
El espíritu olímpico no es ni la propiedad de una raza ni de una época
Barón Pierre de Coubertin
Los Juegos Olímpicos ya llegan a su fin. La fiebre por las medallas, los récords, las cifras mareantes, los virus y otras polémicas aparte, ocupan las portadas de todo el mundo. Y con este acontecimiento irremediablemente me viene a la mente la celebración de los Juegos celebrados en mi ciudad, Barcelona, el año 1992, todo un éxito organizativo gracias a la masiva participación de la gente. Sin embargo, permanece en el olvido de muchos, otros Juegos proyectados cinco décadas atrás en la ciudad que nunca llegaron a celebrarse.
Tras el aislamiento internacional que sufrió Alemania tras la derrota de la Primera Guerra Mundial, en verano de 1936 organizó los XI Juegos Olímpicos, un evento concebido a la medida de Hitler y el régimen. Se construyeron grandes estadios, se retiró toda propaganda antisemita y se ordenó a la policía que no se aplicaran las leyes vigentes contra la homosexualidad a los visitantes extranjeros. Con la idea de promover el mito de la superioridad de la raza «aria» vetaron la presencia en sus filas de los atletas judíos, algo claramente en contra de las reglas y el espíritu olímpico, que prohibía cualquier forma de discriminación racial o religiosa. El COI se reunió en junio de 1933 para discutir la aprobación o el rechazo de tal veto, accediendo finalmente al mismo. Las protestas se hicieron sentir en todo el mundo, especialmente desde las federaciones deportivas obreras de izquierdas de la vieja Europa, decidiéndose celebrar otros Juegos paralelos en Barcelona dada la tradición y democratización deportiva de la ciudad en los años anteriores y por ser una de las ciudades que optaban a la celebración de unos Juegos Olímpicos, junto con Berlín, ciudad esta última favorecida por los conservadores y aristocráticos miembros del COI. No serían las primeras Olimpíadas que se celebraban en paralelo a los Juegos, entre los años 1925 y 1937 se realizaban las conocidas Olimpíadas obreras como reacción al movimiento olímpico -que consideraban politizado- con la intención de promover el deporte y la amistad, siendo organizadas por la Internacional Deportiva Obrero Socialista pretendiendo ser una «contra-olimpiada» a la celebrada ese mismo año en Berlín.
Conocida como Olimpíada Popular o Juegos Obreros, inicialmente se pensó organizarlos a escala nacional pero el resto de países se entusiasmaron con la idea, internacionalizándose el evento y organizándolos entre el 19 y 26 del julio de 1936. Se inscribieron 6.000 atletas de EE.UU., Francia, Bélgica, Dinamarca… así hasta 22 países, además de equipos que representaban a los judíos exiliados. Italia y Alemania también concurrieron con atletas proscritos pertenecientes a clubes deportivos sindicales y partidos de izquierda. Financiadas con fondos públicos del Gobierno español, francés y de la Generalitat de Cataluña, pretendían mantener el espíritu olímpico del Barón De Coubertin y así lo afirmaba la prensa de izquierdas: «El espíritu olímpico no estará en Berlín sino en Barcelona».
La ciudad contaba con el apoyo de la población y las infraestructuras de la Exposición Mundial de 1929, algo que facilitó enormemente su realización a pesar de la falta de tiempo. Entre las modalidades deportivas que concurrían a competición destacaban: fútbol, baloncesto, atletismo, tenis, pelota vasca… y el ajedrez, creándose tres categorías: los atletas de élite, los expertos y los aficionados.
Cuatro días antes de iniciarse la competición, el 18 de julio, las distintas delegaciones desfilaron por las calles de Barcelona y ensayarían en el Estadio de Montjuic la inauguración oficial que tendría lugar al día siguiente en ese mismo lugar. Inquietos por las noticias que se escuchaban en la radio, al amanecer se confirmó la sublevación de parte de la guarnición militar en Cataluña a ocho horas de la inauguración y con los deportistas preparados. La mayoría eran afiliados a sindicatos y partidos de izquierda, principalmente el Partido Comunista.
Tras cerrarse la frontera francesa, algunos atletas nunca llegarían a Barcelona, y los que ya estaban en la ciudad se fueron precipitadamente. Otros, los menos, se quedarían para luchar. La Guerra Civil Española provocaría que la Olimpíada Popular cayera en el olvido, solo una pequeña nota al pie de algún periódico del momento la rescataría fugazmente.
Un video:
La primera olimpíada de Barcelona
Para saber más:
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