Que las cárceles están abarrotadas, lo sabemos. Que muchos de los inquilinos que las ocupan son gente joven y la droga la culpable de su privación de libertad, también, de hecho, si se legalizara, podría hacer que muchas cárceles se quedaran vacías, pero claro, con los tiempos que corren puede que se volvieran a llenar rápidamente entre timadores banqueros y políticos corruptos. Tranquilos, no entraré en este tema, ya estamos bastante saturados, aunque sí me gustaría hablar del origen de las cárceles y de cómo cambió la idea que se tenía de ellas con el paso de los siglos, especialmente a partir de la Ilustración.
El origen de la palabra
El origen de la palabra “cárcel” lo encontramos del latín “coercendo” que viene a significar restringir o coartar, otros, piensan que su origen viene del hebreo “carca”, que significaría meter una cosa. La palabra «prisión» proviene del vocablo latino «prehensio», significando acción de retener. Sea como fuere, nuestro concepto de cárcel es muy distinto al de otros tiempos, y es que entonces recibían también el nombre de mazmorras y calabozos.
En la Antigüedad
La reclusión de personas la encontramos desde tiempos remotos con la aparición de las primeras sociedades estructuradas, no tanto para castigar, sino para detener. Filósofos como Pitágoras, Sócrates, Aristóteles y Platón, entre otros, replanteaban cómo castigar a los delincuentes acusados de un crimen. Platón proponía tres tipos de cárceles: la de custodia, en la plaza del mercado; la correccional, en el sofonisterón de la ciudad; y la de suplicio, sombría y fuera de la provincia.
En el antiguo Egipto, se hace referencia a los “presos del faraón” confinados en mazmorras subterráneas. Desde el Imperio Antiguo existía el kheneret, como el lugar donde se recluía a la gente. A partir del Imperio Medio, se documentan como lugares de reclusión por delitos como escapar del trabajo que se debía realizar al faraón, y será a partir del Imperio Nuevo que cambiará de nombre, itehu. En el caso de los delitos más graves, los acusados podían ser enviados a centros de trabajos forzados, incluso del extranjero. Los castigos corporales, amputaciones de extremidades, latigazos en público y el empalamiento estaban a la orden del día, eso sí, las clases privilegiadas podían librarse de esta horrible muerte ingiriendo algún veneno.
Los hebreos arrojaban a los condenados en cisternas, y en la antigua Roma, encontramos la Carcere Mamertino, donde la leyenda cuenta que estuvo prisionero San Pedro y donde en el siglo IV a. C. eran confinados los generales enemigos derrotados hasta que se hiciera efectiva su ejecución pública. Los mandarines chinos eran los encargados de administrar justicia en nombre del emperador en un edificio conocido como yamen, donde juzgaban y custodiaban a los presos hasta que se dictara sentencia. Y si algo tenían en común todas era el hecho de llevar grilletes o cadenas que cumplían una doble función: medida de seguridad y un castigo en sí mismo.
Otras que permanecieron en la memoria son las mazmorras de Sant’Angelo y los “hornos” de Monza.
Edad Media
Los gobernantes eran los árbitros que imponían la pena de cárcel en función del status social de la persona, eso sí, una condena podía ser suprimida a cambio de una contraprestación económica. La iglesia también hizo buen (o mal, según se mire) uso de la cárcel, inicialmente destinada a los religiosos considerados «rebeldes», y más tarde, a los seglares condenados por herejía.
Penas frecuentes eran el desmembramiento, el ahogamiento, la rueda, el aceite hirviendo… y es que el encierro se aplicaba preventivamente para después someter al culpado a todo tipo de crueles castigos o a morir en un lugar público a modo de escarmiento para el resto del pueblo con el objetivo de inducir miedo. Huelga decir que los errores judiciales eran continuos.
Algunos autores señalan que el sistema de prisión más antiguo conocido, entendido como lugar destinado al cumplimiento de una pena, es la construida por el rey Enrique II de Inglaterra en el año 1166, en Claredon, y recordemos también la célebre Bastilla y la Torre de Temple, en París, así como la Torre de Londres.
Siglos XVI-XVII
Hasta entonces, el encarcelamiento solía ser utilizado como simple custodia de los detenidos hata que llegara el día del juicio, será a partir del siglo XVI que cambiará la idea de cárcel y comenzará a utilizarse como pena represiva, sin dejar de lado los castigos corporales y el destierro a las colonias.
Encontramos en Ámsterdam, a fines del 1500, un intento de corrección a base de castigos inhumanos como la temida «celda de agua», en la que el preso solo se salvaba si desalojaba continuamente su celda del agua que la inundaba sin parar, y en esa misma ciudad, aparecen las Rasphuis y las Sphinuis, donde se realizaban trabajos de raspar madera, las primeras, y de hilandería, las segundas. Después, muchos países como Francia, Inglaterra, Portugal y España, implementarían el encierro para tener mano de obra en trabajos forzosos.
En el año 1557, en la ciudad de Londres, se reconvertiría un antiguo palacio en la House of Correction of Bridewell -siguiéndole otras ciudades de Europa-, a modo de casas de trabajo para recluir a los acusados de delitos menores. Y es que la migración de la población a las ciudades provocaría que aumentara alarmantemente la población marginal, causante frecuentemente de desórdenes. Para solucionarlo surgieron iniciativas de internamiento masivo, centros para delincuentes, pobres, huérfano e incluso enfermos.
La situación política del momento (despotismo, absolutismo monárquico…) hizo que el sistema penal se caracterizara por su crueldad, falta de defensa del acusado y se optara por la confesión mediante tortura. Esto comenzaría a cambiar con el Hospicio de San Miguel, en Roma, creado en 1703 por el Papa Clemente XI, el primero en distinguir entre jóvenes y adultos, y que acogía a jóvenes delincuentes con un tratamiento más educativo, pudiendo aprender un oficio que les permitiera vivir tras cumplir la condena. Durante el día compartían el trabajo con el resto de internos, manteniéndose aislados por la noche en sus celdas.
La Ilustración
Será a partir de entonces cuando se comprenda que la privación de libertad puede ser graduable a la gravedad del delito y el fin de la pena es lograr que la persona que cometió el delito no vuelva a cometerlo. Es decir, nacen las cárceles tal como las conocemos hoy en día.
Los filósofos franceses intentan concienciar de las condiciones infrahumanas a que eran sometidos los presos, y mencionaré al jurista milanés, el marqués Cesare Beccaria, como su mejor exponente con su obra «De los Delitos y de las Penas» (1764).
A partir del siglo XVIII, encontramos las primeras cárceles tal como las conocemos hoy en día, entre ellas el hospicio de San Michelle en Roma (1704) y la prisión de Gante en Bélgica(1773).
A partir del siglo XIX…
… se celebrarán Congresos, los primeros en Frankfurt (1846) y Bruselas (1847), sin olvidarnos del más importante que reunió a representantes de casi todos los países del mundo, en Londres, a partir de los cuales comenzarán a sucederse cambios estructurales importantes dentro de la prisión que aún continúan en pleno siglo XXI, fundamentalmente por la necesidad de disminuir el gasto público. Ejemplo son las cárceles privadas basadas en el rendimiento económico y la seguridad, pero como en otras ocasiones… esto es otra historia.
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