
No, tranquilos, no he querido ser soez con el título 😉 pero la expresión define lo que voy a explicar a continuación e incluso se queda corta. Me refiero al puerto de Ostia Antica, una antigua ciudad costera al mar Tirreno en Italia en la desembocadura del río Tíber, junto a la antigua colonia romana del mismo nombre, donde cada año llegaban miles de toneladas de trigo, aceite y vino, y cuyo emplazamiento resultó ser vital para el abastecimiento de la gran Roma.
La colonia de Ostia se encuentra a 25 kilómetros de Roma atribuyéndosele su fundación al rey Anco Marcio, en el siglo VII a. C., aunque los restos arqueológicos más antiguos que se han encontrado corresponden al campamento militar (Castrum) del siglo III a. C. Puede que inicialmente se fundara con la única intención de impedir que los enemigos de Roma pudieran acceder a la Urbe ascendiendo el río Tíber, pero su embarcadero proporcionaba a la ciudad esa salida al mar que necesitaba, asegurando el aprovisionamiento de trigo y sal, llegando a reemplazar en el siglo I d. C. al puerto de Pozzuoli (Puteoli) en la bahía de Nápoles.
La intensa actividad comercial de sus calles la convertía en una ciudad bulliciosa. Los artesanos se organizaban en corporaciones: carpinteros, vendedores de cuerdas, armadores de barcos… Cientos de estibadores cargaban y descargaban los sacos en el puerto mientras los pregoneros vendían al por mayor entre sus calles. Numerosos funcionarios se encargaban del abastecimiento de los distintos productos como el aceite (procurator ad oleum) y de la importación de animales para los juegos que se organizaban en el anfiteatro, pudiendo verse camellos, elefantes, leones enjaulados ante la atónita mirada de la multitud mientras los vigiles se encargaban del buen funcionamiento del día a día.

Roma alcanzó en tiempos del emperador Augusto un millón de habitantes, cifra que se incrementó medio millón más con Trajano, debiendo las autoridades romanas proporcionar el cereal (annona) necesario para alimentar a sus ciudadanos tras el programa de reformas que instauró en el año 123 a. C. Cayo Sempronio Graco (lex Sempronia frumentaria). El trigo obtenido en los campos de Italia resultaba del todo insuficiente así que el abastecimiento se hacía por vía marítima importándose de Sicilia, Túnez, Argelia y Egipto, donde lo embarcaban los armadores (naviculari) desde Alejandría o Cartago hasta el puerto de Ostia. Allí, un magistrado (cuestor ostiense) registraba la mercancía para después los barqueros transportarla en navíos especiales a lo largo del Tíber hacia Roma.
El puerto no podía asumir toda esa actividad encontrándose con un problema añadido: la estrechez y la poca profundidad del río no permitía acoger a los barcos de gran calado, obligando al transporte de las mercancías en alta mar a otros barcos más pequeños. Estas maniobras ocasionaban frecuentes naufragios haciendo que se perdiera parte de la carga, apareciendo entonces unos expertos buceadores conocidos como urinarii -nombre que hace referencia a su otra labor, la limpieza de pozos, cisternas y alcantarillas- que eran los encargados de recuperarla. Existía otra alternativa menos atractiva: descargar en el puerto de Pozuoli a 250 kilómetros de distancia de Roma, hecho que retrasaría su abastecimiento.
Para intentar solucionar este importante problema el emperador Claudio ordenaría construir en el año 42 d. C. el Portus Augusti Ostiensis a cuatro kilómetros al norte de la colonia, pero la medida no solucionó los frecuentes naufragios de las embarcaciones. Será con Trajano, en el año 113, que se construiría un segundo fondeadero, de forma hexagonal para disminuir la fuerza del impacto de las olas, el actual canal de Fiumicino. Tras la caída del Imperio romano la actividad portuaria se trasladaría a Portus, siendo paulatinamente abandonada hasta el siglo IX.

El trabajo que generó el puerto de Ostia hizo que en el siglo II d. C. albergara hasta 50.000 habitantes contando con tres establecimientos termales, letrinas públicas, numerosos templos y un teatro que en tiempos del emperador Cómodo se amplió con un aforo de 4.000 espectadores.
Hoy se calcula que han aparecido los restos de dos tercios del antiguo pueblo y los visitantes que se acerquen a las ruinas del antiguo Puerto Romano se encontrarán con una calzada principal (decumanus maximus) que atraviesa toda la ciudad con los restos de los edificios que allí había a ambos lados de la misma, más de ochocientas tabernae o talleres y los primeros pisos de las insulae que se construyeron para albergar a la población, una pequeña muestra de lo que fue tras ser sus ruinas reutilizadas como materiales de construcción de la Torre de Pisa, los palazzi de Roma y muchos otros edificios del Renacimiento.
Para saber más:
La vita quotidiana a Ostia. C. Pavolini. Laterza, Roma (2010)
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