Que los romanos fueron grandes constructores, lo sabemos, y que nadie les superó a la hora de canalizar el agua, también. Alcantarillados y cloacas son buena muestra de ello y esto hizo mejorar las condiciones sanitarias de los ciudadanos que vivían en sus ciudades. Cuando desapareció el Imperio romano todo este sistema de alcantarillas quedó en desuso y la población en la Edad Media (y más allá) hacía sus «necesidades evacuatorias» en pozos, bueno, eso los que podían permitirse tener uno en casa. Pero situémonos en el contexto de una de estas ciudades, Barcelona.
Durante la primera mitad del siglo XIII y hasta finales del siglo XIV, se habilitaron como sistema de alcantarillado dos rieras conocidas como «Merdançar» y «Cagalell», y conocemos de la existencia de una estrecha calle, cerca de la actual Porta de la Pau, cerrada al público en la actualidad por una reja, conocida como «Carrer de Cagar-hi», creo que no hace falta que explique para qué era utilizada.
Pasear por las calles de la ciudad debía de ser toda una experiencia… olfatoria y era habitual que cualquiera que transitara por la ciudad podía ver (y sentir) cómo unos carros atravesaban la ciudad entrando por la Puerta del Ángel y saliendo por el portal de Sant Antoni. No transportaban frutas, ni hortalizas, tampoco piedras ni maderas, ni tan siquiera llevaban personas, de hecho, su carga, era mucho más… escatológica.
Heces y excrementos malolientes acumulados y transportados por personal «altamente» cualificado, cuyo oficio, no creáis, era deseado por más de uno y eso a pesar que no cobraban por recoger tan preciado material, sino que pagaban por hacerlo.
Las evacuaciones se acumulaban en pozos negros localizados en el interior de las casas y quien se dedicaba a ello los recogía para venderlos como abono a los granjeros y agricultores. Pero no todos los excrementos eran iguales, ni todas las heces se pagaban por igual y para distinguirlas existía el oficio de «probador de pozos». Sí, sí, lo que oís, acompañando al que recogía las heces estaba el que las probaba con el dedo para conocer su acidez y de esta forma su calidad.
Existían letrinas colectivas para los pobres que no podían permitírselas en su propia casa, pero en algunas casas y palacetes las había decoradas con ciertos lujos, normalmente con la tapa de madera y con un pomo para levantarla. Detrás de algunas residencias palaciegas se disponía de letrinas para todo aquél que paseando por allí presentara una «urgencia» incontrolable, algo que prohibió el noble y militar francés Carlos de España, conde de España, al servicio del rey Fernando VII durante la restauración absolutista que, nada más llegar a Barcelona se dedicó a eliminar todos los vestigios liberales como los sombreros que recordaban la moda del trienio, el pelo largo de los jóvenes y los bigotes, e incluso eliminó los anuncios publicados en el Diario de Barcelona de las pomadas para curar las hemorroides y los aceites que eliminaban el vello de las mujeres, algo escandaloso para las viejas costumbres.
El recoger excrementos para hacer negocio vendiéndolo como abono fue una actividad que costó de erradicar, incluso, cuando se puso en marcha el plan de reforma y ensanche de la ciudad de Barcelona de 1860 por Ildefons Cerdà, tardó en desaparecer por los beneficios que generaba y así podemos comprobar en estas líneas de una obra pretendidamente atribuida a un escritor desconocido de nombre A. Gibert, Gracias y desgracias del ojo del culo. Los perfumes de Barcelona. Canción cantable, que si oliera el diablo que la leyera.
¿Que fuera de Barcelona
si se prohibiera cagar,
y llegase á escasear
lo que las huertas abona?
Solo una rica persona
ensaladas comeria,
porque no se llegaria
mas que una cosecha a alzar,
y tendrian que tapiar
El Borne y la Boquería.
Me gustaría terminar con una tradición catalana que extraña a los foráneos como es el de poner durante las fiestas navideñas un «caganer» en el pesebre, generalmente escondido. Se trata de un campesino agachado defecando, símbolo de salud y prosperidad por abonar la tierra del pesebre, aunque en estos de las tradiciones ya sabemos que el tiempo y las sociedades las distorsionan y ahora podemos ver en muchos pesebres haciendo de caganers desde a políticos, médicos… y hasta a Obi-Wan Kenobi.
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Información basada en Històries de la Historia de Barcelona, de Dani Cortijo
¡Cagüensós! FJT va y abro este Mail justo a la hora en que mi santa me llama para comer, no sé cómo me va a sentar la manduca. Te contaría algo sobre una de las últimas terapéuticas para las diarreas pero quiero seguir siendo amigo tuyo y corresponsal.
Hola Astolgus,
¡ja, ja, ja! Espero que no te sentara mal, bueno, siempre puedes dejarlo para otro momento (me refiero al artículo, claro, lo primero es lo primero)
Abrazos
¡Ah y los reyes que recibían a sus cortesanos en un trono con agujero abisal !
Y parían delante de toda la corte, y… bueno, lo dejo aquí. Eran otros tiempo, o quizás no. 😉
Curiosa historia nos traes hoy, Fco. Javier.
Un saludo
Hola Juan Carlos,
pienso como tú, y aunque pueda parecer sorprendente es real como la vida misma.
Saludos
Hay que aprender historia, definitivamente. Me he quedado con el ojo cuadrado, imaginando todo lo que relatas en esta entrada. Aunque no necesité imaginación para el «caganer». Al fin y al cabo, todos lo hacemos… «Qué bonito es cagar en la semipenumbra, y seguir el mojón que desciende a su tumba…»
Hola melbag,
¡ja, ja, ja! Pues que te voy a decir… ¡cómo se hacía siempre, antes de existir los WC!
Abrazos
Hace poco estuve en Barcelona…que distante de la época que describís. Cuánta enfermedad derivaría de ese abono…
Hola Poupée,
sí, distinta, pero en los tiempos que corren también hay muchas cosas que cambiar…
Saludos