
Cuenta Suetonio -y así queda reflejado en el magnífico cuadro de arriba- que por caprichos de la fortuna Claudio ascendería al trono imperial con 52 años en el 41 d. C. El día del asesinato de Calígula los centuriones expulsaron de las salas de palacio a todas las personas que allí se encontraban, incluido el propio Claudio. Este se refugió en otra estancia, un pequeño comedor llamado Hermeum, sin saber lo que estaba sucediendo, y sobrecogido por el miedo ante los rumores del asesinato del emperador, se arrastró hasta un balcón en el que se ocultó entre los cortinajes. Un soldado que pasaba casualmente por allí, vio sus sandalias bajo la cortina y Claudio se arrojó a sus pies suplicándole piedad, pero el soldado le saludó como emperador llevándole en litera al campamento. El Senado, viendo que el pueblo pedía a gritos un nuevo emperador, nombró a Claudio.
Su figura sigue siendo controvertida a la vez que apasionante tanto para los historiadores antiguos como para los actuales novelistas. Nació en la ciudad gala de Lugdunum (la actual Lyon) en el año 10 a. C., en las calendas de agosto. Hijo del general Druso, nieto de Livia, la esposa de Augusto, y sobrino de Tiberio, ocupaba el primer puesto en la línea sucesoria de la dinastía Julio-Claudia aunque las enfermedades que padeció y la buena salud de sus hermanos, Germánico y Livila, le alejaron de ese cargo siendo víctima de toda clase de burlas.
Durante su infancia sufrió numerosas enfermedades que le debilitaron, y su familia no hizo otra cosa que apartarle. Su madre lo calificaba de “aborto de la Naturaleza”, y cuando quería hablar de un imbécil, decía: “es más estúpido que mi hijo Claudio”; su abuela nunca le dirigía directamente la palabra y el emperador Augusto solía decir que le ocasionaba cierta “incertidumbre”. Puede que el retirarle de la vida pública y de los cargos importantes le salvaran de las conjuras y los asesinatos que rodeaban a su ilustre familia. Dedicó su juventud al estudio de la gramática y la historia, contando con Tito Livio y el filósofo estoico Atenodoro Cananita como maestros. Claudio se refugió en los estudios pero también en las borracheras y el juego como forma de escapar de su obligado ostracismo.
De carácter desconfiado y temoroso, también disfrutaba de las ejecuciones y de la violencia de los espectáculos en la arena. Alto y esbelto, con rostro bello y hermosos cabellos blancos, su piernas le hacían tambalearse cuando caminaba, presentando tics entre los que destacaba su tartamudez. Oía mal (sobre todo en sus últimos años de vida) presentando una contractura de los músculos peribucales que le generaban una continua secreción de saliva y una risa espasmódica. Este hecho hace que se le atribuyeran ataques de epilepsia cuando en realidad no lo eran.
Presentaba fuertes dolores de estómago que en ocasiones le hacían pensar que se moría aunque esto no le impedía estar siempre dispuesto para comer y beber. Por las noches no conciliaba el sueño así que durante el día se dormía incluso públicamente. A menudo comiendo se quedaba dormido, momento que aprovechaban los que allí estaban para reírse a su costa, disparándole huesos de aceitunas y dátiles o poniéndole en las manos sandalias para que cuando se despertara se frotase la cara con ellas.
Entre los diagnósticos que se han postulado se cuentan los de parálisis infantil o poliomielitis así como una esclerosis múltiple, que explicarían los temblores de cabeza, la tartamudez y la dificultad en la marcha. El novelista Robert Graves le atribuiría la polio como causante de esta sintomatología, aunque teorías más recientes implican una parálisis cerebral o un síndrome de Gilles de la Tourette o incluso una paraplejía espástica de Little, secundaria a un problema en el parto, algo que es más que probable pues su madre dió a luz en plena campaña contra los bárbaros.
Tuvo cinco hijos de tres de sus esposas, muriendo uno de ellos, Druso, de niño, ahogado por una pera que lanzaba al aire y recogía en la boca, algo inaudito y que en el contexto que sucedió bien pudo ser obra de algún complot, y Germánico, asesinado, aunque pudiera haber padecido ataques epilépticos. Respecto a la epilepsia sigue existiendo controversia respecto a la posibilidad de que los Julia pudieran presentar un tipo de epilepsia genética y en el caso concreto de Julio César són cada vez más las voces de especialistas que coinciden en afirmar que lo que verdaderamente tuvo fueron ictus cerebrales que le causaron sus convulsiones más que una epilepsia hereditaria.
El hecho de no presentar ninguna deformidad física ayudaría a que al final Claudio fuera proclamado emperador. Por otra parte debió ser inteligente y hábil porque si no, no hubiera podido ejercer el poder durante trece años con el vigor con que lo hizo hasta su muerte, probablemente envenenado.
No podemos atribuirle un diagnóstico concreto y puede que nunca se pueda, pero la historia le ha tratado en ocasiones de retrasado mental algo que no se sustenta por ningún lado.
Para saber más:
Julio César pudo sufrir derrames cerebrales en lugar de epilepsia
McLachlan-Defensor de la epilepsia en la dinastía Julia
Una novela:
Yo, Claudio, de Robert Graves
Información basada en la Vida de los doce Césares. Claudio, de Suetonio.
Responder a Luis Valenti Cancelar la respuesta