Los romanos construyeron carreteras que desde el centro de Roma partían hacia el resto del mundo, y también dispusieron de verdaderas autopistas, no terrestres, sino marítimas en el mar Mediterráneo, que aunque llenas de peligros proporcionaban grandes ventajas en el comercio.
Antes de las guerras púnicas (siglos III y II a. C.) Roma no disponía de una fuerza naval, pero su ansia de expansión consiguió expulsar a los cartagineses de Sicilia y después de Córcega y Cerdeña, sus primeras provincias de ultramar. Después vendrían sus victorias contra Aníbal y la aniquilación de Cartago, siendo total su dominio del Mediterráneo occidental y considerando el mar como suyo. Será entonces que dirigirán sus miradas al otro lado del Mediterráneo, el oriental…
Para controlar todo el mar Mediterráneo instalaron sus dos principales bases en Miseno (occidental) y en Rávena (oriental), convirtiéndose en la principal vía de transporte, la más rápida y eficaz, y abaratando los costes del transporte de materias primas como el grano y los materiales de construcción hasta 60 veces menos que por tierra.
Los piratas del mar
Pero todas estas ventajas tenían un pero: era una ruta peligrosa debido a las tormentas y a los piratas. Mejoraron la tecnología de sus naves y las protegieron recubriendo los cascos de plomo, que las hacían más lentas y pesadas, convirtiéndose así en presa fácil. Por suerte para ellos contaban con galeras y trirremes que las protegerían.
Los piratas del Mediterráneo operaban desde la Antigüedad, no era algo nuevo, aunque durante el siglo I a. C. se convirtieron en un verdadero quebradero de cabeza para Roma, tanto que sus ataques amenazaban su propia supervivencia al poner en riesgo el suministro de trigo. Entre ellos, los más temidos fueron los corsarios del sureste de Anatolia (actual Turquía) y su modus operandi se basaba principalmente en el secuestro de personas para solicitar después un rescate y la captura de ciudades.
En una ocasión, Julio César fue apresado por estos piratas cuando se dirigía a Rodas. Estos exigieron un rescate de 20 talentos (equivalente a 500 kg. de plata), pero el joven César, arrogante como pocos, les dijo indignado que él no valía menos de 50. Por suerte para él terminó liberado y sus captores apresados y ajusticiados.
Una decisión que bien vale un Imperio
En el año 67 a. C. Roma acabaría por tomar una decisión que cambiaría el curso de su propia historia. Para poner fin de manera definitiva al problema, el tribuno de la plebe Aulo Gabinio presentaría la lex Gabinia, por la que se decretaba la elección de un hombre como cónsul durante tres años dándole poder ilimitado, algo inaudito hasta entonces ya que siempre se evitó dar excesivo poder en una persona para evitar los reyes. El elegido sería el general más popular que por entonces tenía la República, Cneo Pompeyo.
Pompeyo contra los piratas del Mediterráneo
Conocido como Pompeyo el Grande, con solo 23 años reclutaría un ejército privado con la fortuna familiar para participar en el año 88 a. C. en la Guerra Civil que enfrentaba a Sila contra Cayo Mario. Sus victorias contra Sertorio y Espartaco le valieron la confianza del Senado que pondría a su mando tendría 120.000 soldados de infantería, 4.000 jinetes y 270 naves.
El éxito fue total. Planificó barrer el mar Mediterráneo dividiéndolo en sectores a cuyo cargo puso hombres de su confianza, supervisados todos por él. En tan solo tres meses acabó con los piratas que buscarían refugio inútilmente en Cilicia, y según cuentan, más de 10.000 corsarios murieron obteniendo Pompeyo un formidable botín de más de 20.000 hombres, 400 navíos, armas y materias primas. Tras su aplastante victoria enfocaría su poder contra los reyes orientales.
Honores y olvido
A su regreso a Roma en el año 61 a. C. se le rindió honores con la mayor de las celebraciones vista hasta entonces durante dos días. Esclavos, soldados desfilando, objetos inéditos nunca vistos, miles de tesoros… el desfile debió ser imponente, aunque todos los objetos acabarían por perderse, bueno, todos menos uno que todavía puede verse en un museo de Roma, una urna de bronce probablemente utilizada para mezclar fino con agua y miel y una inscripción que nombra a uno de los reyes vencido por Pompeyo.
Pompeyo revolucionaría Roma y no deja de ser sorprendente el hecho de encontrar muy pocos rastros de su paso por la ciudad. Con las ganancias obtenidas, Pompeyo construiría un magnífico teatro -ahora cubierto por casas- uno de los primeros edificios que se comenzarían a construir para impresionar.
Parte de culpa de este injusto olvido la tiene un hombre, su oponente, quien queriendo emularle en sus victorias marcharía al Oeste, y sí, lo consiguió, aunque a costa de un verdadero genocidio en la Galia. Hablo, como no, de Julio César.
Para saber más:
Reconstrucción del rostro de Pompeyo
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