
Sí, me refiero a esa última voluntad que «generosamente» se ofrece al reo antes de morir y es que en el país norteamericano la pena de muerte se aplica incluso desde antes de su fundación, bajo el gobierno colonial de Gran Bretaña, teniendo registrada en 1608 la primera ejecución, el capitán George Kendall, acusado de ser un espía español. A día de hoy, 31 de los 50 estados de Estados Unidos., siguen practicando la pena de muerte y Texas encabeza esta macabra lista. Entre 1819 y 1923 los condados de Texas realizaban sus ejecuciones con ahorcamiento, a partir de 1923 el estado de Texas asumió la responsabilidad de las mismas mediante la silla eléctrica hasta que en 1964 se empleara la inyección letal, aunque en la actualidad existe un vivo debate sobre si realmente las sustancias que se administran producen o no una muerte indolora. Sea como fuere, lo cierto es que en el año 2010 se ejecutaron en los Estados Unidos 39 presos y más de 3000 se encontraban en el corredor de la muerte.
Será en Texas donde el propio estado comenzaría a instaurar ese gesto de cortesía para con los condenados, permitiéndoles decidir el menú de su última comida, generalizándose después en muchos otros países. Encontramos en la historia gestos similares con los antiguos griegos, egipcios, romanos y chinos, incluso los aztecas alimentaban a sus sacrificios humanos antes de matarlos. En algunos países de Europa se ofrecían comilonas al condenado para que una vez muertos no atormentaran a su verdugo, y los franceses, con su gusto a la guillotina, les ofrecían un vaso de ron. Además, ¿quién no ha visto en alguna película permitir fumar un último cigarrillo al condenado a muerte por fusilamiento?
No debemos pensar en este ofrecimiento como un derecho del preso, no, ellos no tienen ningún derecho, solo hay que verlo como un gesto de compasión, una regla no escrita que se difundiría entre las prisiones. Esto sería así desde 1924, teniendo buena muestra de ello en los cuarenta años que los reos de la prisión de Huntsville (Texas) compartieron ese último postre con sus compañeros de pasillo, dividiéndolo en tantas raciones como presos había.
Repasemos algunas de las curiosas peticiones de esos condenados, por cierto, obvio en describir los motivos por los que fueron acusados para no hacer demasiado gore el artículo:

En 1963, en Iowa, la última persona de ese estado en ser ejecutada, de nombre Victor Feguer, pidió únicamente una aceituna con hueso, pensando que si era enterrado con él en uno de sus bolsillos, brotaría un olivo en el lugar donde reposaran sus restos.
Gary Gilmore, en Utah, solicitó una hamburguesa, huevos cocidos, café y tres chupitazos de un Jack Daniel’s de contrabando.
La última cena de Ronnie Lee Gardner consistió en un gran filete, una langosta, pastel de manzana, Seven Up para beber y un helado de vainilla, eso sí, acompañado de las tres películas de El Señor de los Anillos y la lectura del libro Justicia Divina de David Baladacci.
El caso de Philip Ray Workman es especial. Lo único que pidió es una pizza vegetal para entregarla a un vagabundo, a modo de buena acción.
Jonathan Nobles pidió una hostia consagrada y vino, mientras que Danny Rolling fue un poco más sibarita con su menú: una cola de langosta, camarones capeados con corte mariposa, patata al horno, pastel de queso recubierto de frambuesa y té dulce.
Los hay que tiran más de franquicia, como John Wayne Gacy Jr. que encargó pollo rebozado del Kentucky Fried Chicken, doce boquerones empanados, patatas fritas y un puñado de fresas, eso sí, la Coca-Cola Light que había que conservar la línea; Marion Albert Pruett que hizo encargar una Pizza Hut con el borde relleno, cuatro Whoppers del Burguer King, una bolsa grande de patatas fritas, tres botellas de dos litros de Pepsi, un cubo de hielo, ketchup, berenjena frita, calabacín frito y pastel de nuez, lo que no sé es si se lo llegó a comer todo el solo; Gary Carl Simmons Jr. que en 1996 pediría una Super Supreme Deep Dish de Pizza Hut de tamaño mediano con doble ración de champiñones, cebolla, chiles jalapeños y pepperoni, y otra con tres tipos de queso, aceitunas, pimiento morrón, tomate, ajo y salchichas italianas. Junto a diez botes de ocho onzas de queso parmesano, otros diez de aderezo, una bolsa tamaño familiar de Doritos, dos botellas de Cherry Coke, una bolsa supersize de patatas de McDonald’s con extra de ketchup y mayonesa, y dos tarrinas de helado de frambuesa. Hay testigos que aseguran que se comió la mitad de todo el pedido dejando, claro está, ese día dejó el McDonald’s sin existencias; o el psicópata inspirador de El silencio de los corderos, Gary Heidnik, que solicitaría un par de porciones de pizza de queso acompañadas con dos cafés. Tampoco quiero olvidarme de Velma Barfield, la primera mujer condenada a morir por inyección letal, que en 1984 pidió una bolsa de ganchitos y una Coca-Cola.
Mientras, otros, más golosos, como Timothy McVeigh que engulló un par de tarrinas de helado de menta con trozos de chocolate (imagino que la bomba que colocó matando a ciento sesenta y ocho personas e hiriendo a otras seiscientas ochenta no le quitaron el gusto por lo dulce).
Sorprendentes, por su escasez, como Aileen Wuornos, sí, la de la película Monster, que solo pediría un café; o por su singularidad, como la petición de James Edward Smith: un tazón de lodo «rhaeakunda», un barro utilizado en rituales vudú para que tras la muerte su espíritu pudiera moverse con libertad. Tuvo un problema y es que se lo denegaron, ofreciéndole a cambio un yogur, que se comería sin más.
También los hay graciosos como el que pidió un filete, pollo frito, Kool-Aid de cereza y un pastel de nuez de postre, este último no lo tocaría diciendo a los guardias que lo «dejaba para después» y por último, el más macabro, el deseo del pedófilo caníbal Doug Stephener, quien pidió para comer… ¡un niño! Preferiblemente menor de 8 años y de origen asiático. En fin, sobran las palabras.
Como era de suponer llegaría el «listillo» de turno. Lawrence Russell Brewer exigió dos filetes de pollo frito, una hamburguesa triple con queso y tocino, una tortilla de queso, un tazón grande de quimbombó frito, tres fajitas, helado y una libra de carne a la parrilla con media barra de pan blanco. Lo peor de todo es que cuando se lo sirvieron dijo que no tenía hambre y ni lo probó. A la vista de lo sucedido, el senador de Texas, John Whitmire, tramitaría que en su estado se dejara de ofrecer ningún menú a la carta a los condenados, aboliéndose definitivamente esta tradición en septiembre del 2011.
Nunca un cena resultó ser tan relevante, ¿no creéis? Por cierto, vosotros qué pediríais…
Para saber más:
La última cena de 15 condenados a muerte. Fotografías de James Reynolds y Henry Hargreaves
¿Puede la última cena de los condenados a muerte ser indicador de su inocencia?
Link imagen:
Responder a Lo mejor está al caer Cancelar la respuesta