
Si me perfumo mis pies, el olor llega a mi nariz, si me lo pongo en la cabeza solo los pájaros pueden olerlo (Diógenes, siglo IV a. C.)
Puede que esta frase del filósofo cínico no sea la más adecuada para querer aplicarnos un perfume en la actualidad pero sirve para mostrar que el origen de los perfumes viene de tiempo atrás. De hecho, deberíamos situar el origen en la prehistoria, cuando esos hombres primitivos que cazaban con flechas de piedra y se calentaban al lado de un fuego, encendieron casualmente la resina de un árbol descubriendo un novedoso y agradable olor.
Al igual que ellos, cualquier civilización antigua obtendría el perfume del humo del incienso, la mirra y otras resinas y madera, encontrando en Sumeria las primeras descripciones del uso del perfume, tanto en las tablillas de arcilla como en su literatura, ejemplo de ello es el Poema de Gilgamesh, en el que encontramos múltiples referencias.
Antiguo Egipto
Es bien sabido que se ungía con fragancias a las momias para hacerlas agradables a los dioses, los propios sacerdotes eran los encargados de su elaboración, y es que los perfumes estuvieron muy ligados a la práctica religiosa. Elaborados con resinas o un tipo de incienso mezclado con otros ingredientes (kapet), los egipcios utilizaban flores autóctonas como el lirio, el loto blanco, el mirto, la menta y el eneldo, entre otras, importando jazmín de la India y especies como la canela y el azafrán, sin olvidarnos de la mirra. De esta última tenemos constancia en la expedición al reino de Punt de Hashepsut, la única mujer que ostentó el título de Faraón, de la que regresó con cuarenta árboles de mirra que plantaría en los jardines de su palacio de Deir el Bahari.
En su elaboración empleaban aceites vegetales, grasa animal y para conseguir la persistencia del aroma añadían la espata de palmera datilera. Así, uno de los perfumes más solicitados sería el mendesio, fabricado en la ciudad del delta del Nilo, Mendes.
Los egipcios tenían fama de ser el pueblo más limpio de la historia y los perfumes eran utilizados tanto por hombres como mujeres en fiestas sociales. Podemos ver en la imagen de arriba a unas mujeres de la alta sociedad con unos «conos» en la cabeza que se colocaban debajo de las pelucas, realizados con grasa mezclada con perfumes que se fundían con el calor del cuerpo y del ambiente, perfumando el cuerpo, algo que no debía de ser muy práctico al abandonarse con el paso del tiempo.
El uso de perfumes llegó incluso a los tiempos de guerra llevando los soldados un frasco de aceite perfumado colgado del cinturón que utilizaban para cuidarse el pelo y la piel de las inclemencias del clima.
En la Biblia
Se encuentran numerosas referencias de las que destacaría estas dos: en el Antiguo Testamento, cuando Moisés recibe de Dios las Tablas de Ley en el Sinaí, recibe también la orden de construir el Arca de la Alianza y el Altar de los Perfumes. Tras nombrar Gran Sacerdote a Aaron, este quemaría incienso junto con esencias cada mañana y cada atardecer; y en el Nuevo Testamento, los Reyes Magos ofrecieron oro, incienso y mirra al niño Jesús.
Antigua Grecia
Como no podía ser de otra manera el mundo griego el origen de los aromas se explica a través de los mitos…
La rosa, blanca y sin olor, adquiriría su color rojo y aroma, desde que Venus se clavara una espina de un rosal tiñéndola de rojo con su sangre. La rosa se volvería tan bella que Cupido la besaría adquiriendo entonces su aroma.
No tardarían en incorporar los aromas para incrementar la belleza, importando esencias orientales. Pero la gran aportación de los griegos sería la conservación de los perfumes en frascos de cerámica como los «lekytos».
Antigua Roma
Los fenicios serían los primeros distribuidores de perfumes del Mediterráneo, y los griegos, a través de sus colonias, propagarían el hábito de perfumarse, pero los romanos llevarían este uso a la exageración.
Los perfumistas se instalaron en un barrio de Roma conocido como «Vicus unguentarium» donde se elaboraban y vendían los solicitados ungüentos. No solo se perfumaban las personas, también los teatros, los vestidos, las salas de los palacios y hasta el vino, utilizándose perfumes en las ceremonias religiosas y en las fiestas sociales. Del abuso que se haría de los perfumes es conocida la anécdota de Nerón que explica que en sus banquetes hacía caer desde el techo pétalos de flores sobre sus comensales y soltaba palomas cuyas alas estaban perfumadas para esparcer sus aromas.
Edad Media
El gusto por los aromas y los perfumes permanecería en el imperio Bizantino, pero serían los árabes los que perfeccionarían las técnicas para su elaboración con la creación del alambique y la propagación del uso del Agua de Rosas, del almizcle y la algalia, muy utilizadas durante la Edad Media tras las cruzadas.
A partir del Renacimiento…
Desde Venecia y Florencia, con los Médicis y los Duxs de Venecia como grandes protagonistas, se expanderían los perfumes por toda Europa, siendo Francia la gran beneficiada. Hubo a quien le sonrió la fortuna como a Renato de Florencia, perfumista privado de Catalina de Médicis que la acompañó a París en su enlace con el rey Enrique II y se quedó en la ciudad para abrir una tienda de perfumes codiciados por todo el país. Catalina era una mujer muy refinada e importó años antes el uso del tenedor en Italia, dotándole de un mando largo que era muy práctico para el comensal que quería aprovechar y rascarse la espalda. También sería ella la que impondría la moda de los perfumes en Italia, pero recordemos que en aquellos tiempos, la alquimia de los buenos aromas se ligaba íntimamente con la de los venenos.
En el año 1709 se comercializaría el primer perfume de la historia, el Agua de la Reina (Eau de Cologne) elaborada por un monje alemán y vendida por el italiano Giovanni María Fariña.
Durante el siglo de Oro, la época de Don Quijote, y en las cortes de los reyes de Francia, en el resplandeciente Versalles, la elegancia de los vestidos y las pelucas empolvadas contrastaban con la falta de higiene. Su sentido de limpieza no pasaba por bañarse ni lavarse, sino por cambiarse a menudo la ropa y untarse con todo tipo de perfumes para disimular los malos olores. Muy reconocidos fueron los guantes perfumados, y un nuevo aroma que se pondría de moda durante la revolución francesa y que se conocería como «Guillotine».
A partir de entonces no dejó de crecer la industria de la perfumería y en 1921 aparecería el famoso Chanel nº 5 creado por Ernest Beau para Coco Chanel, pero eso es otra historia.
Para saber más:
El libro de las fragancias perdidas. M. J. Rose. Plaza & Janés, Barcelona, 2013.
Museo del perfume en la casa Farina
El Perfume: Historia de un asesino (2006)
Links imágenes:
Sharon Mollerus; Jerzy Strzelecki; Biombohistorico.blogspot.com.es
Información basada en la web del Museo del Perfume. Fundació Planas Giralt (Barcelona)
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