Ayer, mientras esperaba pacientemente con el coche a que el semáforo se pusiera verde, no pude evitar pensar en lo que pasaría si no existieran estos artilugios. Actúan por interruptores automáticos que regulan los tiempos (la duración del ciclo se limitó tras efectuar estudios psicológicos del conductor) accionados por un temporizador dirigido a su vez por un ordenador. Estos están conectados a un detector instalado junto el cruce de las vías dotados con un circuito eléctrico que emite una señal cada vez que un objetivo metálico pasa junto a ellos. Vaya, complicadísimo pero a la vez imprescindible para poder mantener el orden en el tráfico de todas las ciudades. Y como para todo hay una primera vez no pude evitar buscar información sobre el origen del primer semáforo instalado en el mundo. He aquí lo que encontré.
Lo primero que descubrí es el porqué de esos colores y no otros. Puede que ahora nos extrañara ver un semáforo con las luces azules para poder pasar o negras para no hacerlo -probablemente los daltónicos nos lo agradecerían-, pero todo tiene su razón de ser y en este caso la encontramos en la herencia de las señales del ferrocarril que a su vez las heredó del mundo marítimo.
Encontramos el primer semáforo de luces de tránsito enfrente del parlamento británico de Westminster, instalado el 10 de diciembre de 1868. Lo ideó el ingeniero y especialista en señales de ferrocarril (de ahí lo de los colores rojo y verde) J. P. Knight, y sus luces funcionaban con gas. Para avisar si se podía o no pasar se emitía un zumbido (o dos). Desgraciadamente, al poco de funcionar explotó matando a un policía.

Y entonces apareció un coche que revolucionó la industria del motor. Se trataba del Ford T con un motor de 20 caballos y una velocidad máxima de 71 km/h del que se vendieron más de 15 millones de unidades, el 57 % de toda la producción mundial de automóviles de aquella época, inundándose las calles de coches. El 5 de agosto de 1914 se presenta el primer semáforo eléctrico en Cleveland, entre la avenida Euclid y la calle 105, en este caso inventado por Garrett Augustus Morgan.
Al mismo tiempo que en Europa transcurría la Primera Guerra Mundial, los ingenieros desarrollaron programadores automáticos para las comunicaciones militares, un invento que acabó aplicándose a los semáforos.
En 1917, William Ghiglieri patentó el semáforo tal como lo conocemos en la actualidad, colocándose en San Francisco (California), y tres años después, un oficial de policía de Detroit, William Potts, añadió una luz ámbar para avisar del cambio de señal en sustitución del molesto zumbido. Potts no pudo patentar su idea, pero en 1923, Garret Morgan, sí lo hizo, vendiendo su diseño a General Electric por 40 000 dólares.
Nueva York instaló el primer semáforo eléctrico de tres luces en la Quinta Avenida, en 1920, y en Europa fue Berlín la primera ciudad en adquirirlo, en 1924, en la Postdamer Platz. Madrid instaló uno en el cruce de las calles Barquillo y Alcalá en 1926, el primero en España.
Lejos quedan esos primeros semáforos de gas y aunque ahora los semáforos no explotan como antes puede ser que los circuitos eléctricos que hay en su interior se quemen, poco más. Muchos utilizan LED, que consumen el 10 % en comparación con las bombillas incandescentes y poseen una vida media 50 veces mayor. Los hay incluso que se mantienen por energía solar, y para los románticos que paseen por la ciudad islandesa de Akureyi los encontrarán con forma de corazón. 😉
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