Cuenta una leyenda japonesa que durante una noche calurosa un humilde artesano de abanicos advirtió que un murciélago entraba por la ventana de su casa estrellándose contra la llama de un candil que tenía encendido. Mientras intentaba espantarlo acuciado por su asustada mujer se fijó en su aleteo. Al día siguiente, el artesano tuvo la idea de imitar las membranas plegables de las alas de ese murciélago en la elaboración de un nuevo abanico.
Esta es una de otras leyendas sobre su origen pero lo cierto es que los antiguos abanicos japoneses se llaman “komori”, traducido como “murciélago”.
Originario de Oriente -algunos lo sitúan en el III Milenio a. C.- encontramos la referencia escrita más antigua cuando se mencionan dos abanicos de plumas ofrecidos al emperador Tchao Wong (I Milenio), y la constancia arqueológica más temprana en el siglo VII a. C. Su uso en China se ha limitado a ceremonias y poco más, por el contrario, en Japón se ha utilizado tanto en la vida cotidiana como en lo artístico.
En Egipto, la representación más antigua está en la cabeza de una maza ceremonial perteneciente a Narmer del 3000 a. C., concretamente en su parte inferior donde se pueden distinguir las siluetas de los dos portadores del abanico del rey.
Grandes, fijos, semicirculares y de plumas servían para dar aire pero también para espantar a los molestos insectos. En la tumba de Tutankamón se depositaron dos abanicos, así como en los bajos relieves del Ramesseum, en pinturas de las tumbas de Beni-Hassan y en los frescos de Medinet-Habu.
Los romanos lo conocían con el nombre de flabelo, heredado seguramente de los etruscos, y los griegos disponían incluso de varios tipos: el ripis, el psigma, el miosoba… Su actual nombre proviene del latín, diminutivo de abano, un utensilio romano que se utilizaba para avivar el fuego de las cocinas, el vannus.

Serán los comerciantes portugueses quienes traerán los abanicos plegables a Europa durante el siglo XVI, encontrando la referencia más antigua en España en la Crónica de Pedro IV de Aragón, donde se citan varios servidores del rey como «los que llevan el abanico».
Cristóbal Colón trajo uno entre todos los presentes de la reina Isabel la Católica tras su primer viaje a América, y Hernán Cortés otros seis, realizados todos ellos con plumas. No son las únicas citas de esa época ya que encontramos muestras de este objeto en el inventario de los bienes de la reina Juana la Loca.
Durante la Edad Media, pasaría a formar parte de la liturgia cristiana para evitar que durante la consagración en la Eucaristía los insectos y el calor molestaran al celebrante.
Su fabricación se convertiría en todo un arte apareciendo durante el siglo XVII los maestros abaniqueros, entre los que destacaban españoles -sobre todo valencianos-, franceses e italianos, una profesión que se mantiene hasta nuestros días, encontrando todavía fábricas de abanicos en España, México y Puerto Rico.
Como curiosidad decir que el 27 de abril de 1868, una mujer de Madrid, Isabel de Parrazar, presentaría una solicitud para obtener un privilegio por una invención suya, el abanico-caja, fácil de desplegarse gracias a un sencillo mecanismo, pero por un problema burocrático -no llevó una memoria describiéndolo- no llegó a patentarlo.
Su código «secreto»…
Al principio lo usaban tanto hombres como mujeres siendo el de las damas mucho más grande conociéndose como «abanico de pericón». Con el tiempo crearon un «lenguaje» según cómo cogían el abanico. Así pues, si se abanicaban rápidamente mirando a los ojos del hombre, quería decir «te amo con locura», si lo hacían lentamente, «estoy casada y me das igual». Al abrir y mostrarlo, equivalía a «puedes esperarme» mientras que si lo sujetaban con las dos manos, «es mejor que me olvides». Si lo apoyaba abierto sobre el pecho a la altura del corazón, «te amo», y si se cubría la cara con el abanico abierto, «sígueme cuando me vaya». Apoyándolo en la mejilla derecha significaba «sí», mientras que si lo hacía sobre la izquierda era un rotundo «no».
Habréis podido comprobar que esa acción tan común de abanicarse viene de lejos y es que calor siempre ha hecho, pero el abanico además de tener su historia arraigó en distintas culturas, por muy lejanas que estas se encontraran.
Y es que…
“(…) hay tantas maneras de mover un abanico que puede distinguirse a primera vista una princesa de una condesa, y una marquesa de una plebeya. Es más, una dama sin abanico es como un caballero sin espada” (Madame de Stael)
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Información basada en Wikipedia
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