¡Compañeros y compañeras! ¡Diputados y diputadas! ¡Todos y todas! En nuestros días se ha prodigado entre los políticos de todas las tendencias y en los medios de comunicación, un lenguaje considerado políticamente correcto. Hasta aquí nada que objetar. El problema aparece cuando lo repiten de manera cansina en cada párrafo de su discurso, en ocasiones, incluso puede parecer cómico para quien lo escucha. Pero, ¿no se dan cuenta de ello? ¿Por qué lo hacen? Y algo más importante todavía, ¿es correcto ese lenguaje desde el punto de vista lingüístico?
Contestando a la primera pregunta diría que sí, por supuesto que son conscientes de ello, aunque les puede más ser políticamente correctos que simplemente correctos. Su intención no es otra que corregir mentalidades, erradicar actitudes y pensamientos nocivos reemplazando estas palabras por neologismos de nuevo cuño. Se ha generalizado tanto en discursos públicos y formales que hoy en día no seguir esta convención verbal sería casi una grosería.
Tampoco debemos pensar que es algo nuevo de nuestros tiempos. Ya en el siglo XIII, en el Cantar del mío Cid se cuenta que en Burgos recibieron a Rodrigo Díaz de Vivar «mugieres e uarones, burgeses e burgesas». No hay duda de que el lenguaje evoluciona y es un reflejo del contexto social de cada época, no es inmutable. Por ejemplo, ya no decimos minusválido, sino discapacitado, porque nadie es menos válido al faltar algún miembro del cuerpo, pero son palabras que persisten en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) porque, aunque su uso está desfasado en el tiempo que vivimos, están en nuestra literatura.
¿Qué dice la RAE al respecto?
Puede que debamos dejar aconsejarnos por los expertos y lingüistas, y estos en realidad cuestionan con firmeza e incluso cierta ironía el abuso y la generalización de estos latiguillos lingüísticos en cada vez más países. En España el movimiento feminista extendió en los medios de comunicación y en la sociedad en general, el lenguaje «no sexista», con éxito en la feminización de sustantivos que describen profesiones (jueza, presidenta…), pero no tanto en otros términos. Las nuevas tecnologías e internet han hecho que para no caer en el supuesto sexismo de la lengua se utilice el símbolo arroba (@) para superponer el uso femenino y masculino, algo que por otra parte me parece horrible.
Las palabras castellanas tienen género, masculino o femenino, así, un paraguas es masculino y la sombrilla femenina, nuestro idioma proviene del latín vulgar, hace ya mucho tiempo, más de mil años, y por caprichos de la historia, el plural masculino se impuso como genérico. No me negaréis que chirría en los oídos que un hombre se presente como periodisto, o que una mujer que maneja una avión sea una pilota, en lugar de piloto, como mínimo sorprendería, ¿no? En algunas palabras dar un nombre femenino a una palabra masculina se hace realmente complicado y en estos casos el lenguaje no sexista preconiza el uso de un sustantivo colectivo. Así, ni médico ni médica, sino el personal médico; ni fiscal ni fiscala, sino la fiscalía; ni ciudadano ni ciudadana, sino la ciudadanía…
Las lenguas están en constante evolución y las academias velan por ellas, aunque al final, con el tiempo, los hablantes también tendrán algo que decir.
Espero/espera que ninguno/ninguna, de ustedes/ustedas, se ofenda/ofende al leer este artículo, nada más lejos de mi intención, ¡huy, creo que me he hecho un lío! Bueno, el debate sigue abierto…
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