
El seísmo de Valdivia (Chile) en mayo de 1960; el de Alaska, cuatro años después; el de Sumatra (Indonesia), en diciembre de 2004; el de Kamchatka (Rusia), en noviembre de 1952; y el de Japón, en marzo de 2011, estos son algunos de los terremotos más intensos que se han registrado hasta la fecha y por desgracia es algo que sigue siendo portada de noticias con los recientementes sufridos en Japón y Ecuador. Su impacto en la población y poder de destrucción no siempre se correlaciona con su intensidad, apareciendo los primeros sismógrafos de Europa en el siglo XVIII, perfeccionándolos después el físico escocés James David Forbes a partir de 1842.

Pero los temblores de tierra han estado presentes siempre encontrando constancia escrita en la China de hace 3000 años, así como en Europa oriental y Japón, hace 1600 años. Antes, como ahora, buscaron la manera de poder predecirlos y así minimizar sus daños, y aunque pueda sorprendernos lo consiguieron de manera eficaz hace ya dos milenios con el ingenio de un chino, Zhang Heng (78-139), quien construiría el primer detector de terremotos que se tiene noticia.
Entre los años 92 y 139 d. C. China sufrió unos veinte terremotos de consideración, algunos ocasionando graves desperfectos en su capital, Luoyang. Según se cuenta, durante un viaje el carro en el que iba Zhang Heng frenó de golpe estando a punto de salir disparado por efecto de la inercia. De esta manera calculó que un objeto movido por inercia durante el breve tiempo que dura un terremoto debía generar una fuerza cuya medida haría posible informar de los temblores e incluso pronosticarlos para poder dar asistencia a las regiones afectadas.

Su funcionamiento
El sofisticado instrumento estaba fundido en bronce y tenía forma de vasija, midiendo unos dos metros de diámetro por dos y medio de alto. En su interior se encontraba una columna central (duzhu) capaz de desplazarse, y ocho varillas de transmisión próximas dispuestas según las principales direcciones de la brújula. Estas vías estaban conectadas con la parte externa, donde había ocho dragones con una bola de bronce en la boca, y debajo de cada uno había un sapo con la boca abierta. Cuando se producía un temblor de tierra la bola del dragón que apuntaba en la dirección del terremoto caía en la boca del sapo correspondiente.
Tras presentarlo en la corte en el año 132 d. C., el Houfeng Didong Yi (nombre que recibió) se puso en práctica con una precisión admirable. En una ocasión, uno de los dragones dejó caer una bola sin que nadie de los presentes percibiera movimiento de tierra alguno. Unos días después llegó un mensajero advirtiendo de que a gran distancia de allí, unos 600 kilómetros, se produjo un gran terremoto… ¡en la dirección que anunció el dragón!
Hay que advertir que su invención no medía la intensidad de los terremotos, es decir, no era un sismógrafo, sino que los detectaba orientando su procedencia, que no es poco. Desgraciadamente, este invento no perduró en el tiempo y tras la dinastía Tang (618-907) quedaría en el olvido.
Puede que para muchos de nosotros la figura de Zhang Heng sea desconocida aunque fue también un destacado astrónomo, describiendo uno de los primeros mapas estelares y explicando de manera correcta cómo se producían los eclipses lunares. Como científico mejoró un dispositivo capaz de medir el tiempo, conocido como «clepsidra de afluencia», y aproximó el número π (pi) entre los valores 3,1466 y 3,1622.
A pesar del avance exponencial de la ciencia de los últimos años la predicción de los terremotos es todavía una asignatura pendiente. No sé si es que necesitamos el ingenio de otro Zhang Heng de nuestros tiempos, pero está claro que las nuevas tecnologías no han superado demasiado el ingenio de ese «predictor chino de terremotos de 2000 años».
Links imágenes
Información basada en Los grandes inventos chinos, artículo de Rubén García Benito, investigador del instituto de Astrofísica de Andalucía. National Geographic Historia Nº 148
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