo mucho peor la opción de no hacer nada.
Será en 1949 que Egas Moniz ganaría el premio Nobel por su técnica de lobotomía en un momento en que la operación estaba en su cenit, pero a partir de mediados de los 50 caería en desuso por sus pobres resultados. Los intentos de «curar» la esquizofrenia han sido tan inútiles como agresivos. El psiquiatra austriaco Manfred Sakel provocaba el coma administrando insulina, el psiquiatra húngaro Ladislas van Meduna utiliza el metrazol para provocarles convulsiones pensando que les podrían ser beneficiosas para su estado mental y los italianos Ugo Cerletti y Lucio Bini emplean corrientes eléctricas (electroshock) que acabarán siendo utilizadas en muchos hospitales y, aunque no morían, a menudo terminaban el tratamiento con varios huesos rotos.
Pero será con la aparición a partir de 1954 de los psicofármacos como la clorpromacina -mucho menos agresivos- que estos tratamientos acabarán por desaparecer. El Dr. Freeman seguiría practicando lobotomías hasta que en 1964 recibió a una paciente que solicitaba volver a ser reintervenida con una tercera lobotomía. Por desgracia, falleció a consecuencia de una hemorragia secundaria a la intervención, siendo la última lobotomía practicada por él. Sería el propio Egas Moniz quien demostrara más tarde que la lobotomía prefrontal solo tenía una efectividad del 10 % dejando unas secuelas irreversibles en la mayoría de las personas a las que se le practicaba.
Prohibida en la mayoría de países en la década de los años 70, hago mías las palabras del neurocirujano Henry Marsh al decir que «era una muy mala medicina, mala ciencia, pues era claro que nunca se le hizo seguimiento apropiado a los pacientes». Y es que las evaluaciones de las primeras lobotomías tenían un problema: eran hechas por los mismos médicos que realizaban las intervenciones. Por suerte para la medicina y para todos nosotros en la actualidad existen otros métodos de evaluación de eficacia mucho más rigurosos y objetivos.
Y para terminar permitidme recomendaros una película «Alguien voló sobre el nido del cuco» (1975) del director Milos Forman y protagonizada por el genial Jack Nicholson.
Para saber más:
Walter Freeman (video)
Electoshock y Lobotomía (video)
Un libro:
Mi lobotomía (2007) de Howard Dully, donde cuenta cómo fue lobotomizado a los 12 años.
Audio (inglés):
Mi lobotomía: el viaje de Howard de Dully
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