Cuenta la leyenda, que Hércules cuando llegó a Toledo, construyó un extraordinario palacio donde guardó un gran tesoro, cerró después sus puertas con un gran candado y dejó diez guardianes a los que entregó la llave. Así pasaron los años y fue costumbre que todos los reyes posteriores pusieran cada uno un nuevo candado en la puerta de este palacio.
Cuando reinó Don Rodrigo, el último de los reyes visigodos, ascendía el número de candados a veinticuatro, pero este monarca no siguió la tradición, y no solo negándose a poner el candado, como sus antecesores, e ignorando las recomendaciones de los clérigos y jueces de la ciudad, osó entrar en el recinto. Allí encontró un arca finamente labrada, que abrió, ansioso por descubrir el tesoro que contenía. Pero su sorpresa fue enorme al ver que solo contenía una blanca tela con guerreros árabes pintados en ella una inscripción donde se anunciaba que cuando el paño fuera extendido y aparecieran estas figuras, hombres que anduvieran así vestidos conquistarían España y se harían de ella así señores. Asustado y arrepentido, el monarca cristiano huyó de allí y sintió en lo más profundo de su alma que el mensaje profanado del arca le acababa de comunicar el principio del fin de su reinado.
Al poco tiempo, un águila gigante con un tizón encendido en el pico produjo un incendio que acabó con el palacio y lo redujo a cenizas.
Otras leyendas relatan que entre los fabulosos tesoros que encerraba el palacio se encontraba la mesa del Rey Salomón.
En 1546, según relata Salazar Mendoza, en la Crónica del Gran Cardenal de España, el Cardenal Silíceo, para acallar las fabulaciones del pueblo ordenó a unos hombres explorar las Cuevas siendo el resultado, contrario al fin que se proponía, a que los hombres que formaban la expedición después de permanecer un día bajo de tierra caminando penosamente más de media legua, se encontraron varias estatuas de bronce sobre un ara, cayéndose una de ellas y provocando un gran estruendo, salieron despavoridos, no pudiendo continuar al encontrarse con un golpe de agua, decidieron salir y volver a la superficie. Poco después y para desventura del Cardenal murieron los integrantes de la expedición, decidiéndose cerrar el acceso a Las Cuevas para desvanecer las supersticiones del vulgo, que se habían acrecentado con estos sucesos. (Texto extraído del Consorcio de Toledo)
Toda gran ciudad tiene su leyenda y Toledo cuenta con más de una. La que acabo de relataros no deja muy bien a Don Rodrigo, el último de los reyes visigodos, pero enlazando con el artículo anterior hoy me centraré en los tiempos de crisis del Imperio Romano y la llegada de los godos a Hispania, el origen de unos cambios históricos que perduran en nuestros tiempos, y no, tranquilos, no enumeraré la famosa y «temida» lista de los reyes godos, aunque sí hablaré de alguno de ellos.
Todo empezó con el declive del Imperio Romano
A finales del siglo IV, el Imperio Romano se divide en dos zonas, la oriental regida por el emperador Honorio, y la occidental, regida por el emperador Arcadio.
En un contexto de guerra civil permanente, el Imperio de Occidente hizo frente a principios del siglo V a la entrada en el territorio de Hispania de Suevos, Vándalos y Alanos. Los romanos, viéndose perdidos, hicieron alarde de diplomacia y negociación, y pactaron con el rey Visigodo Valia que si se comprometían a acabar con el poder de Vándalos, Suevos y Alanos, podrían instalarse dentro del territorio imperial. Y así fue, terminaron por asentarse en Aquitania, cerca de la ciudad de Tolouse, capital del futuro reino Visigodo.
Las incursiones posteriores de los Hunos junto con los conflictos internos, provocaron que el Imperio Romano de Occidente desapareciera como entidad política en el año 476. Fue entonces que surgirían los reinos romano-germánicos: el Visigodo de Aquitania, el Suevo en el sector occidental de la Península Ibérica, el reino de los Francos de la Galia septentrional, el reino Vándalo del norte de África y el reino Ostrogodo en Italia.
Las posteriores campañas del siglo VI por parte del emperador bizantino Justiniano provocaron la desaparición de los reinos Vándalos de África y del reino Ostrogodo de Italia, sin embargo, en Hispania los Visigodos actuaron de aliados de Roma frente a los Suevos, debiendo enfrentarse a los Francos en el norte de Galia, finalizando el enfrentamiento en la batalla de Vouillé (507), donde fueron derrotados y el rey visigodo Alarico II, muerto.
Es entonces que los Francos se afianzan en la Galia, obligando a los visigodos a asentarse en definitivamente en Hispania, conservando únicamente la provincia Narbonense.
