
Un comerciante egipcio encontró entre las piernas de una momia en una tumba de Assasif un papiro que resultaría ser uno de los dos escritos médicos más importantes de la medicina egipcia. Como era habitual entonces, este comerciante lo vendería a buen precio, en esta ocasión a Edwin Smith, en 1862, y diez años después terminaría en manos del egiptólogo alemán George Moritz Ebers, quien pondría su nombre al mismo. En él se tratan las enfermedades médicas, mientras que en el otro destacado papiro al que hacía referencia, el Papiro Edwin Smith, las quirúrgicas.
Los médicos egipcios eran considerados intermediarios entre los dioses y los hombres, representándose con una vasija coronada por un cuchillo o una flecha ya desde tiempos de Imhotep –el primero del que conocemos el nombre-. La profesión se aprendía desde niño, muchas veces junto al padre, también médico, una manera de transmitir esa “conocimiento sagrado”. Después se impartía la enseñanza en las Casas de la Vida (Per Anj), un lugar donde además de medicina se ilustraba en todas las ciencias y donde se acumulaba la sabiduría de aquellos tiempos en forma de tablillas y papiros. Así pues, allí acudían los jóvenes que aspiraban a ser escribas, sacerdotes, gobernantes y los futuros médicos. Estos, antes de iniciar la enseñanza médica propiamente dicha, aprendían a leer y escribir y con el tiempo tendrían el privilegio de conocer los signos sagrados. Será solo después que estudiarían los textos escritos propiamente médicos como los que formaban parte de los Libros herméticos (dedicados al gran dios Toth) y los papiros, entre ellos los dos que os presento en el artículo.
En ellos encontrarían remedios pero también conjuros para invocar el poder de los dioses, no solo para proteger al enfermo sino al propio médico, ya que existía la creencia de que algunas enfermedades eran debidas a espíritus especialmente malignos que de una manera u otra podían afectar al propio médico si intentaba su curación. Tras su formación médica podían formar parte del servicio del faraón, incorporarse a sus ejércitos o marchar a una gran ciudad trabajando libremente y cobrando lo que sus pacientes pudieran pagar.
De los textos médicos que debieron existir, pocos son los que se conservan, pero gracias al Papiro Ebers y el Papiro Edwin Smith se conocen muchas de sus prácticas.
Papiro Ebers
En la actualidad se puede ver en la Librería de la Universidad de Leipzig y supera en información médica al de Smith. Se escribió en hierático cerca del año 1500 a. C. en tiempos de Amenhotep I (Dinastía XVIII), siendo una recopilación de textos mucho más antiguos, algunos pertenecientes a las primeras dinastías. Lo primero que sorprende es su extensión, mide más de veinte metros de longitud, treinta centímetros de alto y contiene 110 páginas. En él se dedica un apartado al corazón al que ya lo consideraban el centro del sistema sanguíneo, varios dedicados a la contracepción, y otros referentes a trastornos ginecológicos, dermatológicos, urológicos, enfermedades gastrointestinales, oculares… e incluso, un capítulo recoge trastornos como la demencia y la depresión. Se encuentran 876 recetas elaboradas con más de 700 sustancias (la mayoría vegetales) y otros remedios elaborados de arañas e insectos. En definitiva, se trata de un tratado de la medicina en toda regla.

Papiro Edwin Smith
El Papiro Edwin Smith puede que no supere en información al anterior pero en él podemos ver cómo practicaban la cirugía y los distintos procedimientos quirúrgicos que utilizaron. También está escrito en hierático, en tiempos de la Dinastía XVIII, y el egiptólogo Edwin Smith lo compró en 1862 cuando se encontraba en Luxor. Aunque reconocía su valor histórico nunca publicaría nada del hallazgo, y tras su muerte su hija lo donaría a la Sociedad de Historia de Nueva York, encontrándose actualmente en la Academia de Medicina de dicha ciudad.
El Dr. James Henry Breasted, director del Instituto de Estudios Orientales de la Universidad de Chicago, terminaría de traducirlo a finales de la década de los años 20. Mide poco más de cuatro metros y medio por treinta y tres centímetros de ancho y parece estar escrito por escribas de diferentes épocas, siendo copias de otros mucho más antiguos. Se pueden ver los tratamientos empleados en cuarenta y ocho casos de heridas de guerra, racionales, sin magia excepto en uno solo de ellos. Para las heridas recomiendan aplicar carne fresca arrancada de animales vivos y en algunos casos como en el cráneo y las meninges, la sutura con aguja e hilo; en los abscesos, abrirlos para vaciarlos y cauterizarlos después con un hierro candente; la aplicación de compresas con miel y grasa animal en la zona quirúrgica; la circuncisión y hasta un tratamiento que seguimos utilizando en nuestros tiempos en forma de cremas, la urea, para las arrugas.
Para saber más:
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Información basada en el libro El médico. Del templo al hospital (2015), de José Ignacio de Arana Amurrio. Doctor en Medicina y Cirugía.
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