
La palabra «santo» significa en hebreo «elegido por Dios», hombres y mujeres de distintas religiones a los que se le atribuyen relaciones especiales con las distintas divinidades y que en el caso de los católicos interceden ante Jesucristo por la humanidad.
Tiempo atrás, una persona podía llegar a ser declarada santa por los obispos, y desde el año 1000 será el papa quien celebre las canonizaciones. A día de hoy, existen más de 10.000 beatos y santos, 2.000 de ellos proclamados en tan solo 25 años, bajo el pontificado de Juan Pablo II, mientras que sus predecesores necesitaron varios siglos. Tras el Concilio Vaticano II se acortaron los plazos y se disminuyó el número de milagros necesario, de cientos se redujo a dos.
Lo que ahora os explicaré puede que sorprenda, o quizás no. Me refiero a uno de estos santos y, aunque la Iglesia Católica no lo reconoce como tal, su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje durante siglos, me refiero a San Guinefort.
Y es que no era un hombre, tampoco una mujer, ni tan siquiera una persona, San Guinefort era un perro, concretamente un lebrel. De hecho, se le atribuyen algunos milagros tras su muerte y su devoción fue tal que, al menos en Francia, se le consideró por muchos santo desde el Medievo hasta principios del siglo XX.
Su historia quedó recogida por Étienne de Bourbon a mediados del siglo XIII, un dominico autor de un Manual del Inquisidor que recogía fábulas moralizantes a las que se recurría con cierta frecuencia en la enseñanza religiosa.
Esta es la historia de San Guinefort, cada uno que saque sus propias conclusiones…
Un día, el dueño de Guinefort, que era un caballero que vivía en un castillo en Villars-les-Dombes, lo dejó con su hijo de pocos meses. Cuando regresó el caballero, vio sangre en el hocico del perro, e inmediatamente lo mató. Luego se percató de que su hijo estaba vivo, y entonces encontró a su lado una serpiente muerta. El caballero, arrepentido, le hizo al perro una tumba cubierta de piedras y con plantas alrededor.
Su tumba terminó por convertirse en lugar de devoción y peregrinaje y como que todos los santos tienen su festividad, nuestro San Guinefort también tuvo una, el 22 de agosto, al menos, hasta que en 1930 se dejara de practicarle culto.
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Esta bella historia me recuerda cómo algunos budistas se hacen la pregunta de si un perro, por ejemplo, tiene la naturaleza de buda.
Hola Jose Luis,
en el budismo, se dice que los únicos animales que no se conmovieron tras la muerte de Buda fueron la serpiente y el gato, por tanto se les consideran sabios ante la impasibilidad que mostraron. No cabe duda que el budismo respeta la vida animal (así como también la naturaleza) y piensan que los animales tienen mente, sienten y padecen. Tienen la misma esencia sagrada que los seres humanos. Incluso la literatura budista muestra historias de seres humanos que en vidas anteriores fueron animales. Tal como comentas, en el budismo, los animales pueden recibir el refugio de Buda, y pueden llegar a ofrecérseles funerales como a los seres humanos. Se prohíbe ejercer violencia contra ningún animal, pero Buda rechazó el vegetarismo estricto para los monjes.
Un saludo y agradecido por tu pregunta, seguro que generará más comentarios.
Una hermosa historia, gracias por compartirla al igual que el pensamiento budista sobre los animales. ¡Feliz semana!
Hola Themis,
la Historia se compone de trocitos de historia como esta.
Un saludo también para ti.
Pobre perrito… En fin, a veces se toman conclusiones antes de investigar.
Hola melbag,
son reacciones humanas que en ocasiones nos hacen tomar decisiones incorrectas e irreversibles.
Un abrazo
Así es.