Aunque mi mano tiemble, aunque llegara a temblarme la cabeza, mi corazón nunca temblará. (Adolf Hitler)
Mucho se ha hablado sobre la salud de Adolf Hitler, mentiras, pero también verdades, y aunque pueda parecernos extraño no existen muchas fuentes fiables sobre sus enfermedades. Si hay una que podamos considerar objetiva es la detallada por su médico personal, Theodor Gilbert Morell, quien en sus informes médicos y diarios deja escritos sus males y los tratamientos recibidos.
Empezaré por el final, concretamente tras el despido de Morell por Hitler el 22 de abril de 1945, al ya «no necesitar su ayuda médica». Abandonaría Berlín en un avión Condor, sufriendo obesidad, problemas cardíacos y circulatorios que le obligarían a hospitalizarse casi de inmediato. El 17 de julio sería detenido por los americanos en el mismo hospital donde se encontraba ingresado, siendo torturado para obtener información acerca del dictador -cuentan que hasta le arrancaron las uñas- obteniendo su historial médico, del que hace unos años se encontró una copia del informe de inteligencia militar de Estados Unidos (os invito a que veáis el video que dejo al final del post).
Entre las mentiras que se han dicho sobre Hitler se cuentan su posible homosexualidad, haber sufrido de sífilis y ser un pervertido, que se descartan tras el estudio de las páginas registradas por Morell. Sufrió de «calambres» estomacales, eczemas, flatulencias y al final de su vida empezó a tener problemas de corazón, esto último algo que no le reveló al propio Führer. A partir de febrero de 1944 comenzó a fallarle la visión del ojo derecho, aunque se negó a llevar gafas, utilizando una lupa con la que podía leer los documentos que le presentaban (seguro que más de uno recuerda haberle visto en alguna fotografía utilizándola). También en sus últimos días se puede apreciar en las películas que se tienen de él, un temblor exagerado de su mano izquierda, aunque ya antes manifestaba un deterioro de sus facultades motoras desde que subió al poder, algo que ya en 1933 insinuaban que pudiera padecer Parkinson. Este diagnóstico se ve reforzado más recientemente por el estudio del neurólogo Raghav Gupta publicado en World Neurosurgery. En él afirma que la enfermedad pudo influir en su falta de remordimiento y empatía, así como en exacerbar su carácter impulsivo y temerario, influyendo en algunas de las fatales decisiones que tomó durante la Segunda Guerra Mundial como el ataque temprano de Rusia, en 1941; el no defender correctamente las playas de Normandía, en 1944; o su negativa a que la Wehrmacht se retirase de Stalingrado. Lo cierto es que desde la derrota de Stalingrado Hitler caminaba encorvado, arrastrándose y su rostro se volvió totalmente inexpresivo, además de presentar rigidez en la expresión de pensamientos, una trayectoria de su escritura y unas deficiencias en el habla que podrían ser síntomas compatibles con la enfermedad de Parkinson.
Iba de un lado a otro a paso lento y trabajoso, inclinando hacia delante la parte superior del cuerpo y arrastrando los pies. Le faltaba el sentido del equilibrio […] De la comisura de sus labios goteaba a menudo la saliva.(Descripción que hace un oficial del Estado Mayor cuando se había recluido en el búnker del Reichtag para ver pasar sus últimos días).
Volviendo a la figura de Theodor Morell, este sería médico personal de Adolf Hitler desde 1936 hasta su suicidio en 1945, y desde esta posición de poder se crearía envidias y enemistades que apuntaron a atribuir a sus tratamientos como causa de la mala salud del Führer. Estudió medicina en Grenoble y en París, recibiendo formación en obstetricia y ginecología en Múnich. Tras doctorarse sirvió en el frente durante la Primera Gran Guerra, y en 1919 abriría consulta en la misma Berlín donde en solo un año ya buscaron su atención artistas y aristócratas adinerados. Su fama no hizo más que aumentar rechazando la invitación del Sah de Persia y del rey de Rumania para ejercer como su médico personal. Entre sus pacientes destacó el propio Mussolini y Heinrich Hoffmann, a quien supuestamente curó de gonorrea y que, junto a Eva Braun, acabarían presentándolo al Führer. En una ocasión, en una fiesta en el Berghof, Morell le diría que podría sanarlo en menos de un año de sus dolencias intestinales y de piel, aceptando Hitler su tratamiento.