El asentamiento de los visigodos en Hispania
A su llegada a la Península Ibérica la religión que se practicaba era muy heterogénea. El cristianismo católico era la predominante, seguida de la población judía y otras de origen oriental, asimismo, los visigodos confesaban el arrianismo, herejía que negaba la divinidad de Cristo. Tras la conversión al catolicismo de Recaredo, terminaría por declararse religión oficial en el año 589 durante el III Concilio de Toledo.
A mediados del siglo VI, el rey Atanagildo establece la corte en Toledo por su privilegiada situación geogràfica y sus buenas comunicaciones gracias a las calzadas romanas. Con Suinthila se conquistan las últimas posesiones bizantinas en la península, y con Leovigildo, Toledo adquiere condición de sede real a modo de los emperadores bizantinos convirtiéndose en la ciudad más poblada e importante del reino hasta la llegada de los musulmanes, siendo regulada por un cuerpo de leyes, el Lex Visigothorum.
La sociedad
La mayor parte es rural y la principal fuente de riqueza la exploración de la tierra. Se basa en un sistema piramidal en el que la realeza y la aristocracia ocupan la cúspide (Seniores o nobleza palatina visigoda, la nobleza hispano-romana y los obispos y abades). En la base de la pirámide encontramos a los humildes (campesinos y las profesiones de las ciudades), los libertos o antiguos esclavos, los siervos y esclavos, y los judíos, siervos del rey que pagaban impuestos especiales por su religión.


Los inicios del cristianismo en Hispania y sus Concilios
En el año 313, por el Edicto de Milán, se establece la libertad de culto y con el emperador Teodosio, la religión cristiana pasa a ser el culto oficial del Imperio. Sin embargo, será en las ciudades donde el cristianismo penetre con más fuerza, mientras que en las zonas rurales sigan siendo paganas. Los orígenes del cristianismo en Hispania los encontramos en torno al año 300 con el primer Concilio de la Iglesia Hispana, sentándose sus bases –aún bajo control romano- con el I Concilio celebrado en Toledo en el año 397.
Con el III Concilio, en el 589, el rey Recaredo oficiliza su conversión y la de su pueblo, abandonando el arrianismo. Los concilios serán asambleas de obispos y también nobles presididos por el rey, donde se dictaban las normas para regir la Iglesia y también la sociedad y política del reino.
Las provincias eclesiásticas
Hispania por aquella época se dividía en seis provincias: Narbona, Tarragona, Braga, Sevilla, Mérida y Toledo, regidas por un obispo metropolitano, siendo esta última, la de Toledo, la Primada de Hispania, ya que el obispo toledano era quien podía consagrar al resto de obispos.
La Iglesia se convirtió en la impulsora de la actividad cultural, convirtiéndose las sedes episcopales en potentes focos culturales -así como los monasterios-, funcionando con bastante independencia de la de Roma, pues sus obispos eran nombrados por los propios reyes, pasando a ser un instrumento más de su poder.
Era costumbre de los monarcas donar a las iglesias piezas sobresalientes de orfebrería como coronas votivas y cruces que después eran colgadas sobre los altares. Una manera de reforzar la relación entre la iglesia y la monarquía.
En la segunda mitad del siglo XIX se descubrió casualmente en las cercanías de Toledo un conjunto de coronas, cruces y colgantes de oro del siglo VI, probablemente ocultados ante la invasión árabe. Se le conoce como el tesoro de Guarrazar, el mejor ejemplo de orfebrería regia de este período medieval recuperado en Europa y repartido en varios museos de España y Francia, en el que se conserva la mejor muestra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
La iglesia de San Román
Declarada Monumento Histórico Artístico hace casi un siglo, se encuentra en una de las partes más altas de la ciudad y construida en estilo mudéjar en el siglo XIII sobre una antigua basílica visigótica y probablemente un antiguo edificio romano, actualmente es la sede del Museo de los Concilios y de la Cultura Visigoda.
Reutilizada como mezquita hasta 1572, se la cita por escrito por primera vez en el año 1125, y según la tradición es allí donde se proclamó a Alfonso VIII heredero de Castilla en 1161.
Como tantos otros monumentos de Toledo, la iglesia de San Román presenta elementos multiculturales islámicos, visigodos y católicos, de los que destacaría los espléndidos espléndidos frescos de sus paredes.
Espero haberos dado a conocer un poco más en estos dos últimos artículos del blog la Ciudad de las Tres Culturas, Toledo, un lugar como pocos en el mundo donde se mezclan tiempos y pobladores, de diversas culturas y religiones, ejemplo de nuestros días.
Para saber más:
Links fotos:
Santiago López-Pastor; Santiago López Pastor (I); Carlos Delgado; Manuel
Información extraída del Museo de los Concilios y de la Cultura Visigoda en la Iglesia de San Román
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