Según cuenta la leyenda -no es más que eso, una leyenda-, durante el largo asedio de Carlomagno y tras la muerte del árabe que la defendía entonces, su esposa, Carcas, vio el fin cerca al encontrarse sin víveres, tras cinco largos años de acoso. Desesperadamente fingió poseer todavía muchos alimentos descolgando un cerdo y un saco de trigo. Así, Carlomagno pensó que era inútil continuar con el asedio y se fue. Al ver marchar las tropas las campanas de toda la Cité sonarían, y al oírlas el rey de los francos este exclamó: «Carcas Sona».
Como decía antes no es más que una leyenda sobre el origen de su nombre, aunque lo cierto es que lo encontramos en el período romano, tras la fortificación de la fortaleza (oppidum) que ocupaba el promontorio. Fueron los romanos, como no podía ser de otra manera, quienes le dieron el nombre de Iulia Carcasso.
Una ciudad recuperada
Declarada Patrimonio mundial de la UNESCO en 1997, se encuentra en la región Languedoc-Rossellón, en el sur de Francia, a medio camino entre Toulouse y Perpiñán. Es la ciudad fortificada más grande que se conserva en Europa, testigo del paso de un tiempo de épocas exaltadas, violentas y fanáticas que la dejaron en un estado lamentable. El gusto por lo medieval surgido con el Romanticismo francés de Víctor Hugo sería el incentivo por el que la Sociedad Francesa de Arqueología apoyara la recuperación propuesta por el historiador Jean-Pierre Cros-Mayrevieille y el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, artífices de la belleza sin igual que hoy contemplamos en sus rincones, edificios y la muralla. ¡Gracias Jean-Pierre, gracias Eugène!
Su historia y cómo no ¡los cátaros!
Ubicada en una colina, en el siglo IX a. C. ya era un centro de intercambio comercial. Su ubicación, lugar de paso entre la Península Ibérica con el resto de Europa, hizo que los romanos se instalaran en el siglo VI a. C. Su importancia estratégica hizo que en el año 27 a. C. se convirtiera en la colonia Iulia Carcasso.
Protegida por una muralla galorromana durante el Bajo Imperio, esto no impediría que fuera conquistada por visigodos, sarracenos y francos. Fue entonces que se decidió construir una doble muralla y un castillo, rodeados de fortificaciones con una longitud total de 3 kilómetros reforzados con bastiones. Pipino el Breve -el apodo es por sus 137 centímetros de estatura, no por ser corto su reinado-reforzó las murallas para repeler a los árabes, y piedras, ladrillos junto con sólidos cimientos, permitieron sobrevivir a futuros asedios.
El hipotético primer conde de Carcassonne, Bellón, personaje que bien merecería un artículo en el blog por la controversia que origina entre los historiadores y que fundaría las ramas dinásticas de las casas condales de Barcelona, entre otras, sería nombrado con el título por Carlomagno a finales del siglo VIII.
Si Carcassonne es recordada por algo, no es otra cosa que por el papel que jugó durante la cruzada contra los albigenses (cátaros). El catarismo logró arraigar en el siglo XII especialmente en el Languedoc, bajo la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón, consolidándose Carcassonne como uno de sus más importantes feudos. Durante el siglo XII destacó la dinastía de los Trencavel, que construiría el Castillo (Palatium) y la Basílica de San Nazario y San Celso. Sus vasallos junto a sus familias, abrazaron la iglesia cátara, suponiendo el fin de la dinastía con la cruzada albigense (1209-1229) que se sucedió tras la llamada del papa Inocencio III. En 1226, el vizcondado de Carcassonne es anexionado al dominio real y será entonces que adopte el espectacular aspecto de fortaleza. Tras el intento infructuoso por parte de los descendientes de Trencavel por recuperar la ciudad y reconquistar sus dominios, la ciudad pasaría a estar controlada de manera definitiva por el rey de Francia en 1247, tras la renuncia del título de vizconde de Ramón Trencavel II que entregó el sello familiar. El rey Luis IX permitiría a las gentes que secundaron la revuelta asentarse en la orilla occidental del río, fundándose la Ciudad Baja o Bastida de San Luis, al pie de la colina.
La recién creada Inquisición, lo convirtió en uno de los lugares más importantes del tribunal religioso y a sus pies se construyó una cárcel para los herejes. En 1321, tras la muerte en la hoguera del último «hombre bueno», el religioso Guilhem Bélibaste, se inicia el fin del catarismo en Languedoc.
El declive y su reconstrucción
Hasta la firma del Tratado de los Pirineos, en 1659, Carcassonne es la frontera entre Francia y Aragón y la ciudad seguiría reforzándose con la construcción de las fortificaciones exteriores, pero con el paso de los siglos perdería su importancia estratégica. En el año 1622 un incendio la destruiría en gran parte, permaneciendo abandonada a principios del siglo XIX y sirviendo sus murallas como canteras para la construcción de otros edificios de los alrededores. Será entonces que surgen voces que reclaman la restauración de la ciudad medieval, algo que acabará convirtiéndose en realidad con el historiador Jean-Pierre Cros-Mayrevieille y el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, quien iniciaría las obras en 1853 bajo la dirección de su alumno Paul Boeswillwald, finalizando en 1911.
Viollet-le-Duc desde joven se interesó por la Arquitectura del Medievo, pero no solo fue un gran teórico de la arquitectura, sino que fue arqueólogo y escritor. Entre sus trabajos de restauración destacan la catedral de Notre-Dame y la Ciudadela de Carcassonne, por cierto, las torres cónicas de pizarra que se pueden admirar en la actualidad son de él. Fue contratado para diseñar la estructura interna de la Estatua de la Libertad, proyecto que no pudo finalizar al fallecer poco después. Criticado por sus contemporáneos al dar soluciones y añadidos no históricos, algo que según ellos hacían perder la autenticidad de los monumentos, a favor de la estructura y la propia arquitectura, lo cierto es que sus teorías arquitectónicas influirían en artistas como Gaudí.
Sin duda somos muchos los que agradecemos la tenacidad y valentía de Jean-Pierre y de Eugène para afrontar la restauración de esta ciudad medieval, pero seguro que nadie puede estarlo más que los propios habitantes de Carcassonne.
En estas fotos podéis apreciar un poquito mejor tanto el interior como el exterior de la actual Carcassonne:





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