Morell era conocedor de la dieta vegetariana del dictador, en especial de las judías que tomaba en purés ocasionándole más flatulencias. Creía que sus dolores estomacales se debían a bacterias nocivas que trató con un probiótico conocido como «Mutaflor» con bacterias Escherichia coli provenientes de un soldado alemán sano de la Primera Guerra Mundial. En seis meses, el eczema de la piel y el mal intestinal desaparecieron, y tres meses después se restableció en su totalidad. Desde ese momento pasaría a ser su médico personal, no sin cierta reticencia de la mujer de Morell. Goring le llamaba con cierto cinismo «el Canciller Aguja», por su afinidad a las inyecciones, aunque Hitler prefería una inyección antes que un tratamiento oral al buscar resultados rápidos. Hitler era el paciente ideal para cualquier curandero y el tratamiento con placebos, ya que su imaginación aumentaba su hipocondría. Estas inyecciones contenían glucosa, vitaminas y preparados hormonales a dosis tan bajas que era poco probable que le hicieran ningún efecto positivo ni negativo. En una ocasión, en 1937, pensó que estaba tan enfermo que dictó un testamento político en noviembre de ese mismo año, y su última voluntad privada, seis meses después. Por desgracia para la humanidad no se cumplió su sospecha.
En su diario médico Morell registraba todas las drogas, vitaminas y sustancias que administraba al Führer periódicamente, ya sea en inyecciones o en pastillas, y en abril de 1945 tomaba hasta 28 píldoras y varias inyecciones cada día. Estas son algunas de las sustancias que le administraba: testosterona, cafeína, belladona, sulfinamida, anfetaminas, manzanilla, atropina, bromato de potasio, cocaína (en gotas para los ojos)… y así hasta más de setenta. Entre algunos de los sorprendentes tratamientos que le dió se encuentra la penicilina tópica que recibió en 1944 y que en esos momentos había sido introducida de forma experimental en el frente por el ejército estadounidense, sin desvelar nunca de donde la había adquirido; en sus últimos meses de vida, Hitler alternaba estados de decaimiento y flaqueza con euforia inaudita, hecho que podría ser debido en parte al «Vitamultin» un producto de Morell que contenía dosis de metanfetamina y cafeína; y el «Glyconorm», un preparado a base de placenta, hígado, músculo cardíaco y testículos de toro, administrado como tónico.
Supuestamente, jamás le dijo a nadie, ni tan siquiera a Hitler, lo que le administraba, por ello se le acusó entre los círculos más cercanos al Führer de su mala salud, pero los historiadores descartan que estos tratamientos le hubieran influido en sus decisiones y que le afectaran en su salud, ya que las dosis eran muy bajas.
Morell tenía entre sus manos la vida de Hitler (¡posición deseada por tanta gente!) contando con toda su confianza y recompensándole con la cruz de caballero de la orden del mérito en guerra sin espadas, pagándole una fuerte suma de dinero y apoyándole hasta hacerle dueño de su propia fábrica de productos farmacéuticos. Para su desgracia, Morell acabaría muriendo en 1948 de un ictus, pobre e ignorado, sin ser nunca acusado de ningún crimen.
Un video:
Podréis apreciar perfectamente al principio del mismo, el temblor de la mano izquierda de Hitler
Un libro:
Los diarios secretos del Medico de Hitler, de David Irving (1983) PDF
Información basada en The Barnes Review, vol. 17, no. 6. Noviembre-Diciembre, 2011; Kaplan R. Doctor to the dictator: the career of Theodor Morell, personal physician to Adolf Hitler. Australasian Psychiatry. 2002;10(4):389-92.
Yo creo que más que médico era un camello. El doctor Feelgood también le habría quedado bien
Hola Juan,
pero gozaba de la total confianza de Hitler y lo sabía.
Saludos y gracias por comentar.
Gracias por el aporte interesante
😉
Los misterios del conocimiento médico-secreto que Morell tenía sobre su líder eran como la bruma en el acto mismo de cobrar concreción definitiva; una acumulación de poder personal protegiendo a ese bigote famoso en su vida terrena con demasiados fármacos. Casi una especie de «disciplina sin doctrina» Zen, pero, con algunos cristales que la distorsionan. Sabiduría Bárbara, tratando de suprimir ese temblor de la mano izquierda de su jefe, pinchándolo varias veces al día. Los latidos, los calambres y las flatulencias no cesaban por mucho butaflor suministrado. Las bacterias se escondían en los recovecos de su intestino, anunciaban realidad mágica en ese realismo convencional, produciendo fenómenos contradictorios en sus convenciones con discursos articulados, pretendiendo cambiar al mundo, con inexistentes propuestas. Gracias, FJ. Recordar que para vivir, como pensaba Aristóteles, sólo es menester ser una bestia o un Dios. Algunos quieren ser ambas cosas a la vez… creyendo en realidades que no existen. Abrazos filosóficos.
