Muchos consideran a Henry Ford como el creador de la cadena de montaje, pero si retrocedemos en la Historia encontramos que tres mil años atrás, concretamente en tiempos de Ramsés II, se organizó una fábrica de carros de guerra para poder montar los dos mil carros de combate que necesitaron para hacer frente al ejército de Muwatalli. Hititas y egipcios lucharon para expandir sus fronteras y conseguir el control de Oriente Próximo. En Amarru (actual Siria), cruce de caminos de aquellos tiempos, Muwatalli se enfrentará a Ramsés II en la batalla de Qadesh (1274 a. C.) una de las más importantes de la Antigüedad, la primera documentada en fuentes antiguas y la última gran batalla librada solo con tecnología de la Edad de Bronce.
La innovación tecnológica
Las diferencias entre estos dos imperios venían de muchos años atrás. En 1650 a. C. los hicsos atacan y ocupan Egipto durante casi un siglo hasta que los egipcios se rebelan y los expulsan tras décadas de lucha. De ellos adoptaron nuevas armas de lucha cuerpo a cuerpo y el carro de guerra de dos hombres, copiándolo de los norteños pero mejorándolo ostensiblemente: desplazaron el eje -de un metro de largo- y las ruedas, del centro del carro colocándolos atrás; la cabina del carro de un metro de ancho, 45 cm. de fondo y 76 cm. de alto, será de madera, de olmo o fresno moldeada con vapor, cubierta con pieles de animales o juncos. El suelo de la cabina es de capas de cuero flexible o de tela especialmente tejida para ayudar al equilibrio del arquero y amortiguar los numerosos golpes que recibían. Reemplazaron la rueda de cuatro radios por una de seis radios, dotándola de más robustez aguantado una velocidad de hasta 19 km/h por terreno de difícil tránsito; la articulación universal en la que el palo del carro que viene de los caballos se une al vehículo, que, al no estar fija, hace más cómodo el desplazamiento a sus tripulantes y ayuda también a amortiguar los golpes. Por supuesto, el carro del faraón se recubría con metales como el oro. La fabricación de los carros no resultaba ser precisamente barata, recayendo los gastos en las clases nobles.
Debido a la naturaleza orgánica de los elementos solo se han conservado ocho hasta nuestros días, seis correspondientes al ajuar funerario de Tutankamón, otro, el del General del cuerpo de carros del faraón Amenhotep III, Yuia, y el encontrado por Rosellini en una tumba tebana desconocida.
Cada unidad de combate de guerra en carro constaba del conductor (kedjen), un arquero (seneny) y un corredor, que marcha al lado del vehículo tanto para defenderse como para atacar a los carros enemigos, al igual que en la actualidad se envían los tanques junto con apoyo de infantería. El corredor llevaba una espada de casi un kilogramo de peso o un escudo para defenderse y una lanza afilada de casi dos metros.
Enemigos irreconciliables
Treinta años después de librarse de los hicsos, los egipcios pondrán en marcha su expansión por Canaan, y el actual Líbano y Siria, gracias a los carros. El problema que se encontraron fue que los hititas también los tenían. La manera de enfrentarse era combatir en círculos, para que el arquero del carro acertase a los ocupantes del carro enemigo, mientras pasaban uno al lado del otro, después giraban y volvían a atacar. Sin embargo, existían grandes diferencias entre los carros de unos y unos, unas diferencias que marcarían en gran medida el desarrollo de la batalla. El carro hitita era más pesado y lento pero le daba la capacidad de llevar a tres hombres, por lo que el corredor podía ir en el carro. Esto era así gracias a que los hititas contaban entre sus filas con Kikkuli, un adiestrador de caballos de origen hurrita que los entrenaría para que fueran más rápidos y fuertes.
