
… cuenta la leyenda que el primer califa de Al-Andalus, Abderramán III (891-961) erigió Madinat al-Zahra en honor a una bella esclava, su favorita, de nombre Azahara (al-Zahrá). Esta era una cristiana que añoraba sus lejanas tierras nevadas del norte y a pesar de vivir en la fastuosa ciudad construida en su honor, seguía triste. Fue entonces cuando el califa ordenó que se plantaran miles de almendros en flor, alrededor de su perímetro. Así, con sus pétalos simulando árboles cargados de nieve, Azahara mitigaría en parte su afligimiento.
No es más que una de tantas y tantas otras leyendas que envuelven la fundación de esta ciudad, pero lo cierto es que su esplendor, aunque corto, cautivó al mundo entero, siendo el verdadero motivo de su construcción el querer renovar la imagen del recién creado Califato Independiente de Occidente, un nuevo símbolo de poder que mostraría su superioridad sobre sus enemigos los fatimíes de Ifriqiyya, al norte del continente africano.

Los cristianos la conocían como “Córdoba la Vieja”, ya que durante la Edad Media se pensaba que en ese lugar se levantaba la primera Córdoba romana. En la actualidad el conjunto arqueológico solo ha excavado un tercio de las 112 hectáreas de extensión que tenía, trabajos que se iniciaron oficialmente en 1911 durante el reinado de Alfonso XIII. En su construcción no se escatimaron medios estimando que trabajaron 15 000 obreros, colocándose 6000 bloques de piedra al día que, junto al mármol, ébano y marfil, oro y piedras preciosas, la convirtieron en la capital del califato omeya. Se erigió en tres terrazas excavadas en una ladera de Sierra Morena, frente al valle del Guadalquivir: en la superior, la residencia del califa; en la media, la zona administrativa y las residencias de funcionarios, y en la inferior vivía la población hallándose el mercado, los baños, los jardines públicos y la mezquita, extramuros.
Junto a la residencia del califa y su harén, habían dos residencias más: la de su primogénito y sucesor, futuro al-Hakam II, y la del eunuco Yafar al-Siqlabi, la persona más poderosa de la administración. El resto de la familia e hijos del califa vivían en Córdoba, a 8 kilómetros de allí, con la que se comunicaba a través de tres vías.
Será a partir del año 947 que se trasladarán a Madinat al-Zahra, solo once años después de iniciar su construcción y con al-Hakam II (961-976) las recepciones de las embajadas llegarían a ser faustosas aunque siempre siguiendo el riguroso protocolo:
… accedían a través de una puerta triunfal con ocho grandes arcos franqueada por soldados ricamente uniformados y numerosos sirvientes que le acompañaban a través de las callejuelas empinadas. Así llegaban a una gran plaza en la que se encontraban las tropas y el personal de las ceremonias protocolarias y delante, sentado sobre almohadones en el centro de un gran salón oriental, el califa, ante el que todos se postraban. De pie permanecían otros dignatarios en riguroso orden según su rango: los más poderosos, cerca del califa, los inferiores los más alejados. Es entonces cuando se procedía al saludo del califa y los interminables discursos que le ensalzaban. Los embajadores que allí llegaban no podían hacer otra cosa que sentirse pequeños ante tanta magnificencia.

Tras la muerte de al-Hakam II accedió al poder su hijo Hisham II, siendo todavía un niño. En esta circunstancia sería Almanzor quien se haría con el poder (981) decidiendo construir otra ciudad palatina propia, Madinat al-Zahira, a occidente de Córdoba, ciudad que todavía no se ha localizado.
En el año 1013 llega el fin de los omeyas y la ciudad Medina Azahara acabará siendo incendiada por los bereberes y sus ruinas usadas como cantera en los siglos venideros. El esplendor que había gozado pasaría a convertirse en apenas un simple recuerdo en el tiempo.
Desde octubre de 2009 se puede disfrutar del Museo de Medina Azahara en las inmediaciones del yacimiento, un moderno centro donde se muestran los trabajos que allí se realizan. Una visita imprescindible.
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