Hola marimbeta,
¿Te imaginas que Hitler se encontrara con Aristóteles? ¿Qué conversación tendría? Estoy convencido de que Aristóteles, aún con más de dos mil años de diferencia, le rebatiría todas y cada una de sus delirantes convicciones. Aunque conociendo como pensaba el dictador seguro que no habría debate, encerraría a Aristóteles en la cárcel, seguro.
Abrazos con lógica (Aristotélica, claro)
Hola Javier ¡qué interesante! ignoraba algunas cosas de Hitler y eso porque conozco a alguien que me ha platicado mucho sobre él, pero aquí encontré cosas nuevas que o sabía. Gracias por tanta interesante información.
Abrazos de l uz
Hola Silvia,
su salud siempre ha sido motivo de debate y controversia. Mientras preparaba el post encontré información de lo más curiosa y en muchos casos poco fiable, imagino que Hitler es un personaje que te da pie a dar por sentado cosas que puede que no sean ciertas, pero de lo que no hay duda es de que su médico personal también tuvo su papel protagonista en esta barbarie que fue la II Guerra Mundial.
Abrazos de luz
Hola Javier, sí seguramente mucho de lo que leemos, vemos o escuchamos de este personaje son meros mitos y es difícil dilucidar qué lo es y qué no, pero siempre interesante, así como los que lo rodearon, como este médico.
Abrazos de luz
Me hace sentido que tuviera Parkinson y que tomara esas drogas que hoy día están prohibidas. Ese hombre estaba muy enfermo en su mente y en su corazón. Loco, completamente loco. Es poca la gente que me produce lo que él. Ha sido muy interesante conocer un poco más sobre su persona. Y al doctor, pues que vaya al mismo lugar que Hitler. Si me gustó que lo pusiera a comer bacterias del intestino de un soldado. Un abrazo, Francisco Javier.
Hola melbag,
sentimientos compartidos por muchos de nosotros aunque deberías saber que lo de comer (ponerse) bacterias del intestino de un soldado es algo muy habitual entre nosotros. Piensa en los probióticos tan de moda en nuestros días… ¡Ja, ja, ja!
Abrazos
Ok… ¿Eso son los probióticos? Oye, y tiene que ser de soldado, no puede ser de un bebé??? Nada, supongo que yo como cosas más horribles. Jajajaja Abrazos, majo.
¡Ja, ja, ja! Pues sí, no dejan de ser microorganismos vivos. En ocasiones más vale no saber muchas cosas…
Si, esta mala costumbre de la medicina de hoy día de explicarlo todo. Era mejor cuando nos decían «Tómalo porque te va hacer bien, yo te lo digo». Y ya. Jajaja
Muy interesante como siempre. Vaya mentes quisieron dominar al mundo
Un abrazo
Hola Cristina,
ya podrían hacerlo personas como Vicente Ferrer, seguro que mejoraría y mucho.
Abrazos
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Hola Francisco,
Morell era todo un quack, es decir, un charlatán, sirviendo a otro charlatán. Hace tiempo que pensé que deberíamos dejar de llamarlo «doctor», no se merece ese noble título. Era un vendehumos sirviendo a otro, un camello y su drogadicto, tal para cual. eso sí, mientras estuvo cerca del Führer se forró vendiendo remedios «homeopáticos»…en fin.
Gran trabajo Doctor, Vd. sí que se merece ese título, y otros.
Enhorabuena y un saludo!
Hola Jesús,
tenemos otras muestras durante la Segunda Guerra Mundial como el investigador médico japonés Shirō Ishii y sus horrendas mutilaciones; el alemán Josef Mengele con su obsesión por los gemelos; las lobotomías de Walter Freeman, con las que incluso decía curar los dolores de cabeza, la homosexualidad y hasta el comunismo; el menos conocido pero no menos horripilante dr. John R. Brinkley, que implantaba testículos de cabra a los hombres que acusaban disminución de líbido… en fin, el horror elevado a la enésima potencia.
Saludos 😉
Excellent article, thank you very much for taking of your time to post it.
Hello oldpoet,
thank you for viewing and sharing.
A greeting
Reblogueó esto en Truth Troubles: Why people hate the truths' of the real worldy comentado:
This is an excellent article on Hitler and his health issues from his personal doctors views.