No hay que ser muy perro (o gato) para saber de la existencia de unos animalitos que, aunque por tamaño no asustan, sí lo hacen por las enfermedades que transmiten. Me refiero a las siphonaptera pulicidae, más conocidas como pulgas.
Tifus y pestes bubónicas han sido algunas de las mayores plagas de la historia diseminadas por estos malditos bichitos. Pero lo que no saben nuestros canes -y seguro que muchos de vosotros tampoco- es que hubo un tiempo no muy lejano al nuestro en el que estas pulgas fueron las protagonistas de un espectáculo de circo muy singular donde saltaban, se columpiaban, bailaban y desafiaban a los incrédulos y críticos de arte.
Por el año 1818 vinieron unos alemanes a Madrid con pulgas sabias, que enseñaron al rey D. Fernando VII y al público. En el año 1853 lo volvieron a efectuar unos italianos, y en París hubo otros también con pulgas educadas. Las pulgas primeras eran treinta, las cuales hacían el ejercicio y se ponían de pie sobre sus patas de atrás, armadas con una pica, que era una astillita de madera muy delgada. Dos pulgas estaban atalajadas a una berlina de oro con cuatro ruedas y su postillón, de la cual tiraban y arrastraban; otra pulga ocupaba el sitio del cochero, con una astillita de madera figurando el látigo. Otras dos pulgas arrastraban un cañón con su cureña, sin que faltara ni un tornillo con su tuerca. Hacían sus trabajos sobre un espejo. Estas pulgas caballos estaban atadas con una cadena de oro por sus patas de atrás, y nunca se les quitaba la cadena.
Diccionario manual de agricultura y ganadería españolas (1857), Nicolás Casas de Mendoza
Estos sifonápteros (el nombre se lo trae) de no más de 3 mm de largo, encontraron su época dorada en el siglo XIX, siendo entrenadas como grandes deportistas de élite o estrellas del espectáculo. Y aunque puedan parecernos iguales no lo eran. Las mejores pulgas para el entrenamiento las encontramos en las humanas (pullex irritans), hoy casi extinguidas (¡menos mal!), pero en la Edad Media convivían con los propios artistas ambulantes. Y atléticas eran un rato. y si no, decidme otro animal capaz de levantar 30 veces su propio peso o que pueda saltar 350 veces la longitud de su cuerpo. Algunas, las rusas, eran mucho más fuertes que las inglesas, y es por ello que M. Auguste Reinham tenía que importarlas para su espectáculo de Londres.
Le llegan en cajas suavemente forradas de algodón, en las que los futuros «Gran Mogol», «don Quijote» y «Sancho Panza» se acurrucan en armonía con las dos «pulgas que van a resolver un lance de honor», o que se convertirán en «buscadores de oro en California» para entretenimiento del público británico.
A Chapter on Parasites (1858), The St. James´s Medley
… y es que llegaron a recibir el nombre de célebres personajes o artistas de circo como Blondin «el funambulista», Diavolo «el acróbata» o incluso Wellington o Napoleón.
La primera referencia que encontramos sobre el espectáculo de Circo con pulgas data del Londres de 1578, donde el herrero Mark Scaliot realizaría una exhibición atando una diminuta cadena de oro alrededor del cuello de este insecto, pero será el maestro Louis Bertolotto quien escribiría el primer documento histórico describiendo estos shows en su libro «Historia de una pulga» (1834) en el que desarrolla un método de entrenamiento. Obtuvo tanto éxito que llegó a actuar en fastuosas exhibiciones en la ciudad de Londres popularizando el Circo de pulgas en toda Europa y América, donde llegar, llegaron lejos, debutando en 1834 con el espectáculo «The extraordinary Exibition of the Industrious Fleas» en el mismísimo Broadway.
Lo primero que había que hacer era buscar un chucho pulgoso al que se le recogían algunas de sus molestas inquilinas. Estas se seleccionaban no para ser las estrellas del espectáculo, sino para criar a las verdaderas artistas (los expertos dicen que el sexo femenino era más adecuado para ello). Sus crías se introducían en un bote donde al verse atrapadas comenzaban a dar saltos y a golpearse contra el vidrio, permitiendo al domador distinguir la fuerza de las pulgas a la vez que la convencía de que saltar para escapar no iba a servir de nada. La esperanza de vida de algunas pulgas podía ser de un año y el duro entrenamiento empezaba cuando alcanzaban los seis meses de vida.
Puede que os preguntéis cómo se puede llegar a entrenar a una pulga, ahora mismo os doy un par de lecciones por si alguno de vosotros se anima a hacerlo. Un ejercicio consistía en echarles al cuello un lazo con un hilo de oro y arrastrar algún carromato hecho a su medida, o atarles en sus patas unas diminutas agujas para que dos de ellas, al intentar deshacerse de ellas emularan un duelo de espadas. El otro era convencerlas de que debían dar patadas a un balón el cual se rociaba previamente con algún producto químico repugnante para ellas como podía ser el alcanfor, para así alejarla.
Recientemente la artista María Fernanda Cardoso desarrolló un entrenamiento basado en la experiencia de Bertolotto consiguiendo que una pulga de sobrenombre Brutus arrastrara una locomotora en miniatura con un peso 160 000 veces el suyo, o que una pulga hiciera puenting inspirándose en el número de Houdini, o que un grupo de «bailarinas» con tutús bailaran al son de una música tropical. Y es hasta hace pocas décadas el Circo de pulgas podía «disfrutarse» en directo en el Times Square de New York e incluso en algunas películas de Hollywood se hacen referencia a ellas como en la película Bichos, donde la hormiga Flick recluta una troupe circense para combatir a los temibles y vagos saltamontes. Ver para creer.
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