Durante siglos, tanto hititas como egipcios realizaron escaramuzas en Qadesh para conseguir dominarla, pero con la muerte de Tutankamón su viuda escribió al rey de los hititas para que le enviara uno de sus hijos y así casarse con él. El rey hitita accedió. Los egipcios enemigos de la viuda de Tutankamon descubren su plan y van en busca del príncipe hitita, que nunca llegará a pisar el suelo egipcio. Después muere ¿asesinada? la viuda de Tutankamón y el rey hitita, enfurecido por la muerte de su vástago, reanuda la guerra contra Egipto para vengarse, una excusa más para luchar por la tan deseada zona de Amarru. Tras una década de luchas, el rey hitita acaba muriendo por una epidemia.
La batalla de Qadesh
A partir de entonces disminuyen las contiendas entre los dos grandes imperios hasta que Ramsés II llega al poder. Valeroso pero también arrogante, comprende que para defender su imperio debe atacar y planea un ataque contra los hititas, llevando 24 000 soldados (4 divisiones, con 6.000 soldados cada una que a su vez se componía 5000 de infantería y 500 unidades de carro de dos hombres). Los hititas envían 17 000 hombres con otro guerrero curtido en mil batallas al frente, Muwatalli. Ambos se dirigen a Qadesh, aunque Ramsés, que dirige en persona tres de sus divisiones, quiere llegar el primero a la ciudad para no tener que atacar sus murallas. Ciertamente llega antes que su enemigo pero se encuentra con una inesperada sorpresa.
Recorrieron más de 800 kilómetros durante más de un mes, hecho que le haría perder el 17 % del contingente por fracturas, infecciones… y al llegar, no sabe nada de los hititas, desconoce dónde se encuentran sus ejércitos. Los beduinos le dicen que se encuentra cerca de Alepo, a 160 kilómetros al norte, así que, Ramsés, dejándose llevar por su entusiasmo, partió acompañándose solo con unos cientos de soldados hacia la ciudad de Qadesh, dejando a su ejército desorganizado y disperso a lo largo de 24 kilómetros de donde se encuentra. Las divisiones no consiguen seguirlo y de repente, aparecen miles de carros hititas. No se sabe seguro si Muwatalli ya ocupaba Qadesh cuando apareció Ramsés pero lo que sí se sabe es que la información de los beduinos era falsa, una trampa mortal. El hecho de que los carros hititas portaran tres ocupantes, con los corredores descansados en ellos, hizo que el ataque se convirtiera en una carnicería, observada por Ramsés con impotencia desde su campamento. Su ejército seguía disperso y el faraón desprotegido, pero entonces, ante el asombro de los egipcios, los hititas se frenan sin asestar el golpe definitivo cuando tenían acorralado al faraón. Ramsés, advirtiéndole, reúne los carros que le quedan y los restos de su división para atacar el flanco hitita más vulnerable. Cobra fuerza y consigue hacerles retroceder, aunque sus tropas todavía siguen dispersas. Llega el momento decisivo de la batalla, Muwatalli lanzando la infantería rodeará a Ramsés para matarlo, pero cometiendo otro error, no lo hace. La lucha continúa, hititas y egipcios siguen batallando, y cuando por fin llega la segunda división egipcia, los veloces carros egipcios pueden superar a los pesados carros hititas. Muwatalli recibe refuerzos, pero no de infantería, sino carros que no pueden maniobrar y acaban por quedar rodeados por sus enemigos. La ventaja hitita se acaba convirtiendo en una fatal desventaja.
Hititas y egipcios sufrieron graves pérdidas en la histórica batalla, perdiendo Ramsés la mitad de sus soldados y más de la mitad de sus carros. Los hititas retroceden a su base detrás de Qadesh sin ser perseguidos por los egipcios. Al día siguiente, Muwatalli envía un mensaje al faraón diciéndole que ninguno de los dos han ganado nada, que dejen la batalla por ahora y que ya se enfrentarán más adelante. Ramsés acepta pero esto no impide que se autoproclame vencedor. Según se cuenta, reúne a los comandantes de las unidades de carros que habían desertado ordenándolos que se arrodillaran delante de él, decapitándolos él mismo antes de regresar a Egipto, un castigo aleccionador para el futuro.
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