Inocentes o tendenciosos, según Freud; blancos, negros, rojos o verdes, según el tema o a quién van dirigidos; buenos, malos, exagerados, irónicos, clásicos, tópicos… chistes hay muchos y todos tienen en común que nos quieren hacen reír, y si miramos atrás en la Historia encontramos que, mucho antes que nuestros rebisabuelos, también se reían con ellos.
* ¿Nervioso?
-Sí, un poco.
¿Es tu primera vez?
-No, ya había estado nervioso antes.
* Mamá, mamá, hoy casi saco un 10.
-¡Muy bien Jaimito! pero… ¿por qué casi?
Porque se lo pusieron a mi compañero de al lado.
* Después de medio siglo de matrimonio, él se muere, y al poco tiempo
después, ella también y se va al cielo.
En el cielo, ella encuentra al marido y corre hasta donde él y le dice:-¡Amor mío! ¡Que bueno encontrarte!
Y él responde:
-¡No me vengas con esas! El contrato fue clarito: ¡Hasta que la muerte nos
separe!
Puede que alguno de estos chistes os arranque una sonrisa, puede que incluso una sonora carcajada (va a gustos), pero los que han estudiado el tema -sí, también hay gente que lo ha hecho-, concluyen que los chistes más graciosos son los que nos hacen considerar superiores a los tontos, y que los mejores son los que recogen algo horrible, convirtiéndolo en estúpido.
El escritor y humorista Mark Twain decía que el secreto del humor no era la diversión, sino el dolor, un sinsentido que el cerebro nos recompensa generando dopamina, ese neurotransmisor que estimula el sistema nervioso simpático (¡qué majo él!), asociado al sistema del placer cerebral y que ayuda a motivarnos.
Nos reímos también por sentirnos superiores, como así se sentían en la Edad Media con las bromas y las situaciones cómicas de esos enanos y jorobados, o en la época victoriana con los enfermos ingresados en las instituciones psiquiátricas, o como en la actualidad, con los payasos y con Mr. Bean (os aconsejo que entréis en el link si no lo conocéis). Sí, los chistes y las situaciones cómicas originan un fallo de inhibición que actúa como mecanismo de defensa, y eso es bueno para la salud. En definitiva, hay que reírse.
¿Y en la Antigüedad también se contaban chistes?
* Un joven esposo le pregunta a su esposa:
-¿Cariño, qué debemos hacer, desayunar o hacer sexo?
Y ella le dice a él:
-Lo que tú quieras. Por cierto, ¡no queda nada para comer!
* Un hombre se acerca a un estudiante tonto y dice:
-El esclavo que me vendiste murió.
-¡Por los dioses! –contesta el tonto-, cuando estaba conmigo nunca hizo
algo semejante.
* Un astuto estudiante tonto se ha quedado sin dinero.
Entonces recurre a vender sus libros y le cuenta a su padre en una carta:
-¡Felicítame, padre! ¡Ya me estoy ganando la vida con mis libros!
* Un abderita se encuentra con un eunuco y le pregunta cuantos hijos tiene.
El tipo explica que necesita testículos para poder tener hijos…
-Bueno -vuelve a la carga el abderita-, siempre puedes comprarte un par en
la carnicería.
Estos cuatro chistes son una pequeña muestra de los 265 que encontramos en el Philogelos (se traduciría como “amante de la risa”), la recopilación de chistes más antigua que se conserva hasta la fecha. Pocas veces se recogían por escrito, pero al igual que en nuestros días, contar chistes era algo habitual.
El Philogelos, escrito en griego, es un texto romano que hace múltiples referencias a lugares y culturas del Mediterráneo, así como a personajes del final de la República e inicios del Imperio, e incluso de mucho antes. Pudo haberse escrito en el siglo IV, y sus presuntos autores, Filagrio y Hierocles, los clasificaron por temas que abarcan los más diversos aspectos de la sociedad: desde profesores despistados hasta tontos estudiantes; desde el sexo hasta… los abderitas.
¿Y quienes eran estos abderitas?
Al igual que hoy, la suerte -o la desgracia- hace que algún pueblo sea el blanco de múltiples chistes (recordemos los actuales del pueblo de Lepe, en España), los antiguos griegos consideraban tontos a los habitantes de Abdera, una ciudad costera de Tracia, motivo por el que eran protagonistas de múltiples chistes y burlas. Sin embargo, la causa suele ser otra bien distinta y en el caso de Abdera, esta era una ciudad rica, poderosa, cuna de filósofos de la talla de Demócrito, Protágoras y Anaxarco. ¡Maldita envidia!
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