
Tradicionalmente se consideran los últimos decenios del siglo XV y los primeros del XVI los más importantes para consolidar una nueva estructura política en la que se concentra la autoridad de un país en una sola instancia suprema con una determinada comunidad cultural. Aunque el concepto de nación cultural ya existía antes, no era así políticamente, superándose las simples monarquías feudales en las que lo predominante eran los vínculos privados personales. Esta nueva estructura de poder estatal del soberano es la que nos ha llegado a nuestros días (salvando diferencias por supuesto) y este es el motivo por el que se sigue llamando así a pesar de que este período de la historia concluyó hace más de dos siglos, aunque no todos los especialistas coinciden con este término y siguen prefiriendo hablar de «Estado» a secas.
Ahora lo importante no será ser vasallo de un señor sino ser súbdito de un monarca. Las principales monarquías europeas experimentarán una fuerte centralización siguiendo el modelo de la reforma administrativa de los Papas de Aviñón un siglo antes, y durante el siglo XV, Francia, Inglaterra y Castilla acabarán imponiéndola.
Alrededor del monarca se construye un complejo aparato burocrático que se encargará del poder ejecutivo que recibirá el nombre de audiencia o chancillería en España, tribunal de la «Cámara Estrellada» en Inglaterra y Parlamento en Francia; el poder legislativo será exclusivo del rey aunque las leyes más importantes se promulgarán tras la celebración de asambleas designadas en Inglaterra por el Parlamento, en Francia los Estados Generales y en España las Cortes. Esta administración central cuenta con otra territorial representada por delegados del rey que siempre permanecerán subordinados y controlados por el poder monárquico.
La aparición de un ejército permanente, mercenarios que obedecerán exclusivamente al rey y que incluso en época de paz se mantiene, se dotará de artillería, algo que solo podrá ser sufragado por las monarquías pero que dotará de gran poder a los Estados. Por otra parte, mantener este ejército requerirá grandes recursos financieros que solo se podrán conseguir imponiendo una fuerte presión fiscal sobre el territorio con impuestos directos e indirectos, temporales al principio pero permanentes después.
¿Y la Iglesia? Los monarcas recortarán la jurisdicción del Papa sobre el clero de sus reinos e incluso obtendrán el derecho de proponer candidatos para ocupar los principales cargos de la Iglesia en sus territorios.
La propaganda política, los cronistas, escritores, historiadores y pensadores de la época ensalzarán la figura del monarca por encima del Papa o del Emperador del Sacro Imperio, aunque será en Francia, Inglaterra, Portugal y España donde alcanzarán los reinos europeos el cénit.
La guerra de los Cien Años (1337-1453) despertó sentimientos nacionales entre los ingleses y franceses. Tras el conflicto, Francia se recuperará con Luis XI, Carlos VIII y Luis XII continuando su proceso de reconstrucción nacional, e Inglaterra, tras la guerra de las Dos Rosas en la que enfrentarían las casas de York y de Lancaster para conseguir el trono y que acabarían imponiéndose los Tudor, con el autoritario Enrique VIII se procedería a organizar la política en torno a la figura del monarca y con Isabel I, la última soberana de la dinastía, en la segunda mitad del siglo XVI, acabará consolidando las estructuras administrativas «modernas» del Estado y la supremacía de la religión anglicana.
El caso de la monarquía en España es quizás diferente al resto. Tras los convulsos tiempos de Castilla y Aragón en la segunda mitad del siglo XV, el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón (1469) comenzará a fraguar, lentamente, las primeras instituciones de la monarquía. Los reinos conservarían sus instituciones, cultura y costumbres, aunque tanto los Reyes Católicos como sus sucesores intentarían llevar una política unitaria. El proyecto de unión religiosa y su proyección internacional harán que finalmente se concentrara la autoridad en la Corona (al igual que en Portugal con los Avis).
¿Y qué pasaba con Italia? En aquellos tiempos la formaban pequeños estados divididos, ricos, cultos pero débiles políticamente, un territorio codiciado por los reinos más fuertes de España y Francia.
No hay duda de que el período de tiempo comprendido entre finales del siglo XV y el siglo XVI se fraguaron en el continente una serie de cambios políticos que conformaron la Europa que ahora conocemos conformando uno de los momentos más apasionantes de la Historia.
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