Hay urgencias médicas que no pueden esperar segundos, minutos, horas ni mucho menos días y la apendicitis es una de ellas. Hoy, la exéresis de ese dichoso e inútil apéndice se ha convertido en una de las cirugías más rutinarias -aunque no exenta de riesgo-, pero su inflamación no avisa y puede sobrevenir en el momento y lugar más inoportuno. Eso es lo que le pasó a nuestro protagonista de hoy.
El imprevisto
Se trata de Leonid Rógozov, un médico ruso nacido en la fría Siberia, que terminaría sus estudios de medicina general en 1959, en el Instituto de Pediatría de Leningrado, especializándose posteriormente en cirugía. En 1960 decidió dar un giro a su vida y participar en la sexta Expedición Antártica Soviética junto a un equipo de doce investigadores de la Base Novolazárevskaya, él sería el único médico del grupo.

Tras cuatro meses en la estación comenzaría a encontrarse mal. Presentaba náuseas, fiebre y dolor en la fosa ilíaca derecha y ese mismo día no dudó en el diagnóstico: apendicitis. Consciente de que le iba la vida en ello decidió que tendría que operarse a sí mismo ya que la base Mirni era la estación soviética más cercana a ellos, pero estaba a más de 3.000 kilómetros, además, no tenían aviones y el mal tiempo hacía imposible volar.
Era el 30 de abril de 1961 y sus improvisados ayudantes serían un ingeniero mecánico y el meteorólogo, ambos, sin ninguna experiencia ni nociones médicas y puede que incluso con más miedo que el propio Rógozov al planteárseles la situación. Por si a alguno de ellos se les ocurriera desmayarse se encontraba en la sala el director de la estación, y previendo que lo más probable sería que fuera él mismo el que perdiera la conciencia les instruyó cómo inyectarle adrenalina y reanimarle si fuera el caso.
A las 22:00h comenzaría la dramática intervención tras asignar una tarea específica a cada uno de sus ayudantes. Durante la operación Rógozov debía permanecer consciente durante todo momento así que la anestesia general no era opción. Comenzaría inyectándose él mismo en la pared abdominal una solución de 0,5% de un anestésico local que le permitiría realizar con un bisturí una incisión de 12 cm. Reclinado ligeramente hacia su lado izquierdo introduciría sus dedos en el interior de su cuerpo hasta identificar con el tacto el apéndice inflamado, aunque al principio solicitó que se le pusiera un espejo delante después lo mandó retirar al no poder orientarse con la imagen invertida que veía.
Media hora después comenzó a notarse débil obligándole a realizar pausas para recuperarse, cada cuatro o cinco minutos descansaba 20 o 25 segundos. Finalmente dio con el fatídico apéndice que efectivamente se encontraba aumentado de tamaño y con la base a punto de perforarse. No cabe duda de que si se hubiera retrasado unas horas más en tomar esa decisión habría sido demasiado tarde. Tras proceder a la sutura y el cierre de la herida se administró antibióticos que, junto al posterior y merecido descanso, ayudarían a que bajara la fiebre y en una semana regresó al trabajo.
Todo un héroe
Daba la coincidencia de que dieciocho días antes de que se autopracticara la apendicectomía, otro ruso, su compatriota Yuri Gagarin, se convirtió en el primer hombre en el espacio. Las comparaciones entre ambos eran inevitables. Los dos provenían de familias humildes trabajadoras, los dos tenían la misma edad, 27 años, los dos mostraron un valor y coraje que muy pocas personas en el mundo serían capaces de tener, claro está, los dos se convirtieron en héroes nacionales.
Rógozov evitaría en lo que pudo la publicidad que se le quiso dar aunque se le reconoció con la «Orden de la Bandera Roja del Trabajo». Pasó el resto de su vida trabajando como médico en Leningrado (San Petersburgo) ocupando el cargo de jefe del Departamento de Cirugía del Instituto de Investigación de Neumología Tuberculosa desde 1986 hasta el año de su muerte en septiembre de 2000 a consecuencia de un cáncer de pulmón.
En la actualidad hay agencias espaciales que extraen el apéndice de manera profiláctica a los astronautas así como a los científicos que deben pasar largos períodos de tiempo en zonas tan alejadas como el Antártico. Y es que siempre es mejor prevenir que curar porque… ¿quién sería tan osado como Rógozov?
Hoy podemos ver en el Museo de San Petersburgo el instrumental quirúrgico que utilizó esa noche, una manera de ensalzar el orgullo soviético.
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BBC; Соловьянова Ирина; slideshare.net
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