Hitler en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín (1936).
En la antigua Grecia tenían las cosas claras y una de ellas era que cuando el calendario marcaba el tiempo de celebrar unos Juegos, todos, sin excepción, debían acudir a esa cita deportiva que tenía también un marcado carácter espiritual. Podían encontrarse en medio de guerras y combates, pero cuando era tiempo de una cita Olímpica, entonces, ninguna excusa era posible. Se tiene constancia que comenzaron en el 776 a. C. en Olimpia (Grecia), celebrándose los últimos en el 393 d. C. Se disputaban normalmente cada 4 años o una Olimpiada, que era una unidad de tiempo.
Puede que en nuestros tiempos los Juegos ya no tengan el mismo espíritu de entonces, puede que hoy en día, la política y el lucrativo negocio que representan, ganaran esa carrera al lema del fundador de los Juegos Olímpicos modernos, el Barón de Pierre Fredy de Coubertin: «Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien». Lo cierto es que durante el siglo XX ocurrieron dos Grandes Guerras que imposibilitaron la celebración de cualquier competición deportiva internacional: la primera fue en 1916, durante la Primera Guerra Mundial y que debía celebrarse en Berlín; la segunda en 1940, en la ciudad de Helsinki (Finlandia) y la tercera, en el año 1944, en Londres, estas dos últimas a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Ya hablé de los Juegos NO celebrados en Barcelona en 1936, y que pretendieron ser una contra-olimpiada a modo de protesta por los que tuvieron lugar ese año en Berlín. Permitidme hablar ahora de esa cita olímpica organizada por Hitler y su Alemania nazi.
Cinco años antes, en 1931, el COI escogería como sede de las próximas Olimpiadas a la ciudad de Berlín. Algo muy significativo y puede que muestra de reconciliación de la comunidad internacional con Alemania tras el aislamiento que sufrió al concluir la Primera Guerra Mundial y en especial tras el Tratado de Versalles. Dos años después, Hitler, lider del partido nazi, asumiría el cargo de canciller y vio en ello una oportunidad única para mostrar al mundo sus locos delirios sobre la superioridad de la raza «aria». Dentro de su demencial lógica no permitiría competir a judíos, medio judíos y gitanos romaníes, y por el mismo motivo expulsó al campeón de boxeo Erich Seelig; a Daniel Prenn, el mejor tenista de Alemania y a la atleta de salto de altura Gretel Bergmann, que tenía mejores marcas que su rival aria Elfriede Kaun. Solo se hizo una excepción con la esgrimista alemana de origen judío Helene Mayer, que obtendría la medalla de plata y, como todos los medallistas alemanes, realizaría el saludo nazi en el podio. Las organizaciones judías presionaron para que ningún judío de ningún país participante en la cita olímpica acudiera a Berlín, pero al final, siete atletas judíos norteamericanos, así como otros europeos, decidieron ir, probablemente al no entender en aquellos momentos la gravedad de la situación que estaba sufriendo su pueblo en Alemania.
El COI se reuniría en junio de 1933 para tratar esta injusta situación, y ante la sorpresa y posteriores protestas del mundo entero -curiosamente en Gran Bretaña apenas hubo oposición-, accedieron, saltándose la regla olímpica de que se prohibía cualquier forma de discriminación racial o religiosa.
La Alemania nazi aprovecharía el escaparate de los Juegos para presentar una falsa imagen de un país pacífico y tolerante. Retiraría de las calles todos los mensajes antisemitas, recluiría en un suburbio a unos 800 romaníes que vivían en la ciudad, se realizarían megaconstrucciones como el estadio olímpico que albergaría a más de 100.000 personas, llenando Berlín de esculturas que presentaban atletas idealizados, con rasgos arios marcados, a modo de los clásicos griegos.
