Dicen que cuando uno llega a lo más alto, solo puede caer, y en parte, solo en parte, también se puede aplicar a la antigua Roma. Si hay una fecha que representó un antes y un después en su grandeza, un año en que todo cambiaría para siempre, esa es el 146 a. C.
La campaña de Cartago
En la primavera de ese año los cartagineses, enfermos y hambrientos por el asedio al que estaban siendo sometidos por los romanos en Cartago, lucharon cuerpo a cuerpo, casa por casa, con espadas, flechas y piedras, pero todo resultaría inútil y tras seis días de batalla urbana acabarían por rendirse. Los últimos supervivientes se refugiaron en el templo de Eshmún, junto a su necrópolis sagrada, rogando clemencia a Escipión, pero de nada sirvió. Desde Roma le ordenaron eliminar o esclavizar a todos sus habitantes y una comisión del Senado decidiría arrasar la ciudad en contra de la opinión de Escipión. Cumpliendo órdenes sus legiones la destruirían hasta los propios cimientos, sembrando después con sal el suelo para que no creciera nunca nada más allí.
Las otras ciudades del norte de África que apoyaron a Cartago también fueron destruidas, respetándose tan solo las que se rindieron al comienzo de la contienda. Era el fin de la tercera guerra púnica (149-146 a. C.) y el nacimiento de la nueva provincia romana de África.
La batalla de Corinto
Casi al mismo tiempo los romanos al mando de Lucio Mumio se enfrentarían al estado griego de Corinto, la más rica de Grecia, siendo arrasada y matando a todos los hombres. Las mujeres y los niños serían vendidos como esclavos. Tras las victorias sobre las dos ciudades más importantes del Mediterráneo ya no quedaba ningún contrincante capaz de hacer frente a Roma.
Probablemente en ese momento no tenían ningún plan de gobernar el mundo pero se encontraron con todo el poder para hacerlo. Algunos puede que vieran el principio del fin, pero lo cierto es que fue el inicio de su dominio durante siglos.
El legado griego
Cartago fue borrada para siempre, quedó en el olvido. Grecia, en cambio, perduraría. Los romanos obtuvieron de ella algo mucho más importante que riquezas y tesoros, su cultura, que llegaría a cambiar a la propia Roma.
La Ciudad Eterna se llenaría de elegantes estatuas, arte y mármol, transformándose en la gran Roma que todos reconocemos. En el Mediterráneo era continuo el flujo de navíos cargados de arte saliendo de Grecia en un viaje sin retorno hacia Roma.
Pero no solo eso, el teatro, la literatura y toda su cultura acabó impregnando a los romanos hasta el punto que incorporaron la mítica guerra entre aqueos y troyanos en la «Ilíada» como suya. Eneas ya no sería uno más en la mítica guerra. Los romanos lo cogieron y se lo quedaron. Le hicieron huir de Troya para dirigirse a Italia y fundar la raza romana, una especie de ancestro de Rómulo y Remo. Así, las tradiciones griegas perdurarían por siempre. Una muestra de que el poder de la cultura y de los libros supera a las más poderosas espadas.
En una ocasión, un poeta romano llegaría a decir que en esa batalla, los verdaderos vencedores no serían los romanos, sino los griegos, pues su cultura perduraría en Roma durante siglos.
Mientras, Viriato hacía de las suyas…
Puede que ese año se recuerde por los éxitos militares de Roma en el Mediterráneo pero la alegría no fue absoluta al sufrir severas derrotas en Hispania por parte de un simple pastor, Viriato. No obstante, tras la guerra contra Cartago Roma pudo destinar más tropas para derrotarle y tres años después, el cónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano empezaría a liberar las ciudades del sur de Hispania persiguiendo a Viriato. Pero esto es otra historia…
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