
En el siglo XII, encontramos un reino cristiano y un rey enfermo que sería recordado durante siglos. Su reinado solo duraría once años y se ganaría el apodo de «rey cerdo», un nombre que no hace justicia a sus acciones, pero que el pueblo asociaría a su enfermedad, la lepra. Su nombre, Balduino IV.
La plaga

El mal, presente en gran parte del mundo desde la antigüedad, durante la Edad Media se extenderá por toda Europa convirtiéndose en una auténtica pandemia en los siglos XII y XIII. Considerada una enfermedad del alma, maldita, símbolo del pecado del que lo sufría (o de sus familiares más cercanos), quienes padecían de lepra eran considerados verdaderos muertos en vida.
Los afectados debían colgarse una campana, una pata de ganso o vestirse de un color que les reconociera a todos con presteza, obligados a vivir fuera de sus hogares, alejados de los núcleos urbanos. Ya sea por un erróneo diagnóstico del médico de la zona, del sacerdote o del mismo barbero, existía la fatal y terrible posibilidad de ser mal señalado por esa enfermedad y quedar marcados injustamente el resto de la vida con ella.
«Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios» decía el sacerdote en la puerta del templo tras la homilía que se ofrecía antes de llevar al leproso a las afueras de la ciudad.
El contexto bélico
Tras la conquista de Jerusalén en la Primera Cruzada, los cristianos sobrevivirían durante dos siglos, hasta la caída de San Juan, en medio del territorio musulmán. Desde que Godofredo de Bouillón fuese coronado (en realidad no aceptó ninguna corona) en la iglesia de la Natividad de Belén, le sucedieron veintitrés reyes cristianos, el más querido, nuestro Balduino.
Tras la muerte de su padre Amalarico I, se convertiría en su sucesor y sexto rey de Jerusalén con tan solo trece años, encargando su educación a Guillermo de Tiro, posterior arzobispo y canciller de esa ciudad. Se interesó por la historia y las letras y su propio tutor sería el primero en percatarse de la enfermedad que comenzaba a ocasionarle síntomas como no sentir dolor cuando se hacía daño. Se desconoce dónde se contagió al no sufrirla ningún familiar cercano, pero algunos apuntan a algún sirviente de la corte en sus primeros años de vida.
Nadie apostaba por aquél muchacho y menos sus enemigos que le veían como un títere y una presa fácil. Uno de ellos, Saladino, reconocería después el error de infravalorarlo. Con dieciséis años, Balduino IV, enfermo y sin apenas apoyo en la corte, se enfrentaría al sultán en la mayor gesta vista en esas tierras, venciéndolo contra todo pronóstico en una batalla desigual.
Saladino contaba con un ejército estimado entre 26.000 y 30.000 soldados, mientras, Balduino organizó uno mucho más inferior en número con tropas de Bizancio y caballeros recién llegados de Europa que no llegarían a quinientos según las fuentes más optimistas junto a menos de 4.000 infantes, portando la Vera Cruz. Solo el 10% de las fuerzas musulmanas regresarían a Egipto. La victoria sería total y sería la última gran batalla ganada por los cruzados en Tierra Santa antes de la capitulación de Jerusalén, recordada como la batalla de Montgisard.
Sus últimos años de vida
Tras cumplir veinte años la lepra le desfiguró la cara, obligándole a usar una máscara de plata, se quedó ciego y mutilado de pies y manos. Poco después, en 1185, con veinticuatro años, fallecería, y al no tener descendencia le sucedería su sobrino.
Balduino IV terminaría por ser el rey más respetado de todos, tanto por cristianos como musulmanes, sería el que pondría en jaque en más ocasiones al sultán Saladino y el que más buscara la paz entre todos. Sin duda, el apodo no le hace justicia, y Saladino habría de esperar a su muerte para poder conquistar Jerusalén.
Una película:
«El reino de los cielos» (2005), de Ridley Scott
Para saber más:
Link foto:
Deja una respuesta