El 1 de agosto de 1936, y con la música de Richard Strauss de fondo anunciando la llegada de Hitler al estadio, desfilarían cuarenta y nueve delegaciones de atletas de todo el mundo -la Unión Soviética no participó-, siendo la más numerosa la alemana, con 312 miembros. La propaganda nazi lanzaría en 1938 el controvertido documental «Olympia» y en el New York Times se publicó que Alemania había vuelto a la comunidad internacional con su humanidad restituida. Craso error. Tras la cita deportiva, Hitler prosiguió con sus planes de expansión, reanudó su persecución de los judíos e invadiría Polonia un año después, iniciándose otra gran guerra, la Segunda Guerra Mundial.
Jesse Owens logró la victoria con un amplio margen en la final de los 200 metros lisos, prueba en la que sumó la tercera de sus cuatro medallas de oro. En el fondo, la llamada Puerta de Maratón.
Retrospectivamente, algunos especialistas piensan que al no boicotear los Juegos Olímpicos de Berlín se perdería una gran oportunidad de frenar el auge del dictador. En definitiva, fueron unos Juegos manipulados desde el principio al fin. Una competición alejada en su organización de esos principios y valores pretendidos por el Barón de Coubertin. Una farsa que aunque a Hitler y a sus seguidores la vieran como todo un éxito, les salió mal, muy mal, y muestra de ello son las palabras del tetracampeón de ese año, Jesse Owens, cuando en el Olympiastadion de Berlín hizo amistad con uno de sus competidores blancos en la prueba de salto de longitud.
Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento.
En la foto podemos ver a Luz Long detrás de su amigo Jesse Owens.
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[…] del Bosque de Berlín) es un enorme anfiteatro al aire libre situado cerca del sitio de las Olimpiadas de 1936, en donde caben unas 22 000 personas. Como todas las grandes construcciones de los años treinta […]
Reblogueó esto en Acuarela de palabrasy comentado:
Oportuno posteo acerca de los juegos olímpicos originarios de Grecia, retomados en 1896, suspendidos por las dos guerras mundiales y manipulados desde el principio al fin en la Alemania nazi…
Expectantes días, giran, rápidos y lentos en los campos de juego de las Olimpíadas; campos de batallas de inestables naciones, por los reflejos. Unos ganan los perdedores regresan, todos regresan… salieron temprano tardan en volver; extraño, porque nunca volvían a esas horas. El ruido de la gente al repartir medallas se percibía con mucha claridad. Gritos. ¡Qué momento! Owens, de raza negra, había encontrado su Luz. Amigo de toda la vida. Estaba claro, era el decir de la gente. Se dieron la mano, se abrazaron, se tocaron el corazón como abriendo ventanas… a saber si fue pura ilusión. Lo cierto es que algo los obligó a pactar. No hubo calabazas, se siguen queriendo, enterrados. Gracias, FJ, por presentar recuerdos de los juegos Olímpicos. Un abrazo, en medio de esos silencios al terminar los juegos.
Hola Marimbeta,
gestos y hechos como los de Owens y Long son los que dan sentido a los Juegos. Después vendrá el esfuerzo y la superación, pero como decía el Barón de Pierre Fredy de Coubertin, el cómo y haber competido lo es todo.
Abrazos
…Argentina suele caer en esto….es decir usar eventos populares, invertir allí…tapamos y distraemos a las masas, mientras aumentan los hechos de corrupción….el tráfico de personas….etcétera…..sucedía en plena dictadura cuando la gente desaparecía…..y el resto olía flores con lo del mundial, el primer oscar a una peli (la historia oficial), una miss mundo (silvana suarez)…y la tele estaba plagada de los artistas que se mantienen en vigencia en plena democracia….cuando nacieron a la fama, durante esa generación nefasta de una sangre militar despreciable…¿ nazismo ?…no,estupidez humana…
Hola Alejandra,
las dictaduras fomentan la estupidez humana. Por desgracia, curar esa estupidez es difícil y mientras la ignorancia puede ser curada, la insensatez es irremediable.
Un besote
Es hermoso saber que entre todo aquel desastre nació esa maravillosa amistad entre dos atletas. No hay nada como los amigos. Espectacular tu artículo. Un beso, Francisco Javier.
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