
“Panteras que tiraban dócilmente de la boga a la que habían sido enganchadas; leones que llevaban en sus fauces a la liebre viva que habían atrapado; tigres que lamían la mano del domador que les daba latigazos; elefantes que se arrodillaban gravemente ante el palco imperial o que escribían en la arena con la trompa frases latinas”.
Así describen Plinio el Viejo y Marcial los números de circo que se celebraban en el anfiteatro, pero lejos de estos números circenses el Imperio romano organizaba duelos a muerte entre animales o combates entre gladiadores y bestias queriendo imitar a Hércules, el héroe griego que venció a toda clase de animales en sus “doce trabajos”, y así se describen desde el año 186 a. C. Con el tiempo, acabarían por convertirse en crueles y sanguinarios espectáculos que amenizarían las mañanas del Coliseo romano hasta que llegada la tarde los gladiadores se batieran en la arena.
Las peleas entre animales (venatio) se realizaban entre especies diferentes: leopardos, búfalos, bisontes, toros, osos, jabalíes, elefantes, rinocerontes, tigres, leones y hasta liebres que poco podían hacer ante sus adversarios. Aunque no se mencionan también pudieron haberse utilizado avestruces, cocodrilos y dromedarios, y en cuanto a las jirafas, solo se tiene constancia cuando Julio César llevó una a Roma en el año 46 a. C.
Durante los Juegos se llegarían a emplear miles de animales, tanto adiestrados como salvajes, siendo los rinocerontes uno de los más temidos y difíciles de manejar. Búfalos contra elefantes, osos contra búfalos, elefantes contra rinocerontes… cuya carne era ofrecida al público después del espectáculo. Los pretores, ediles y cuestores financiaban estos eventos con los impuestos recaudados y en Roma, el día antes de la lucha, exponían los animales en el zoo (vivarium), cerca de la Porta Prenestina, ante el asombro de todos.
El prestigio que proporcionaba organizar estos espectáculos con animales hacía que se compitiera por superar los anteriores pero con los años se hacía más difícil encontrar animales exóticos, provocando que se aumentara su coste. Tenemos constancia del Edicto de Diocleciano (301) en el que establece el precio máximo para intentar frenar los precios exorbitados que se solicitaban en ocasiones. Los leones entre 125 y 150.000 sestercios, las leonas entre 100 000 y 125 000, los leopardos entre 75 000 y 100 000, los osos entre 20 000 y 25 000. Mientras que los herbívoros eran más asequibles: avestruces (5000 sestercios), asnos salvajes (5000) y ciervos (2000 a 3000).

Los gladiadores que se enfrentaban a estos animales (venationes) alcanzaban fama siendo algunos tratados como verdaderos ídolos, hecho que impulsó a emperadores como Cómodo a participar en las cacerías del Coliseo para hacer alarde de su heroicidad en la arena y ser aclamado por sus gestas como gladiador o cazador. Según fuentes clásicas se cuenta que en una ocasión abatió cien tigres con cien jabalinas o los cinco hipopótamos y dos elefantes que mató con sus propias manos (difícil de creer por otra parte) así como rinocerontes y otras bestias salvajes desde su palco imperial lanzándoles jabalinas, aunque lo más difícil de entender por el pueblo era el hecho de que todo un emperador romano bajara a la arena tomando las armas para luchar como un gladiador. Físicamente parecía muy distinto a su padre Marco Aurelio diciéndose incluso que en realidad era hijo de un gladiador. Pero no fue el único emperador, incluso Nerón se enfrentó a un león, eso sí, con los dientes limados y sin garras en las patas, mientras el público le vitoreaba y aplaudía rabiosamente.
Los gladiadores que se especializaban en la lucha con fieras se entrenaban en una escuela especial conocida como Iudus Matutinus, una de las cuatro escuelas que Domiciano creó cerca del Coliseo, y algunos lo hacían voluntariamente por dinero. Conocemos el nombre de uno de ellos, Carpóforo, a quien se le comparaba con el mismo Hércules tras enfrentarse a un oso, un leopardo y un león “de tamaño sin precedentes”, según cuenta Marcial.
La Iglesia desaprobaría estos espectáculos prohibiéndose su celebración en domingo a partir del año 469 (Codex de Justiniano, III.12.9.2), siendo el emperador Anastasio quien los prohibiera por completo un siglo después aunque el último que se tiene constancia es del año 523.
Esto nos puede parecer algo salvaje pero no lo es más que la modalidad de venatio conocida como damnatio ad bestias, una forma de pena de muerte que se aplicaba a enemigos del imperio o prisioneros de guerra importada de Cartago en el siglo II a. C. que se practicaría hasta el siglo VII. Era una manera de morir tan cruel que algunos se suicidaban antes de salir a la arena y así evitar ser devorados vivos.
En fin… «Panem et circenses»
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